Simeone perdona; Rubén Castro, no

Alarcón y Bebé, en el estadio de La Rosaleda.
Alarcón y Bebé, en el estadio de La Rosaleda.
Carlos Guerrero/Lof

Decimos que Giuliano Simeone perdonó. Como también lo hicieron Valentín Vada, en dos ocasiones, y Sergio Bermejo, en una. La de Simeone, en todo caso, fue particularmente evidente. Al argentino se le hizo de noche. Quiso asegurar tanto, con la portería vacía, que permitió que llegara a su altura un defensa malacitano, para interceptar el balón. Seguramente, allí perdió el Real Zaragoza. O se dijo el Málaga a sí mismo que estaba ante la oportunidad de tomar un salvavidas en la crítica situación deportiva e institucional por la que atraviesa.

Desde luego, en el otro polo del desacierto, de la falta de tino, se movió Rubén Castro, quien no perdonó nada de lo que tuvo en sus botas. A los cuarenta y un años, el delantero canario dio una soberana e irrefutable lección de cómo se juega en esa posición, sin necesidad de poseer un gran físico.

El primer balón que tocó fue a la portería de Cristian Álvarez, quien solo pudo acompañar con la vista la trayectoria de la pelota. Mientras tanto, la ejecución de su segundo tanto, en un balón perfectamente filtrado por Aleix Febas, fue una obra exactamente ejecutada: una vaselina ante la salida de Cristian que dibujó una medida curva, para superar al meta y entrar en una caída suave en la portería aragonesa.

Desde cierta perspectiva, podría decirse que esta fue la gran diferencia entre el Real Zaragoza y el Málaga. El conjunto andaluz posee delanteros de clase y la escuadra de La Romareda, en cambio, padeció y pereció por el sabido divorcio endémico con el gol. Únicamente el recién fichado Bebé aportó algo de luz, de saber estar, de tono. Su fútbol estuvo por encima de la vulgaridad general y de las circunstancias declinantes de este Real Zaragoza. El extremo caboverdiano puso intenciones claras y varios balones de gol; pero ninguno de ellos encontró el rematador oportuno, el golpeo certero. Esas ocasiones nítidas concluyeron en la nada. Según dicen estadísticas del partido, Real Zaragoza y Málaga se dispararon por igual: en diez ocasiones. Pero la efectividad de unos y otros fue radicalmente distinta.

No obstante, este factor no acaba de explicar la derrota amplia de anoche ni el estado general del equipo de Fran Escribá. Debe mirarse algo más allá. En los dos últimos partidos, el bloque de La Romareda ha encajado siete goles y solo ha anotado uno. Su capacidad anotadora se ha reducido de modo francamente preocupante en las últimas cinco jornadas. En este intervalo de liga, ha anotado Bebé. Nadie más. Es decir, se han perdido fórmulas, métodos, maneras de castigar a los rivales.

Al Real Zaragoza se le puede observar ahora mismo como a una escuadra desequilibrada en su composición, a la que se le puede causar daños y a la que le cuesta un mundo infinito marcar. Las debilidades estructurales se han acrecentado al tiempo que las relativas fortalezas se van apagando. Simeone no ve puerta desde hace dos meses, justo al término de la primera vuelta. Inciden, asimismo, en este sentido las lesiones de Iván Azón y Víctor Mollejo, quienes representan dos bajas sensibles, dado que su influencia alcanza esferas que exceden a su estricta función. Los variadas novedades que ayer introdujo Escribá en la alineación no aportaron cambios significativos. Fueron algo menos de lo mismo. 

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