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Real Zaragoza: una piedra en el zapato

El Fuenlabrada fue tan incómodo en el campo como lo ha sido para el Real Zaragoza el partido suspendido hace un mes contra el conjunto madrileño

Fuenlabrada-Real Zaragoza.
Igbekeme en el partido disputado entre el Zaragoza y el Fuenlabrada.
Enrique Cidoncha

El partido de Fuenlabrada se convirtió en un problema para el Real Zaragoza hace un mes y no dejo de serlo cuando hubo que jugarlo, interpretarlo y darle las respuestas oportunas. El conjunto madrileño fue un hueso a la altura de su fama: combativo, incandescente, solidario, geométrico, intencionado… No está donde está por hechos aleatorios o fortuitos, sino porque es un equipo de los pies a la cabeza. ¿Insípido? Sí. ¿Feo de observar? Allá los gustos de cada cual. ¿Aburrido? Que respondan sus aficionados. Pero el Fuenlabrada tiene algo sustancial para volar alto en esta categoría por mucho que venga directo de Segunda B y esté dando los primeros latidos en el fútbol profesional: fuerza colectiva. Compite a muerte.

Su entrenador, Mere Hermoso, saca petroleo de cada uno de sus jugadores, que saben lo que tienen que hacer y lo que no, pero sobre todo lo que no son capaces de hacer. Son más virtuosos por conocer sus debilidades que por sus fortalezas.

Al Zaragoza le llenaron de minas el primer tiempo, hasta el punto de desquiciarlo y borrarlo del campo. Las áreas no existieron, pero eso fue un problema mayor para los aragoneses que para los madrileños. Fundamentalmente, porque, con el juego bloqueado, el campo cavado de trincheras, fútbol de cuerpo a cuerpo, el Fuenlabrada tenía mejores armas, fundamentalmente, el balón parado.

Si el Zaragoza no ha sacado rendimiento a su pizarra, a faltas o saques de esquina, en toda la temporada, el Fuenlabrada posee en esos recursos su factor de desequilibrio. Y así fue en el primer tiempo: un golpe franco dibujado en la imaginación de Mere Hermoso y sus ayudantes le puso el partido al Zaragoza en latín. El plan de Víctor intuyó dónde se iba a labrar el choque frente a un adversario físico, especialista en ganar duelos, con un centro del campo duro, pétreo, muy intenso, y con dos torres como referencias para jugar en largo y partir al Zaragoza. El técnico apostó por sus centrocampistas de mayor recorrido y motor, con Ros, Guti y James, dio altura a la defensa con Grippo, y buscó intimidar con Papunashvili y Álex Blanco. No funcionó: el Zaragoza fue previsible, nunca progresó debido a su desorden ofensivo y su inmovilidad.

El gol de los madrileños aún complicó más las cosas, pues se defendían cómodos, lejos de su área. Sería un partido de pequeños detalles y lo fue, en ese ingenioso y travieso golpe franco de Hugo Fraile, y también en el empate del conjunto aragonés.

Al poco de iniciarse la segunda mitad, Víctor Fernández borró su inerte plan inicial y movió el banquillo. Luis Suárez y Soro entraron y el Zaragoza se ordenó en ataque, fijando mejor las posiciones, ganado metros, claridad… Y así surgió el penalti que provocó Pombo y metió Javi Ros.

El Fuenlabrada replegó, sintió que las fuerzas se escapaban… Al partido le quedaba tiempo. Podría haberse pensado incluso que el paso de los minutos podría dibujar una victoria de color avispa, siempre y cuando no se concediera nada a un rival en retirada. Y sucedió: una desatención defensiva en el flanco izquierdo, habilitó un centro impecable, raso y cortante, que acabó rematado por abajo en el corazón del área pequeña. Es el tercer gol de parecida fabricación que le marcan al Zaragoza así en las últimas cinco jornadas. El Oviedo y el Málaga ya explotaron esa vía, lo que habla de un mal aún sin corrección, de una rendija que los rivales ya conocen y profundizan. Ese gol fue decisivo. Permitió al Fuenlabrada hundirse en su área y protegerla, tirar de oficio, parar el juego... No llegaron respuestas desde el Real Zaragoza, más allá de alguna incursión de Pombo.

Lo que hace un mes comenzó siendo un estorbo para el Zaragoza –que obligó a reprogramar planes, a variar cargas de trabajo...– acabó igual: un Fuenlabrada de juego incómodo, farragoso e irritante. Una piedra en el zapato de septiembre a octubre. Porque, de un modo u otro, el equipo aragonés, desde que se suspendió este partido, ha descrito una línea descendente.

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