Agné, a mal tiempo, buena cara

El entrenador del Real Zaragoza, confirmado una semana más por el club, no dejó de sonreir y jugar con un balón mientras la prensa estuvo en el campo.

Raúl Agné es consciente de su extraordinaria situación como entrenador del Real Zaragoza. De las complicaciones que genera su destitución. El de Mequinenza sabe que, con 5 puntos de los últimos 24, en una racha difícilmente sostenible a estas alturas de campeonato cuando se está al frente de un equipo cuya aspiración es la pugna por el ascenso a Primera, en condiciones normales ya habría sido planteado su relevo. Agné tiene claro que sus credenciales, siendo el segundo técnico de la temporada (vino en octubre a sustituir a Luis Milla), no tienen defensa: 19 puntos ha logrado el equipo de los 48 que ha disputado en las 16 jornadas bajo su mando. Sí, 19 de 48. Es decir, apenas el 39 por ciento de ellos. Cifras insostenibles.

Agné lleva varias semanas encastillado. "Hemos hecho un círculo alrededor del vestuario y no nos importa nada de lo que sucede fuera, no nos afecta", ha dicho el preparador del Real Zaragoza varias veces en este tiempo de espiral de crisis incontenible. Él ve progreso en la solvencia y la calidad del juego del grupo donde el resto aprecia una dinámica negativa evidente, como los números se encargan de berrear cada fin de semana.

Nada tiene que perder en estas circunstancias. Agné vive vidas extra cada día que pasa. Conoce que su caso está encriptado en un logaritmo de gestión que no se suele dar muchas veces en el mundo del fútbol pero que, esta vez, en Zaragoza, sí se ha dado. Agné ha cambiado su modo de ser desde que, a finales de enero, comenzó a tomar cuerpo el descarrilamiento general del equipo, su caída en la clasificación, su pérdida paulatina de opciones de pelear por el ascenso. Ya no es aquel entrenador campechano del principio, que pareció entender a lo que venía y a dónde venía. Hace días que agrió su tono, que empezó a irse del eje concéntrico en el día a día y a pisar terrenos impropios de alguien cuya rentabilidad en su puesto de responsabilidad es tan escasa.

La marcha súbita de sus valedores en el área deportiva, Narciso Juliá y Albert Valentín, ocurrida hace 18 días, terminó por dejarlo solo, aislado de la realidad externa y gravitando en una ubicación que no responde a la normalidad hace cada vez más tiempo.

Raúl Agné mantiene una pose de calma y fortaleza mental desde hace varias semanas que, en medio de la que está cayendo alrededor del equipo, solo cabe si es capaz de abstraerse de la realidad mediante procesos hipnóticos o, quizá, si en verdad no es tal. "Estoy perfecto. Perfecto. Con la misma ilusión del primer día. Con la misma fuerza. Encantado. Encantado. Consciente de la realidad, pero encantado. Me siento bien", es una de sus autodefiniciones recientes. "Ahora me siento cojonudo. Me siento cojonudo y con muchas ganas de luchar", es otro selfi de Agné sobre su estado personal.

En la mañana de este lunes, en la Ciudad Deportiva, 12 horas después de perder 1-2 frente al vicecolista, el Nástic de Tarragona, y quedarse el Real Zaragoza asomado al abismo del descenso a Segunda B con los síntomas más preocupantes de los últimos 70 años en la historia del zaragocismo, Agné ha puesto en marcha la nueva semana como si no pasara nada extraordinario. Con su talante de desenfado de las últimas fechas; con gestos risueños con los jugadores (éstos, mucho más cariacontecidos en muchos casos); jugando con los balones mientras charlaba con su segundo, Rodri...

Tal vez no sea cuestión de dramatizar el presente. Ni de elevar a solemne y catastrófica la crisis que afecta al Real Zaragoza desde hace dos meses. Así lo debe entender Agné, en medio de su atípica situación en el día a día del club.

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