El rompe y rasga de Tarragona: en efecto, había vida más allá del rombo

Lucas Alcaraz, tras sus dos primeras puestas en escena continuistas, agitó el sistema táctico y la alineación a la tercera y el efecto revulsivo apareció. Los códigos del fútbol suelen regir siempre.

Once inicial sorprendente del Real Zaragoza en Tarragona, que acabaría ganando 1-3 al Nástic.
Once inicial sorprendente del Real Zaragoza en Tarragona, que acabaría ganando 1-3 al Nástic.
Van der Meulen

Lucas Alcaraz, que personalmente también se jugaba mucho en Tarragona tras haberse presentado en el Real Zaragoza con dos derrotas consecutivas, ambas por 2-0 y con un aspecto muy malo en el formato y talante del equipo que heredó de Idiakez, decidió llevar a cabo a la tercera el 'rompe y rasga' que suele acompañar a los técnicos en momentos de aterrizaje forzoso en plazas duras y sumidas en crisis galopantes. Después de dos puestas en escena continuistas, lo de este lunes en el cierre de la 13ª jornada en el Nou Estadi del Nástic supuso esa voltereta al cerebro de la afición, del propio equipo, que tantos beneficios suele acarrear cuando las cosas vienen mal dadas y se ha despedido a un entrenador para traer a otro a modo de revitalizador de una patología seria o grave.

A Alcaraz se le recibió con un medio ambiente lleno de 'inputs' relativos al rombo, al sistema de cabecera de la dirección deportiva que, en algún momento del inicio de la temporada, el anterior entrenador -Imanol Idiakez- no había tratado convenientemente, yéndose del cauce reglado en el modus operandi que rige en el Real Zaragoza de estos días de fútbol ultramoderno. Horas antes de su presentación oficial, el propio Lalo Arantegui, el máximo exponente del negociado futbolístico de la SAD, advirtió de que esta plantilla la había confeccionado para jugar justo así, con el rombo en la línea medular.

El veterano entrenador andaluz, de entrada, jugó con raqueta firme y lanzó bolas al fondo de la pista. Llegó a contraatacar de revés, subrayando que, para él, la primera elección son los jugadores y luego el sistema táctico. Finalmente, en el examen semanas que supone en el fútbol cada jornada de liga durante casi 10 meses, se observó un claro tono continuista en su primera alineación en Elche. Y, tras caer 2-0 en un pésimo duelo ante los alicantinos, sorprendió aún más que frente al Granada, una semana más tarde en La Romareda, todo volviese a ser idéntico, casi hasta en el reparto de los 11 jugadores.

Se había ido Idiakez y lo único que había de nuevo era una figura, una cara, una voz distinta en el papel de entrenador. Sin más. Y si malo fue lo de Elche, peor resultó lo del Granada, con un 0-2 adverso envuelto en un catastrófico partido que provocó las primeras iras de una ejemplar afición en los últimos tiempos. La continuidad, las pautas globales que llovieron a modo de 'inputs' sobre la llegada de Alcaraz a Zaragoza, no iban a llevar ni al técnico ni al equipo a ningún buen puerto.

Lo de hace unas horas en Tarragona fue una patada en el trasero al rombo. Un arrugar el folio romboide del reglamento interno y tirarlo, si no a la papelera (pecado mortal, que lo diga Idiakez), si al cajón de la mesa anexa del vestuario del técnico. Ante el Nástic tocaba romper y rasgar.

Y ese rompe y rasga puso en el aire a todo el zaragocismo una hora antes de comenzar el choque en campo catalán. Una vez se conoció la alineación, con notabilísimas ausencias (todas en el banquillo) y con presencias novedosas y llamativas, los teléfonos móviles echaron humo durante muchos minutos conectados a las redes sociales. Y, aún más, cuando arrancó el partido y se vio la distribución de los jugadores sobre el césped, con un 5-3-2 impactante, con Nieto metido insólitamente como tercer central, las baterías de los android y los iphone se agotaron. Ni siquiera el club, en su comunicado a través de su web, había distribuido bien las piezas. En la composición del once inicial de Alcaraz en Tarragona que el Real Zaragoza publicó antes del partido, Nieto era uno de los vértices... ¡del rombo! y el equipo, supuestamente, iba a jugar de nuevo con el 4-4-2.

Nada de eso. Era noche de sorprender. De vestirse de lagarteranas. De salir al campo bailando el cancán. De ponerse el pinganillo en las dos orejas y llevarlo apagado. Y Alcaraz, que hubiese tenido una semana dura de haber acumulado su tercera derrota en sus tres primeros partidos como abanderado del vestuario del Real Zaragoza (cuestión sin precedentes, de haberse consumado), ya no encontró mejor fórmula que las del volteo de campana de toda la tropa, la de echar las boinas al aire y la de poner boca abajo las estanterías. Si salía con barba, San Antón; y si no, la Purísima Concepción. De Tarragona, ante el colista Nástic, o Alcaraz y el equipo salían reforzados o la única alternativa a ello era un rejonazo tendido que hubiese podido generar heridas muy serias a corto plazo. Así que, ante tal revolución y tal salida del tiesto continuista, la pérdida del granadino era mínima, el riesgo extra no suponía nada, por la propia envergadura del partido en sí mismo.

Y, como los códigos del fútbol suelen regir siempre, no caducan porque son axiomas, Alcaraz demostró al mundo entero que hay vida más allá del rombo. Del puñetero rombo, diríase en los tiempos que corren por Zaragoza. No pasa nada por meter, en tiempos de huracán futbolístico, a uno, dos o tres chicos jóvenes o canteranos (hasta 5 reunió el entrenador zaragocista en Tarragona) para afrontar un reto de ultimátum a suerte o verdad. Ni provoca una enfermedad infecciosa el hecho de mutar el sistema táctico en virtud del perfil de un partido concreto, de la búsqueda de una nueva manera de jugar para que la mayoría de los jugadores sean felices, aunque la dirección deportiva no la goce tanto.

Puede decirse que Alcaraz debutó con victoria en su etapa zaragocista. En las anteriores dos citas, ante Elche y Granada, no se apreció mano de entrenador nuevo, aunque bajo la pátina visible estuviese, sin duda. En Tarragona, por el contrario, Lucas metió todo el cargador. Y el fútbol, tras guiñarle un ojo con complicidad, se lo agradeció con un triunfo por 1-3. Y, además, remontando un 1-0 tempranero que hizo sonar los tambores de los apaches, arapahoes, cheyenes e iroqueses tras el Mont Blanc (el tarraconense, no el alpino). E, ítem más, cambiando la suerte de sentido: ahora los goles en propia puerta decisivos se los hacen los rivales (véase el de Djetei para obrar el decisivo 1-1 del Zaragoza ante los granas antes del descanso), y no los Grippo o Verdasca de turno.

Lo de Tarragona es un bidón de aire puro en la clasificación para el Real Zaragoza. Una dosis de oxígeno para todos los implicados, directa e indirectamente en la crisis septiembre-noviembre que tanto ha llegado a preocupar por su incidencia. Y, sobre todo, es un grito al sentido común, a los viejos métodos del fútbol de siempre. Y un aviso a los inventores: en esto del balompié, casi todo tiene ya patentes y quedan pocas cosas por descubrir. Guardiolas, Monchis, Mendes y demás elementos referenciales, surgen por goteo y en otras coordenadas alejadas del actual statu quo del Real Zaragoza en Segunda División.

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