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Real Zaragoza: el peligro de las cesiones

La experiencia, vivida con énfasis en el último año, pone en tela de juicio del área deportiva qué hacer en este apartado de fichajes en el nuevo equipo blanquillo que viene.

Gabriel Fernández, Sanabria, Peybernes y –casi tapado– Zanimacchia (a la izda.), cuatro cedidos del último año, junto a Vigaray y Larrazabal en un entrenamiento reciente.
Gabriel Fernández, Sanabria, Peybernes y –casi tapado– Zanimacchia (a la izda.), cuatro cedidos del último año, junto a Vigaray y Larrazabal en un entrenamiento reciente.
Toni Galán

Las cesiones son una fórmula de fichajes en el fútbol profesional muy socorrida en tiempos de dificultades económicas. Lo que hace poco tiempo era una excepcionalidad es hace unos años moneda común. El Real Zaragoza, por ello, acude últimamente a este método con asiduidad, aunque con dispar éxito. La SAD aragonesa está sumida hace una década larga en unas apreturas financieras que no es preciso explicar a estas alturas de la vida. Y solicitar los préstamos de jugadores a otras entidades de superior estatus –en el presente– es un modo de aliviar presupuestos, de conformar plantillas con gastos asumibles, de ir viviendo al día en busca de que en algún momento los astros se alineen y se logre salir del pozo de Segunda División rumbo de nuevo a la élite.

Es ya verano de 2021. Periodo de entre ligas. Momento, pues, de rehacer la plantilla un año más. ¿Merece la pena apostar de lleno por las cesión de futbolistas para el curso que viene? ¿Se puede apostar, por el contrario, por más fichajes en propiedad con garantías? ¿Cuánto de nocivas son las cláusulas que se incluyen por los representantes, agencias y clubes de procedencia en los contratos de los cedidos hoy en día?

Gabriel Fernández, Sanabria, Peybernes y –casi tapado– Zanimacchia (a la izda.), cuatro cedidos del último año, junto a Vigaray y Larrazabal en un entrenamiento reciente.
Gabriel Fernández, Sanabria, Peybernes y –casi tapado– Zanimacchia (a la izda.), cuatro cedidos del último año, junto a Vigaray y Larrazabal en un entrenamiento reciente.
HERALDO

Ahí se halla el Real Zaragoza sumido a estas horas. Midiendo pros y contras de un asunto capital a la hora de diseñar un equipo. La experiencia del año recién terminado aconseja cautela y revisión.

Acertar deportivamente con un jugador cedido es la única vía de que esa maniobra de contratación sea rentable (no es de perogrullo la afirmación) y no genere chispazos en el vestuario a medio plazo. El cedido que rinde bien y cumple su objetivo no es perjudicial para el grupo ni para el entrenador. Sin embargo, si ese rendimiento no es acorde a las previsiones, el peligro es inevitable. Un jugador que llega prestado dentro de las coordenadas del fútbol profesional de los años veinte del siglo XXI, si no aporta la solvencia para la que ha sido contratado, puede ser fuente de conflictos fácilmente.

Los clausulados que se incluyen últimamente en muchos contratos de cesión coartan a los entrenadores en diversos momentos de la competición. Los clubes cedentes quieren que sus futbolistas jueguen en sus destinos. Aceptan prestarlos a cambio de determinado número de partidos, de minutos concretos estipulados de antemano en ese documento laboral. Y los agentes y representantes son piezas clave en este mecanismo.

En una plantilla con muchos cedidos, de antemano, los demás saben que parten en cierta desventaja desde la pretemporada. Se tiene asumido. Se desvirtúa la meritocracia. Las direcciones deportivas trasladan a los entrenadores las necesidades de la empresa/SAD de que ese grupo de futbolistas acogidos a préstamo sean titulares un número de partidos concretos (con un mínimo de 45 minutos sobre el campo), que sean convocados, que se utilicen en la batería de sustituciones. Todo suele estar reflejado, con detalle de penalizaciones económicas en cada caso, en el compromiso firmado con su club matriz. Este perfil de jugador, o funciona a la perfección y engrana con el resto sin recelos, o acaba provocando rozamientos entre el entrenador y sus superiores y... también de éste con sus pupilos en la caseta. Es algo que ocurre y que, por los códigos que imperan en las plantillas, difícilmente nadie denuncia en público porque... hoy por ti y mañana por mí.

Cuatro años para tomar nota

En los últimos cuatro años, la anterior dirección deportiva, con Arantegui y Barba al frente, modificó su estrategia con los cedidos tras los dos primeros cursos en Zaragoza. Pasó de apostar por fichajes en propiedad, decisiones con escaso tino al cabo del tiempo (Buff, Verdasca, Papunashvili, Oyarzun, Ángel Martínez, Grippo, Benito, Toquero, Mikel González, Alfaro, Perone, Igbekeme, Álex Muñoz, Aguirre, Linares, Dorado, Bikoro, Mingotes...) a proyectos, los dos últimos, con más sostén en los cedidos.

En su primer diseño, en un año bueno, hubo tres prestados. Borja Iglesias fue uno de los pocos éxitos rotundos en este crucial apartado. Febas se quedó en poca cosa. Y Vinicius fue uno de muchos estrepitosos fracasos. En el segundo, una liga para olvidar, mala, los delanteros titulares, Álvaro Vázquez y Gual supusieron sendos fiascos en un año cruzado. Jeison Medina, otro cedido desde Colombia, causó hilaridad por su praxis futbolística. En el tercero, la apuesta derivó en muchos más cedidos y en menos fichajes propios. Luis Suárez fue otro de los contados aciertos. Puado y El Yamiq dieron un buen rendimiento. Soro y Dwamena (que debió abandonar el fútbol prematuramente por una dolencia cardiaca), cumplieron las expectativas. No así Blanco, ni Burgui, ni el luso Pereira.

Y, en el año recién acabado, es evidente el bofetón de realidad de los Gabriel Fernández, Zanimacchia, Tejero y, ya con Torrecilla como arquitecto en enero, Alegría, Sanabria y Peybernes (el único que se sale del suspenso).

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