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Real Zaragoza: el detalle no tiene dueño

El partido de Leganés castigó el fútbol de mínimos riesgos del plan de Rubén Baraja. Un golazo de Arnáiz dictó sentencia. 

Foto del partido Leganés-Real Zaragoza, jornada 7 de la Liga SmartBank
Foto del partido Leganés-Real Zaragoza, jornada 7 de la Liga SmartBank
AGENCIA LOF

Los viejos del lugar siempre han pregonado aquello de que, quien con fuego juega, con fuego se quema, y al Real Zaragoza se le abrasaron las manos, y los pies, en Leganés por confiarlo todo, una vez más, quizá en exceso, a la eficacia de su estructura defensiva. Pero el fútbol lo carga el diablo. Hay cientos y cientos de aspectos que lo anulan como ciencia exacta e impiden controlarlo en toda su extensión. No olvidemos que, al fin y al cabo, se trata de un juego. Es decir, una disciplina siempre expuesta a circunstancias azarosas en la que un modelo colectivo se construye mediante la suma de las capacidades de once individuos, más los otros once que configuran el rival. Pero no siempre esos individuos suman: también restan.

Un partido puede resolverse en un golpe de genialidad, en un disparo aislado, en un afortunado rebote, en un remate que da en dos palos y se mete dentro en lugar de escupirse fuera, en un gol desde el centro del campo en el último minuto de la prórroga de una final europea en París… Pero también por un descuido en un marcaje, un despiste en un saque de esquina, un mal control de un defensa, un pase equivocado, una entrada mal medida que provoca un penalti con empate en el marcador… Todo puede funcionar perfectamente en la maquinaria táctica de un equipo, pero, si media alguna de estas acciones puntuales, el edificio acaba colapsando.

En el fútbol de hoy, los entrenadores le han dado un nombre a este tipo de inciertas vicisitudes: detalles. Y una buena parte de su labor y planteamientos se basa en reducir esa aleatoriedad del fútbol con las herramientas y soluciones tácticas oportunas. El modelo de Rubén Baraja en el Real Zaragoza descansa fundamentalmente sobre este precepto.

Después de perder en Butarque, el técnico vallisoletano enfocó el análisis de la derrota de Leganés hacia la conclusión de que un detalle ejerció de juez único del partido. Un golazo de José Arnáiz, un gran futbolista que puso la pelota en la escuadra, sentenció el duelo. El tacto con el que tocó la pelota no está a la altura de cualquier jugador, aunque Arnáiz estaba solo, olvidado en la frontal, donde los rivales del Zaragoza están agazapando jugadores en este tipo de acciones de balón parado porque no se les escapa que los tiros lejanos, esta temporada, son bombas de relojería para los ojos distantes de Cristian Álvarez.

Baraja puso el énfasis en el acierto de Arnáiz, pero no tanto en la situación que lo propició, no se sabe si por un despiste de alguien o por un error en la configuración defensiva de los córners. En todo caso, fue la acción determinante del partido -el detalle-, y al técnico del Real Zaragoza no le faltó razón en su visión. Su equipo, en líneas generales, compitió lo suficientemente bien como para defender su discurso identitario de bloque pragmático, control de riesgos y solidez posicional: sujetó al Leganés lejos del área de Cristian, ahogó las conexiones con sus delanteros, forzó pérdidas… Solo en el golpeo del gol de Arnáiz se apreció claramente la distancia presupuestaria de ambos equipos. 

Fueron dos errores particulares, un defectuoso pase de Zapater y un mal control de Jair Amador, las dos situaciones que ensuciaron el funcionamiento defensivo del Zaragoza en Leganés hasta el gol. Globalmente, el equipo fue sólido y se mantuvo organizado, pero esos dos detalles ya pudieron condenarlo mucho antes que el golazo de Arnáiz.

Cuando un equipo tan escaso en la creación como el Zaragoza de Baraja -ni siquiera la tímida mejoría en este aspecto en Leganés fue suficiente- juega a esto, a la perfección defensiva, y con estas prioridades, la portería a cero y el resultado corto, siempre va a estar expuesto al error aislado. Siempre va a jugar con fuego.

El plan de Baraja tiene una buena base argumental. La igualdad de la Segunda División, sus partidos cerrados, la equivalencia de fuerzas, lo aconseja. La categoría, como hemos visto en la última década, suele premiar a las defensas sobre los ataques. Sus encuentros son muy abiertos, sin dueños claros y contundentes, alternativas en el guión, y muchas veces se resuelven por la vía del detalle. Quien marca, gana. El Zaragoza de la pasada temporada, sin ir más lejos, salió adelante porque en varios partidos la moneda le salió cara gracias, sobre todo, a Luis Suárez, un delantero que convertía cada detalle en una mina de oro: el charco de la victoria contra el Numancia, sus carreras entre los fallos del Elche en la segunda vuelta…

La prioridad de Baraja es rotunda, moldeando un plan en el que tratan de evitarse las situaciones en las que los errores tienen un precio más elevado. Su Zaragoza se protege lejos de su área, intenta anular las carreras del rival y las acciones de transición defensiva, se organiza con una red rígida, de líneas muy marcadas, sus jugadores apenas disfrutan de libertades asociativas, creativas y posicionales, solo busca los ataques exteriores porque también en las bandas las pérdidas duelen menos...

Todo esto trata, ante todo, de minimizar los riesgos, pero la sombra del detalle siempre colgará como una cuchilla sobre la cabeza del Real Zaragoza porque el detalle no tiene dueño: unos días sea favorable, pero otros, no. Ya lo decía Juanma Lillo: “No arriesgar es lo más arriesgado, así que, para evitar riesgos, arriesgaré”.

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