Encomendados a Ángel, a la primera parte y al día que tenga el rival

El Real Zaragoza afronta un nuevo partido clave este sábado en el Carlos Tartiere de Oviedo con los fantasmas de sus defectos sobrevolando a su alrededor.

César Láinez, en la puerta de vestuarios de La Romareda, justo antes de iniciar el viaje a Oviedo al mediodía del viernes.
Encomendados a Ángel, a la primera parte y al día que tenga el rival
Aránzazu Navarro

Si en vez de ser la jornada 39ª y estar la liga a punto de concluir viviéramos un tiempo más tempranero, el partido de este sábado (21.00) entre el Real Oviedo y el Real Zaragoza sería el de los retos particulares del equipo de Láinez. Por ejemplo, el de conseguir, por fin, un gol después del descanso, cosa que no se ha visto jamás desde final de marzo, cuando llegó el tercer entrenador al banquillo aragonés. O, por citar otra cuestión pendiente, la de ver que alguien diferente a Ángel es capaz de lograr un gol o, tal vez, alguno más, que liberen de presión y responsabilidad al ariete canario, el único que ve puerta en este equipo con asiduidad.

Pero estos aspectos, siendo importantes en puntos concretos del juego, pierden toda importancia ante el verdadero fondo del choque de los zaragocistas en campo ovetense. Ya no es tiempo de datos accesorios, de temas secundarios, de factores más relativos a la anécdota que a lo mollar del problema global. Porque, en realidad, lo que hay en juego no son esos detalles anejos, sino la permanencia en la Segunda División, la elusión del descenso a Segunda B, lo que, llevado a mínimo común múltiplo de la operación, es igual que preservar la vida de la SAD, evitar la liquidación que vendría de la mano de una caída traumática fuera del fútbol profesional.

El Real Zaragoza llega a los últimos cuatro partidos del torneo con solo 47 puntos, con el descenso en los talones, a poco más de un partido de distancia: 4 puntos le separan del 19º lugar, el primero de los cuatro que llevan a la fosa. Y sobre este eje ha de jugar el equipo de Láinez en Oviedo, intentando sumar como sea, mejor si son los 3 puntos en litigio, para alcanzar los 50 y poder hacer cábalas con un suelo más firme (que no será nunca definitivo, ni en el mejor de los casos), pero sin hacer ascos tampoco al simple empate, a la adición de un mero punto que eleve su nivel de oxígeno a 48.

Así de delicada está la salud del Real Zaragoza actual. Y en este ambiente debe luchar por su sanación. Máxima presión para un equipo que viene dando tumbos desde el verano. Máxima exigencia para una plantilla que el propio Láinez redefinió el jueves como "muy descompensada" y que, cuando los partidos se ponen cuesta arriba, destila sus defectos por todos los poros posibles.

Oviedo no es campo sencillo, habida cuenta de que los números gritan que se trata del segundo mejor local de la liga, solo superado por el virtual campeón, el Levante. Pero cuando la competición se acaba y ya no hay cintura para seguir errando, da igual dónde se juegue, contra quién se juegue y la manera y el método que se vaya a utilizar para arañar puntos. En el Tartiere, los de Láinez afrontan una cita cargada de electricidad, de tensión en cada balón. Los asturianos ponen en liza sus últimas bazas para meterse en la promoción de ascenso a Primera, lugar que tenían casi escriturado hace un mes y que han perdido por una mala racha que les ha llegado de manera inoportuna cuando la liga alcanza su punto álgido.

El Real Zaragoza, como lleva más de dos meses haciendo, juega sin red. Sabedor de que lo suyo es el fango de la cola de la tabla. Conocedor de que su rendimiento no es el mejor para afrontar partidos largos, de esos que se resuelven en los últimos instantes a base de insistencia, de perrerías, de ese 'otro fútbol' que los rivales suelen tener en el repertorio y que, lamentablemente, no aparece en la visa de los muchachos zaragocistas, en algunos casos de veteranía, de manera sorprendente por motivos obvios.

Por enésima vez, pierden todo interés previo esos detalles otrora interesantes para el debate, como la alineación inicial, el sistemá táctico que vaya a utilizar Láinez o los aderezos extra de cada partido (en este, por ejemplo, la presencia de Ángel Martín González como director deportivo ovetense tras haber salido por la puerta de atrás del Real Zaragoza ). En Oviedo, en la noche de este sábado, el foco de luz principal sobre el escenario solo apunta al marcador. A los guarismos que se reflejen en él cuando el árbitro, el andaluz Figueroa Vázquez, pite el final a eso de las 11 de la noche. El lo único sustancial de veras. Por lo que los protagonistas que luzcan el uniforme del Real Zaragoza en la capital de Asturias deben dejarse la vida durante hora y media. Lo demás, en el fondo, es irrelevante. Así estamos a 20 de mayo de 2017. Parece mentira. Pero es la pura verdad.

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