Una defensa sin defensa

Aunque el Zaragoza ha mejorado un tanto en orden y posición, sigue concediendo goles de forma alarmante: Lucas Alcaraz no acierta a hacer fiable al equipo aragonés

Delmás dialoga con Eguaras en Alcorcón
Delmás dialoga con Eguaras en Alcorcón
Enrique Cidoncha

La historia de Santo Domingo puede servir como paradigma de este Zaragoza. El Alcorcón es el típico equipo de la categoría que se agarra a la cabeza de la tabla maximizando sus virtudes y minimizando los errores. Los últimos años están poblados de conjuntos así, como el Alavés de Bordalás, el Éibar de Gaizka Garitano o el Leganés de Asier Garitano. No cuentan con demasiadas armas, pero las tres o cuatro que tienen las explotan como nadie.

El Alcorcón le ganó con lo justo al Zaragoza, entre apariencias de equipo simple y pragmático, pero los suficientemente competitivo. No concede nada. Evita errores. Es agresivo e intenso sin la pelota. Su defensa es veterana pero eficaz. Y en ataque es muy claro y directo. No se anda con rodeos: superioridades en banda, verticalidad tras el robo y una pelota parada que de un modo u otro siempre produce algo. Si observamos, la descripción de virtudes es diametralmente opuesta a las que pueda hacerse del Real Zaragoza.

Y así puede explicarse lo sucedido ayer: el Zaragoza de Lucas Alcaraz está tan indefinido que intenta hacer muchas cosas, pero pocas las ejecuta bien. Cuando esto sucede y, además, el desacierto individual es continuado y puntual en cada uno de los partidos, el resultado es un conjunto sin argumentos para ganar.

Si el Alcorcón es un ejemplo de cómo se blinda una portería y se juega a dispersar cualquier error no forzado, el Zaragoza es la cara opuesta de la luna. Con Lucas Alcaraz el equipo ha crecido en ciertos aspectos defensivos a nivel táctico. Hay mayores vigilancias, más proximidad entre futbolistas, los flancos están más protegidos… Hay algo más de equilibrio defensivo y orden posicional. Esto era algo que se daba por descontado con Lucas Alcaraz. Solucionar otros déficits como su pobreza ofensiva quedaba en un segundo plano, especialmente, a la espera de que los jugadores más creativos y atacantes ganaran inspiración, físico, desequilibrio…

Sin embargo, cualquier mejora efectiva de ese espesor defensivo está en manos de las recurrentes concesiones y facilidades. El Zaragoza es un equipo demasiado vulnerable: el Alcorcón no necesitó gran cosa para hacerle dos goles, como no necesitó el Elche, el Granada o el Mallorca. Incluso el débil Nástic le marcó uno.

En cinco partidos con Lucas Alcaraz al mando, se han encajado nueve goles, casi dos por jornada. No hace falta detenerse en las consecuencias de esa falta de garantías. Imposible aspirar a algo más que a la mera supervivencia. Lo alertaba el entrenador en la previa: había que ganar fiabilidad.

El Zaragoza no la tiene en ninguna de las líneas de su manual de juego. Cuando no se es un equipo solvente en el área rival -al portero del Alcorcón, Raúl Lizoain, apenas lo sacó en televisión-, hay que serlo en la propia. Pero tampoco. El Zaragoza, de nuevo, encajó dos tantos. No deja la portería a cero desde la cuarta jornada, en aquella victoria de Oviedo. Desde entonces, no para de sufrir goles. Da igual el nombre y apellido de los defensas, el sistema táctico, quiénes jueguen de centrales, los ensayos de laboratorio con Delmás y Nieto fuera de sus posiciones, o los milagros que pueda hacer o no Cristian Álvarez entre los palos... El gol rival, pronto o tarde, siempre llega. Con cualquier leve soplido lo acaban tirando al suelo.

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