La cuestión es... el Real Zaragoza
Visita el estadio de La Romareda el Burgos, un equipo que lleva instalado en la parte de la tabla toda la temporada. Recibe pocos goles y marca de modo escaso. Pero a cada uno de estos tantos les ha sacado un extraordinario provecho. Este es un rasgo característico de su personalidad futbolística. También podría decirse que no cuenta con estrellas. Sus jugadores carecen del renombre de otros. Pero su funcionamiento colectivo está siendo brillante.
Animados por la solidez que ha presentado el equipo hasta aquí, los propietarios del club castellano, accionistas burgaleses, incluso están pensando en una remodelación del estadio, de propiedad municipal, y en dotarse de una ciudad deportiva moderna, para mejorar el trabajo ordinario de su plantel, después de años y años de estancia en categorías menores.
El Burgos se mueve a velocidad de crucero. Es regular. Estable. A su modo, con armas perfectamente reconocibles, está donde está. Constituye una de las sorpresas de la temporada. Rinde bastante por encima del presupuesto, en un ejemplo de que la capacidad de gasto no es una variable definitiva en la fórmula del éxito. Diríase que a cada euro le ha sacado partido. O que la clásica austeridad castellana no es incompatible, ni mucho menos, con aspirar a la promoción de ascenso a Primera.
Dichas estas líneas generales sobre el rival, al Real Zaragoza, en el fondo, le es prácticamente indiferente desde qué ángulo observarlo. En primer término, debe mirarse a sí mismo. La cuestión principal de este litigio deportivo es el propio Real Zaragoza. Nada más. El encuentro se ha convertido en una especie de prueba para el equipo de Fran Escribá, de test a través del cual extraer ciertas ideas acerca del estado por el que atraviesa.
Es momento de calibrar qué daño han causado las abultadas derrotas sufridas en las dos pasadas jornadas, frente al Eibar y el Málaga, dos encuentros que descuadernaron planes y desencajaron previsiones. Siete goles encajados y uno solo anotado en esos partidos son datos que constituyen un serio aviso. El Real Zaragoza se quedó sin defensa, desarmado, y también sin argumentos ofensivos. Por momentos, dejó de competir, un lujo para sus virtudes y capacidades.
Escribá, que mantuvo una larga conversación de vestuario con sus futbolistas esta semana, pretende esta primera recomposición de sus fuerzas. Quiere que el equipo compita. Que esté en el partido de principio a fin. Sin lagunas. Sin que el primer contratiempo lo aturda. Y, mucho menos, que lo derrumbe.
Por su puesto, es de obligado cumplimiento que se corte la hemorragia en defensa. O cierra la portería de Cristian Álvarez a cal y canto o sus posibilidades de triunfo disminuyen de modo considerable, a causa del conocido problema de divorcio que se mantiene con el gol.
Este Real Zaragoza no está preparado para los intercambios de golpes, para los partidos abiertos, sino cerrados y sujetos a unos determinados controles de los tiempos y los momentos.
También han demostrado la estadística y el 'big data' que las largas posesiones no le son efectivas y que del ritmo rápido a la hora de presentarse en posiciones avanzadas extrae mayores beneficios.
En Burgos, en el referido partido de ida, el Real Zaragoza supo sacar jugo de las jugadas de estrategia, a balón parado, otra herramienta que ha caído en la esfera del olvido en las pasadas semanas y que, en un principio, pareció que Escribá conseguía habilitar.
Por aquí, por estos rasgos genéricos, pasan las opciones del Real Zaragoza de volver a la senda del triunfo y de situar las dos derrotas consecutivas sufridas en las jornadas inmediatamente precedentes en la normalidad de la categoría.
Más allá de esta concreta cita, el plan de la permanencia tiene basamentos conocidos: puerta a cero y goles escasos que den puntos, los que faltan hasta la salvación.
