baloncesto

Dylan Ennis, entre Jekyll y Hyde

El escolta canadiense, impreciso y gris hasta entonces, abanderó la victoria de Casademont contra Brindisi con una segunda prórroga sobresaliente. 

Ennis intenta una penetración a canasta en un momento del partido del Casademont frente a Brindisi.
Ennis intenta una penetración a canasta en un momento del partido del Casademont frente a Brindisi.
TONI GALAN

Atrapado entre dos partidos que no estaba jugando -la dulce resaca de la prestigiosa victoria contra el Real Madrid y la expectativa del próximo reto liguero contra Estudiantes-, el Casademont Zaragoza sacó adelante una victoria apurada y extenuante frente a Brindisi en la Champions League con un baloncesto denso y brumoso, alejado del academicismo que preside su estilo en el día a día de la Liga ACB. Debió fiarlo todo a la figura de Dylan Ennis cuando el canadiense, precisamente, menos garantías de supervivencia ofrecía después de una noche de muñeca rota y porcentajes tenebrosos. Pero Ennis es talento salvaje para lo malo y para lo bueno, y su segunda prórroga rescató a Casademont de un partido que parecía empeñado en perder. Le zurció a los italianos 12 puntos de sus 21 totales en esos cinco minutos y liquidó el duelo.

En cierto modo, el triunfo debía llegar así. Fue una victoria poco canónica del Casademont. Porfirio Fisac, su entrenador, lo explicó tras el partido, subrayando que el baloncesto de competición europea se aleja de los modos y formas del que se juega en ACB. “Nos están haciendo un baloncesto muy distinto. Estamos teniendo problemas de adaptación a estos equipos con tantos americanos, tan físicos y compactos”, señaló. El entrenador se refería exactamente a lo que le propuso Brindisi: contacto, exigencia atlética, velocidad, cuerpo a cuerpo, unos contra uno… Atributos y recursos poco presentes en el baloncesto de tejido colectivo, pizarra y armonía del equipo aragonés. Si alguien los posee en la plantilla, es precisamente Dylan Ennis. Y así fue: a Brindisi había que entrarle al juego, al juego de sus americanos Thompson, Martin, Brown o Stone. Ennis se encargó de ello en una heroica prórroga. Su partido hasta entonces se había resumido en cinco puntos y una canasta encestada de nueve tiros. Malas decisiones, precipitación… Ennis no hilaba. En el último minuto del partido había derramado tres ataques para ganar.

Sin embargo, conforme se acumulaba la fatiga y llegaba la hora del ácido láctico, con la llegada de la prórroga, más necesario se hizo Ennis. En la primera, fue cogiendo temperatura. Encestó, a cuatro segundos, y dos puntos abajo, los dos tiros libres que tanto le quemaron antes a San Miguel. Ahí, míster Hyde se transformó en doctor Jekyll: Ennis asumió el mando, enderezó su mano y sacó su carisma, aceptando el duelo, un cara a cara descomunal con Tyler Stone (27 puntos, 19 rebotes y 5 asistencias). El partido se lo iban a jugar entre ambos, a cara de perro, como en el Oeste. El escolta canadiense firmó 12 puntos en un pestañeo, con una variada facturación: dos triples dieron vida al Casademont y dos penetraciones se la quitaron a Brindisi. Aún completaría su carta de anotación con dos tiros libres.

Su equipo se colgó a su espalda. Los ataques de los zaragozanos, lejos de la habitual, apenas tenían fluidez y automatismos. Era ‘balón a Ennis’, mientras sus compañeros le limpiaban el camino con aclarados. Y así ganó el Casademont más individual del año: si a la pandilla de Fisac le define su cultura colectiva, la ausencia de iconos en sus victorias, frente a Brindisi no fue así. El triunfo fue obra y gracia de la imprevisible inspiración de Ennis. Así también vale. 

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