REAL ZARAGOZA

Goles, victorias, disfrute: lo que la afición ansiaba en La Romareda

El partido frente al Racing fue el paradigma que reúne los sueños del zaragocismo desde hace más de una década.

La afición zaragocista, en el inicio de la ola que se hizo en las gradas en la recta final del partido contra el Racing de Santander.
La afición zaragocista, en el inicio de la ola que se hizo en las gradas en la recta final del partido contra el Racing de Santander.
Toni Galán

Tras el contundente 4-1 infligido por el Real Zaragoza al Racing de Santander el sábado en La Romareda surge una catarata de lecturas y consecuencias positivas. Por fin, después de ocho meses de competición, fluyen inputs con el signo más en esta liga 22-23 que ya se acaba.

La primera de esas derivadas, fundamental por su repercusión global en todo lo demás, es que el equipo zaragocista tiene ya a mano la permanencia matemática en la categoría. Algo que ha sido el objetivo supremo durante largos y nerviosos meses después de cuajar un torneo irregular y deficiente. Tanto que necesitó una revolución súbita en noviembre, con cambio de entrenador y director deportivo, porque el aspecto del proyecto primigenio era harto preocupante.

Con 47 puntos ya en su balance puntual y a falta de seis jornadas para el final, a este mejorado Real Zaragoza, que suma ocho jornadas seguidas invicto y ha sintonizado con su mejor momento de forma y rendimiento en la exigente recta final del calendario liguero, le faltan escasos réditos para cuadrar las cifras. Enseguida, los dirigentes van a poder actuar en firme sobre la reestructuración del plan estratégico para el año que viene, que será el undécimo consecutivo en Segunda División.

A partir de este punto de partida indispensable, surge lo demás. En La Romareda, lugar de culto siempre infatigable pese a tanto revés acumulado desde, al menos, 2013 (se puede remontar algo más en la historia, si se pone finura al análisis), se ansían ratos como el vivido durante dos horas en el duelo contra el Racing.

Es decir, goles, triunfos, disfrute y positivismo en cada poro de la piel zaragocista. Aquello que en otros tiempos pretéritos fue común, que se dio a menudo y que el devenir de la trayectoria del club ha extraviado hasta hacer habitual otra cosa, más cercana al padecimiento, la planicie, cierto conformismo con un presente sin brillos ni grandes aspiraciones. Todo ello, además, en Segunda División. O sea, fuera de sitio. Contra natura, no solo de la historia de un club campeón de España y de Europa, sino de esa grandeza de su afición que no decae nunca ni en una travesía del desierto tan inacabable como la que viene llevando a cabo desde hace más de diez años.

El partido frente al Racing del sábado es paradigmático. Para guardar. Para leer bien, tanto lo explícito como lo que vino entre líneas. El zaragocismo maduro y veterano encontró un resquicio para rememorar viejas sensaciones. En el caso de los más jóvenes, los niños y adolescentes que no vieron en vivo las referencias históricas recientes porque, precisamente, cada vez son menos recientes y el reloj biológico no les alcanza para haberlas vivido por no estar aún nacidos, este partido sirvió para descubrir lo que es La Romareda incandescente, eufórica, creyente en lo que tiene ante sí, implicada a tope con su icono, ese histórico Real Zaragoza inmortal y mítico.

Que, durante los diez años en Segunda División, este del sábado sea el quinto partido –únicamente el quinto– en el que el equipo zaragocista ha marcado cuatro goles en su estadio define la inanición en la que se mueve el público incondicional desde hace largo tiempo. Por eso la reacción general fue de felicidad exagerada. Se trató de un acto reflejo global. De un resorte común que llevó a generar la ola mexicana a falta de un cuarto de hora como si hubiesen vuelto los tiempos de las competiciones continentales, las rondas decisivas de la Copa o los partidos cruciales en ligas de Primera División frente a los Madrid, Barça, Atlético, Athletic y demás compañeros de élite, aquellos a los que se miraba a los ojos de cerca con naturalidad y se trataba de tú con el desparpajo del igual.

La Romareda fue el sábado, entre las 18.30 y las 20.30, sede de un ejercicio de ‘flashback’, de retrospección intimista de más de 23.000 personas amantes del fútbol, que dieron forma a imágenes, gestos, visualizaciones y sensaciones cerebrales que estaban arrinconadas en los cerebros, por desuso. Hacía falta ya algo así.

Este es el Real Zaragoza que se quiere, que se añora, que se sueña. El de los ocho partidos seguidos sin perder que abandera Fran Escribá. El que sabe y puede ganarle a uno de los colíderes, como pasó hace una semana con el Granada. El que es capaz de encontrar a los duendes buenos, los que en vez de castigar al equipo blanquillo una vez tras otra con penurias y agravios –algo propio de los seres o colectivos desgraciados por designios de la naturaleza–, actúan a favor y derrumban a los rivales, en este caso el apurado Racing, para que juegue con nueve futbolistas desde el minuto 21 y se vuelvan a lograr cuatro goles en un mismo partido en casa después de cuatro años de apagón.

Desde hace cuatro ligas, cuando con Víctor Fernández se rozó el ascenso directo antes de que la pandemia –y lo que acarreó, sobre el césped y fuera de él– derruyese aquel anhelo dolorosamente, no se asistía a una tarde tan futbolera, tan genuina de Zaragoza, como la de este sábado pasado ante los cántabros. Son tiempos nuevos en la SAD, cuyos responsables han debido administrar de entrada unas circunstancias heredadas del pasado reciente, algo inevitable en cualquier transacción. Y, hasta este partido contra el Racing, han conocido más la cara B, la fea, la tediosa, la inánime, la de un zaragocismo aburrido, amansado, dado de sí por falta de estímulos y de resortes mínimos que lo llevasen a su estado natural. Ahora llega el segundo capítulo de su era. Y el ejemplo del sábado seguro que les va a servir como ‘leitmotiv’ para construir un Zaragoza pujante.

Esta es la gente de La Romareda. Este es el ambiente natural de este estadio, el que se necesita. Y para eso hacen falta goles, triunfos y muchos ratos de disfrute. Tan sencillo. Tan difícil.

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