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Un VAR fuera de línea

En otra noche de juego gris, el videoarbitraje no solo se equivocó contra el Real Zaragoza sino que atentó contra el espíritu de la regla del fuera de juego.

Foto del partido Granada-Real Zaragoza, jornada 12 Segunda División
Foto del partido Granada-Real Zaragoza, jornada 12 Segunda División
Antonio Juárez / LOF

El Real Zaragoza volvió a las andadas de equipo pobre y gris porque su entrenador volvió a las suyas con una toma de decisiones tras el descanso que recordó a aquel conductor que se metió un día en dirección contraria en una autopista y pensó que todos los que le venían de frente eran quienes se habían confundido: aquello que tocó Carcedo (la entrada de un Vada en imparable declive por un vibrante Bermejo de quien el técnico dijo que pidió el relevo, la salida del campo de Gueye con el marcador desfavorable, la suplencia previa de Francés, la apuesta de Luna como extremo...) sonó a aventura contradictoria. Después de una apreciable primera mitad, a cada cambio, peor jugaba el equipo, porque en realidad ningún trazo grueso se alteró en la pizarra.

Sin embargo, al técnico riojano le salió una esquina en la que poder ocultar los incesantes problemas de su equipo: el VAR intercedió de forma indiscutible en el resultado del encuentro al arrebatarle un gol descarado a Giuliano Simeone. No debería este asunto tapar el verdadero alcance de los problemas de fondo del Zaragoza en general y de su entrenador en particular, pero nos permite ahondar en esa herramienta llamada videoarbitraje. El VAR. Un invento útil y necesario en manos de quien lo emplea bajo la razón; un aparejo diabólico cuando se encuentra ante los ojos de un árbitro sin solución. Porque el árbitro que es malo en el campo, también lo es con la pantalla delante.

En Granada, coincidieron dos: el canario González Francés sobre el césped y el gallego Pérez Pallás en la sala VOR. Fue inadmisible el gol anulado a Simeone al trazar las líneas del fuera de juego, un asunto que debería conducir a la reflexión sobre la finalidad esencial del VAR, en concreto a la hora de evaluar esta regla capital del fútbol.

Las imágenes demostraron que el argentino parte de posición reglamentaria, emergiendo en todo su esplendor el fallo del VAR. Pero aun con todo el asunto va más allá. La normativa dice que un delantero en línea con la defensa no incurre en fuera de juego. En caso de duda, tampoco se sanciona una infracción.

El VAR nos ha traído a nuestras vidas un tratado de geometría euclidiana, las leyes de la perspectiva y el teorema de Pitágoras cuando con obsesión infinitesimal se trazan las líneas que separan el gol de lo que no lo es.

Tal así le sucedió a Simeone, que comprobó en su carnes como este sistema arrasa con el espíritu de la norma del fuera de juego: si el jugador está en línea, qué sentido tiene analizar con una lupa pegada a la pantalla del monitor si una uña del pie o el pelo de un flequillo se adelanta una milésima de milímetro. ¿Qué sucedería si se tiraran líneas de mayor grosor? ¿Estaría entonces en posición legal? El fútbol no son matemáticas y el concepto ‘estar en línea’ no debería resolverse, paradójicamente, con líneas: el juego es movimiento y es tridimensional. Nadie obtiene una ventaja evidente al echar a correr un centímetro por delante salvo que estemos en una final de los 100 metros lisos.

Un sinsentido del que fue víctima el Zaragoza ante un arbitraje que lo desarboló: González Francés ya derrapó al reventarle en la primera mitad un tres contra dos al negar la ley de la ventaja después de una falta a Puche, luego, en el tramo final, se tragó un penalti sobre Lluís López cuando no existía fuera de juego previo (aquí el rotulador del VAR se quedó sin tinta)… Y así con otros variados y pequeños pecados.

Entre esto y lo otro, entre el videoarbitraje y un Carcedo en lucha consigo mismo, al Zaragoza no hacen más que salirle heridas.

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