Iván Azón

Iván Azón, en el campo de entrenamientos de la Ciudad Deportiva.
Iván Azón, en el campo de entrenamientos de la Ciudad Deportiva.
Oliver Duch

Desde una determinada perspectiva, Iván Azón iba en franco camino de considerarse el principal refuerzo del Real Zaragoza en el mercado de invierno que acaba de cerrarse, una idea que en este momento debe situarse en cuarentena. El joven delantero aragonés no se entrenó ayer con el grupo de compañeros de plantilla, tampoco lo hizo en trabajo individual, en el gimnasio de la Ciudad Deportiva, y el club ha decidido guardar silencio acerca del contenido de las pruebas radiológicas que se le han efectuado.

Como las roturas de fibras y lesiones musculares tienen, además, un punto traicionero, de misterio, la prudencia obliga a un nuevo compás de espera: a la espera del regreso de Azón a los entrenamientos, a la evolución de la zona en la que sintió molestias en el transcurso del partido disputado el pasado lunes contra la Ponferradina –y que le obligó a retirarse del estadio de La Romareda– y a la espera, también, de lo que digan sus propias sensaciones.

Por el momento, la esperanza de un regreso más o menos breve descansa en las palabras que pronunció Juan Carlos Cordero, director deportivo, en la rueda de prensa de valoración del cierre de mercado, en la que señaló que el jugador no sufre una rotura fibrilar.

A partir de aquí, resulta harto sabido que si Iván Azón está sobre el terreno de juego y en adecuado estado de forma, el Real Zaragoza es uno. Si no, deviene en otro. De su sociedad con Giuliano Simeone, sólo hay constancia de unas breves pinceladas, promesas suspendidas en el aire y que no han podido tomar cuerpo más consistente que el escasamente presenciado.

Llamado a ser una pieza importante en la presente temporada, Azón únicamente ha podido disputar hasta aquí diez encuentros, a lo largo de los cuales ha disputado algo más de cuatrocientos minutos de competición. Probablemente, este sea otro de los grandes hándicaps de la presente campaña, uno de cuyos primeros paganos resultó Juan Carlos Carcedo, a quien consumió, en buena parte, la ausencia de gol.

Sin ser hasta la fecha un destacado goleador, a nadie escapa el tremendo peso del canterano en el devenir del primer equipo durante las dos pasadas campañas, en las que tanto estuvo en juego. Su influencia ha sido global. No se ha ceñido a una estricta función de primer o segundo delantero. Ha desbordado ampliamente estos límites y ha ido mucho más allá de las posiciones de vanguardia. De su energía y vigor nació, en apreciable medida, la recuperación de un bloque que estuvo muerto. Por su frescura se quebró el miedo. Por su coraje se rompió el molde que hacía de cartón al Real Zaragoza. Por supuesto, también hubo en su autoría goles cruciales, que significaron puntos, sumas de ventajas y tranquilidad colectiva. Salvación, a fin de cuentas. Si Iván Azón se ha cargado, finalmente, de la responsabilidad de ser Iván Azón, carga que acaso tenga su traducción a nivel físico, a nadie debería extrañar por otra parte. Hasta aquí, no ha habido un ‘9’ que le haya ayudado en este sentido. A su lado, han desfilado vetaranos, supuestos expertos, especialistas que lo fueron, nacionales, extranjeros...pero ninguno consiguió acercarse a su papel, ni siquiera a asentarse mínimamente en los engranajes del equipo. Se prometió mucho en el último capítulo, el relativo a la incorporación de Pape Gueye. Pero el fútbol siempre revela su verdad, a ojos de todos. El Real Zaragoza sigue necesitando a Iván Azón en su entramado. Esta temporada, también.

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