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La cal y la arena de Álvaro Giménez

El fallo del penalti señala al delantero centro del Zaragoza, cuya salida al campo tras el descanso reactivó y mejoró al equipo y lo acercó a la victoria.

Foto del partido Real Zaragoza-Huesca, novena jornada de Segunda División
Foto del partido Real Zaragoza-Huesca, novena jornada de Segunda División
Guillermo Mestre / Toni Galán

A Álvaro Giménez lo atraparon los escalofríos de su penalti fallado en el mismo momento en el que la madera se astilló por la violencia de un golpeo furioso pero desajustado. Su gesto frustrado, dolido, casi angustiado, no obstante, escondía mucho más que el relato de ese gol que se fue a ninguna parte -un gol ganador, de los que hay que meter siempre, pero más aún cuando, en el minuto 84, el partido, contra un rival como el Huesca, marcha 0-0-.

A Álvaro se le reconoció enseguida no solo el lamento de quien sabe que ha tenido la victoria en sus pies, sino mucho más. En sus ojos aturdidos aparecieron las dudas, quizá también el ahogo, del delantero que se sabe contratado para liderar la delantera y la cartera de goles de un equipo como el Real Zaragoza, pero al que su comienzo incierto de la temporada ya le había abierto las primeras vías de debate.

No solo al detectarse en su fútbol la falta de gol, sino, sobre todo, de remate. La temperatura en torno a su figura, después de una campaña como la pasada en la que el gol despertó tantas observaciones, había venido subiendo en las últimas semanas y Álvaro no podía ser ajeno a ese termómetro.

Suplente en los últimos partidos, también frente al Huesca, Juan Ignacio Martínez lo sacó tras el descanso con la misión de marcar, pero sobre todo de rescatar al Real Zaragoza.

Y Álvaro lo hizo. Su juego referencial cambió las cosas y mejoró al equipo. Aquí nace uno de esos terrenos grises que muchas veces se descuidan en los juicios del fútbol. Al Zaragoza se le esfumó el triunfo en la zurda imprecisa de Álvaro Giménez, pero aspiró a esa victoria gracias precisamente a Álvaro Giménez.

Su entrada modificó los hilos y el curso natural de un partido jugado más cerca del plan del Huesca que de los propósitos de Juan Ignacio Martínez en su primera mitad, con un Zaragoza atragantado por la densidad y la altura de la presión oscense. Todo, el Zaragoza, el partido, las sensaciones del duelo, la posición del Huesca, lo transformó Álvaro Giménez con su salida al campo.

Su perfil de delantero contribuyó a que el Zaragoza encontrara vías de escape y los defensas del Huesca salieran de sus zonas de seguridad. Álvaro peleaba por arriba los balones, los bajaba y los servía para que la segunda línea iniciara los ataques o para que Íñigo Eguaras y Alberto Zapater se asentaran en campo rival para que el Zaragoza impusiera el tipo de fútbol de pase, control y circulación que ha marcado la identidad de sus mejores momento de la temporada.

El partido, en la segunda mitad, se comenzó a jugar a lo que quería el Zaragoza gracias, en mayor medida, al impacto de Álvaro Giménez. No solo los engranajes del equipo circularon mejor aceitados y fluidos con su presencia. Por fin, Álvaro, también, comenzó a proclamar su protagonismo en el área después de dos meses de escasa aportación en la zona principal de remate.

Todas las acciones de peligro zaragocistas llevaron su firma: un cabezazo imponente a un centro precioso y preciso de Chavarría, un latigazo asilvestrado al mismo punto de la madera de la portería de Andrés del que minutos más tarde brotarían los demonios de la pena máxima y la acción provocadora del penalti, imponiendo su cuerpo entre la pelota y el defensor

Su producción fue notable, pero no tanto su eficacia: esa es la cruz que carga desde el momento en el que su tiro del penalti se abrió más de la cuenta, el Huesca se le escapó así vivo al Zaragoza y se confirmó que la vida no cambia para un equipo negado con el gol, seco de victorias en La Romareda y en un estado límite de ausencia de triunfos. A Álvaro, como al resto del Zaragoza, no le queda otra que levantar la persiana al despertar e intentar ver el sol.

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