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El Zaragoza y el tiempo de la serenidad

El Real Zaragoza profundiza su crisis y se adentra en terrenos movedizos que requieren reflexión y soluciones para volver a la prometedora senda de comienzo de temporada

Partido Sporting-Real Zaragoza
El mediapunta Alberto Soro, en el partido Sporting-Real Zaragoza
Aurelio Florez

El Real Zaragoza ha jugado buenos partidos este año, ha ganado, ha prometido, ha entusiasmado, ha exhibido fútbol, corazón, identidad, oficio, músculo competitivo… En definitiva, a lo largo de esta aún naciente temporada, ha funcionado como un equipo con argumentos, porque los ha tenido. Por un lado, un entrenador que, en base a su estilo de toda la vida, le dio herramientas y un idioma de juego. Por otro lado, una plantilla a la altura del técnico. Futbolistas que han exhibido virtudes de diverso tipo, que han desarrollado un fútbol que ahora parece muy alejado de su potencial, pero que lo han tenido y lo han plasmado. Pocos entrenadores de la categoría, posiblemente, renunciarían a un intercambio de plantillas con la del Real Zaragoza. Ni siquiera Víctor Fernández reniega de ella, por mucho que insistiera en la conveniencia de apuntalarla con Sergio García y un centrocampista. Esto dijo al empezar la temporada: «Estoy muy contento con la plantilla. Creo que se han hecho bien las cosas. Lo que hemos traído son futbolistas muy buenos, encajan en el equipo y nos van a ayudar a crecer mucho».

Sin embargo, ha bastado una crisis ya vieja conocida, la clásica entrada gris y plomiza en el otoño, para que el Real Zaragoza se haya desnaturalizado, más aún tras la dolorosa derrota contra el Sporting. El equipo ha perdido contenido táctico, soluciones técnicas, sus jugadores parecen peores de lo que son y, por si fuera poco, no hay rastro de intención en su fútbol, se ha quedado sin identidad. El resultado es una caída libre de una victoria en siete jornadas.

Como ya conocemos la Segunda División, la clasificación aún no es señal de nada, y el Zaragoza está a tiempo de todo. No obstante, sus señales recientes, los signos y sensaciones de su fútbol no avisan de una recuperación inmediata. Y en eso se centra ahora la labor en el Zaragoza. De punta a punta: hay que reconstruir el equipo que se ha desvanecido, el Zaragoza que arrancó el año con un fútbol creíble y sólido.

Eso solo es posible desde la serenidad y desde la reflexión interna de todos los protagonistas, principalmente, dentro del club y dentro del vestuario. Es la hora de tender los puentes, de buscar soluciones. Víctor Fernández, por una parte, poniendo el foco en los problemas futbolísticos y en su resolución, dejando de lado lo que se tiene o no se tiene en la plantilla, las bajas formas (consecuencia directa del bajón en el juego), las lesiones o los mensajes y actitudes que no llevan a ningún lado. Principalmente, el problema del Zaragoza no está en lo que no se tiene o en lo que falta, sino en que no funciona colectivamente lo que hay y ya ha funcionado en algún momento o en otras temporadas. Por otra parte, el club, su dirección deportiva, Lalo Arantegui, no puede quedarse al margen de esa terapia de choque. Es parte del arreglo. Las bajas de Dwamena o Vigaray han desencajado al Zaragoza. Está en tiempo de poder fichar, precisamente, un delantero -Jonathas es el objetivo- e incluso un centrocampista -si se autoriza la baja de Dwamena-, saldando así la deuda que Víctor entiende contraída desde agosto con su figura.

En la séptima temporada consecutiva en Segunda, este es camino ya pisado. Una crisis que se representa como un ciclo fijo e inevitable. Ha habido tiempo de extraer todo tipo de lecciones y aprendizajes. Unas veces funcionó el cambio de entrenador, otras, en cambio, la paciencia y la confianza -en Natxo González- se revelaron las posturas más razonables. También hubo temporadas en la que los fichajes de invierno ayudaron a enderezar rumbos inciertos. Hay experiencia de sobra en la materia. También sobre adónde conduce la autodestrucción.

Solo es cuestión de atinar con el foco y no eludir la responsabilidad: el Zaragoza está por encima de todo. Y, ya sabemos, la Segunda División siempre da dos, tres y hasta mil oportunidades.

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