Horas de replanteamiento en el Real Zaragoza

Una vez concluido el feliz tramo victorioso de la segunda vuelta, el Real Zaragoza afronta el importante y delicado momento de digerir esta dura derrota para seguir aspirando a todo.

Eguaras, cabizbajo mientras los sevillistas celebran su inesperada victoria en La Romareda, es la imagen de la desolación del Real Zaragoza tras el traspie ante el colista.
Eguaras, cabizbajo mientras los sevillistas celebran su inesperada victoria en La Romareda, es la imagen de la desolación del Real Zaragoza tras el traspie ante el colista.
Guillermo Mestre

En medio del disgusto monumental, sumido todo el zaragocismo en el chasco profundo que provocó la inesperada derrota frente al Sevilla Atlético, colista y desahuciado de la categoría, que llegaba a La Romareda sin haber puntuado en los 10 partidos de la segunda vuelta, surge un momento tan importante como delicado de gestionar dentro y fuera del vestuario. En todos los círculos concéntricos que rodean al equipo. Lo que hicieron en este Domingo de Ramos los muchachos sevillistas fue, simplemente, bajar al suelo a un Real Zaragoza que levitaba de manera sobrenatural en las últimas semanas, eso sí, sin tratarse en ningún caso de cuestión de santidad.

Y eso merece un análisis. Una reflexión honda y sensata. Una entrada de boxes. Un diagnóstico mecánico de todas las piezas. Las del motor, las de la carrocería, las del sistema electrónico, las vitales motoras y las accesorias estéticas.

Ya se ha pasado la efervescencia que deriva de ganar siempre, con y sin merecimientos reales, con y sin fútbol suficiente para ello. Y es hora de dejar al margen, siquiera por unos minutos, el don de la oportunidad, el tiento generalizado a la hora de expresar las máculas peligrosas en los días de solvencia final. Por aquello de que no está bien ir a contar chistes a un velatorio y, por contraposición, no parece nunca elegante de puertas afuera sacarle pelos a la calavera cuando alguien o algo está en plena fase de éxito o expansión en su tarea.

Un día se iba a acabar la dinámica de éxitos encadenados y habría que pasar a otra fase de digestión. Como les sucede a los rumiantes, que tiene asumido que hay días que necesitan horas y horas para convertir en sustancia un par de bocados de alfalfa. Y ahí habría que saber estar. Y sería necesario retomar el hilo en un punto anterior, menos benévolo. Ha llegado ese día. Seguramente, en el momento más inesperado, pues caer de la forma como se hizo frente a la juvenil formación del Sevilla B era la estación menos prevista para bajarse del tren de la euforia general. Pero el fútbol ha dicho que hasta aquí ha llegado este magnífico episodio lleno de felicidad permanente que tenía dos meses de vigencia.

Toca, por lo tanto, semana de replanteamientos. De lecturas múltiples de lo sucedido en este accidente serio, sufrido en un momento que se antojaba clave para el devenir positivo del equipo aragonés. Si el Real Zaragoza hubiese ganado al filial sevillista hubiese catapultado a los de Natxo González a las puertas de todo, ascenso directo incluido, por cuestiones obvias de puntuación y confluencia de otros marcadores en una jornada relevante de enfrentamientos directos.

Ya está. No lo ha sabido conseguir el Real Zaragoza. Se salió de la carretera en la curva menos peligrosa. Pero tiene tiempo y margen de maniobra para meter el morro otra vez en el camino y, con sentido común y responsabilidad, retomar la pelea por las plazas que tienen boletos para llegar a Primera División en junio.

Después de la pésima primera vuelta, el Zaragoza ha bordado un inicio del segundo tramo del calendario sencillamente sobresaliente. Eso está en el balance zaragocista, escrito e indeleble. Y restan por delante 10 partidos, 30 hermosos puntos por dirimir. El esprint final. La hora de la verdad. Los días D, las horas H.

No puede este error despistar de forma irreversible a nadie del equipo. Un traspié así, por más que duela, por más que induzca al exabrupto puntual en caliente, tiene arreglo. No es irreversible. No debería provocar secuelas ni heridas demasiado cruentas. Natxo y el resto de mecánicos tienen ante sí la labor de ejecutar una actualización de calado, una limpieza del disco duro que haga funcionar al grupo con ligereza mental y pulso firme de aquí al 3 de junio. Han demostrado que saben y pueden hacerlo bien y con rentabilidad como equipo. La misión es hacer que esto, dentro de dos meses, parezca un accidente. Si lo logran, después de León, del Huesca, de Reus... lo que hoy es tragedia quedará en anécdota.

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