Un rival desahuciado para el Real Zaragoza

Los jugadores del Real Zaragoza, en uno de los últimos entrenamientos de esta semana antes de jugar en Lugo.
Los jugadores del Real Zaragoza, en uno de los últimos entrenamientos de esta semana antes de jugar en Lugo.
Francisco Jiménez

Corre un dicho que señala que de Segunda División se sale por arriba o por abajo, con un ascenso a Primera o con un descenso a otro estadio menor de nuestro fútbol; pero que la estadía en la categoría de plata no es permanente, ni mucho menos. De alguna manera, se comporta como un Saturno: devora a sus hijos cuando el tiempo de estancia en este desierto se alarga. Hoy es protagonista de esta historia, apócrifa y de corrillo, o de mentidero, si se quiere, el Lugo, el decano de la categoría.

Lleva instalado el conjunto gallego once temporadas en Segunda. Más que ningún otro. Sin embargo, el conocimiento del medio no le está valiendo en esta ocasión para vadear sus trampas, para esquivar los riesgos, para entender el modo y el cuándo. A estas alturas, la escuadra lucense es un firme candidato al descenso. Tiene el aspecto del desahuciado.

Únicamente ha ganado cinco encuentros a lo largo de la temporada –uno, por cierto, al Real Zaragoza– y se ha sometido a los criterios y puntos de vista de tres entrenadores, señal inequívoca esta de graves deficiencias. La salvación le queda a una distancia muy considerable: once puntos. O vence esta tarde, en su estadio de Anxo Carro, al Real Zaragoza o su suerte quedará aún más definida y labrada, aunque todavía nos encontremos en los inicios del mes de marzo. Esta es la trascendencia que tiene para el Lugo el choque de esta tarde. Por aquí pasa, sin duda, una de sus últimas tablas de salvación, si no es la última.

En torno al bloque de Joan Carrillo, el tercer entrenador en discordia de esta campaña, se respira, de hecho, un ambiente de resignación, porque ni el equipo, ni el club ni la ciudad están exigidos por la historia, el presente o el futuro. No es que por ello el Lugo vaya a bajar los brazos. Pero este devenir tiene cierto encaje en su trayectoria.

En la otra orilla del enfrentamiento, en un sentido amplio, se sitúa el Real Zaragoza, del que no es preciso glosa en este orden, ni para propios ni para extraños, porque es harto conocido el valor del club aragonés. Acaso baste decir que el partido deviene en un duelo del Real Zaragoza contra sí mismo, contra las deficiencias que lo tienen atascado desde hace varias semanas, sobre todo desde que Iván Azón volvió a lesionarse y Víctor Mollejo fue declarado baja de larga duración.

Estos contratiempos físicos han ido más allá del golpe inoportuno del momento y han vuelto a levantar viejos fantasmas. En particular, se trata del conocido problema del gol, de la falta de gol, a causa de la repetida pérdida de ocasiones. Giuliano Simeone, al que se le ha hecho pequeña la puerta contraria en algún lance, como le sucedió en Málaga, sigue ubicándose como la obligada referencia de la vanguardia, si bien con este referido hándicap: el peso de la responsabilidad, de la camiseta o del temor a fallar lo evidente. Quiera que no, esta tarde volverá a cargar con iguales desempeños y obligaciones. Le ha ayudado Bebé en esta materia, si bien Fran Escriba pide mayor aportación de los centrocampistas y de la segunda línea en dicha faceta del juego en este particular punto de la competición. Si el Real Zaragoza es capaz de regresar al triunfo, dará otro importante paso hacia la permanencia. Hablamos exactamente de esto: de permanecer.

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