Paco Flores y Raúl Agné. Dos entrenadores de sangre aragonesa, venidos al Real Zaragoza desde Cataluña en tiempos de Segunda División. Dos tipos de personalidad singular, de carácter fuerte. Con varias coincidencias en su modus operandi y, seguramente, con muchas más diferencias en el global de su trabajo y su presencia.

La fotografía que en la mañana de este viernes se pudo captar en La Romareda, con Agné sentado encima de un balón, a modo de silla, observando tocado con una gorra un tramo del entrenamiento, evocó a un antecesor suyo, Paco Flores, que tenía las mismas costumbres. Observar las dos fotos que ilustran este recuerdo invita también a establecer una comparativa que une el actual 2017 con aquel cada vez más lejano 2002.

Han pasado 15 años desde que Flores, mitad de Borja, mitad de Ambel, aunque nacido y criado en Barcelona, vino al Real Zaragoza de Segunda para intentar ascenderlo. Lo consiguió. Ahora, Agné, natural de Mequinenza y llegado desde tierras de Gerona en octubre para sustituir a Luis Milla, tiene casi imposible emularlo.

Dejemos que sea un ejercicio libre el de relacionar aquel Real Zaragoza de la era Solans con el actual de la supervivencia tras los efectos desoladores del agapitismo. Aquel fue el primer descenso tras 25 años consecutivos en Primera División. Un momento de trauma profundo para más de dos generaciones de zaragocistas que jamás habían pisado la categoría de plata. Eso lo lidió desde el banquillo Flores. Este año 2017 es el cuarto encadenado en Segunda, algo que no sucedía desde los años cuarenta del siglo pasado. Otro episodio lacerante para casi todo el zaragocismo, que jamás pasó por esto. Ahí, en ese territorio hostil, está padeciendo las descargas eléctricas del banquillo del Real Zaragoza Raúl Agné.

Flores y Agné. Dos tipos con nexos de unión, a la vez que dispares. ¿Cuántas semejanzas y cuántas diferencias hay entre dos técnicos que se sientan sobre los balones y portan gorra de visera?