Ningún equipo aragonés de élite tiene mascota... por fortuna: así de peculiares son en el fútbol español

Algunas resultan... inquietantes. Muchas no invitan a hacerse una foto con ellas.

Las mascotas comenzaron a arraigar en el fútbol a través de los campeonatos mundiales. Para el recuerdo queda Juanito, el niño mexicano que en el verano 1970 puso la cara más amable del campeonato, nuestro icónico Naranjito o Striker, aquel perrito de USA'94 cuya imagen se estampó hasta la saciedad en todo tipo de productos conmemorativos.

Precisamente fue Estados Unidos el país que se encargó de darle un giro al tema de la mascota. Pioneros en todo lo relativo al merchandising y al deporte-negocio, los grandes recintos deportivos norteamericanos (incluimos aquí a Canadá) abrieron sus puertas en los 90 a los enormes disfraces que, vestidos por un adulto hecho y derecho, animan el graderío, sobre todo a su sector infantil.

La idea tardó en arraigar en otras latitudes. Los principales clubes de fútbol de Aragón, por ejemplo, no tienen mascota (aunque sí algunos más modestos como el equipo de Osso de Cinca). En el resto de España, la iniciativa ha ido entrando con cuentagotas. Aunque, a la vista de algunos de los personajes que se han creado, más bien parece que se ha introducido con calzador. Quizá el ejemplo más famoso en las redes sociales sea Roelio, el líder de la afición juvenil del Pontevedra.

El conjunto gallego, ahora en Segunda B, ganó prestigio en la década de 1960 a raíz de plantar cara a los equipos más fuertes de la Primera División. Se hablaba del equipo granate como "un hueso duro de roer", germen del grito de guerra de sus aficionados: "hai que roelo" ("hay que roerlo", en gallego). Varias décadas después, aún con la tonadilla en la boca, el club decidió plasmarla en un simpático personaje, Roelio, una tibia que no ha pasado desapercibida en las redes sociales e, incluso, en algún programa televisivo que no ha dudo en calificarlo como "la mascota más fea del mundo". Juzguen ustedes en la galería de imágenes adjunta si el pobre Roelio y sus amigos merecen un epíteto tan severo.

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