Un Zaragoza de cartón

Irreconocible e impotente, el equipo aragonés cae con justicia en Alcorcón. Un tanto de Plano descosió a un conjunto débil de juego y pobre de gol.

Rico, en una subida por la banda, no puede evitar que Nelson le corte el avance.
Rico, en una subida por la banda, no puede evitar que Nelson le corte el avance.
enrique cidoncha

La derrota fue mala, un montón de arena en la garganta, pero los modos son los que lanzan la severa advertencia de que el Zaragoza camina por una fina cornisa, con la ruina abriendo el vacío a un lado si no se afrontan algunos de sus graves problemas de fondo. Un fútbol invernal, en una tarde de perros, definió a los aragoneses y provocó su derrota en Alcorcón, fruto de un gol de Óscar Plano que dio paso a un tipo de escenario en el que el Zaragoza juega con los pies anudados: con un gol en contra, las respuestas escasean tanto como la capacidad creativa de sus futbolistas.


La consecuencia principal del naufragio en Santo Domingo es el desplome clasificatorio, desalojados ya de los puestos nobles de esta Segunda División de rendimientos y posiciones tan mudables. En este sentido, al Zaragoza se le ha caído el abrigo de los números. Y ya se sabe. Cuando esto sucede, todos los problemas salen al escaparate de las vergüenzas.


Al Zaragoza, el Alcorcón le arrancó el alma en una primera mitad con fútbol de trincheras y sablazos. Y eso es lo peor: el equipo aragonés no solo perdió un partido, sino que también extravió su ser, su identidad, las razones y los valores que le habían impulsado durante dos meses en la clasificación. Fue, en definitiva, un Zaragoza de cartón, irreconocible y desnaturalizado. Nunca ofreció argumentos en Alcorcón que le acercaran siquiera a la victoria.


Desde el primer instante, el partido fue cosa madrileña. Popovic introdujo algunas variantes en su plan, aunque sin trastocar la anatomía táctica. Fue titular Marc Bertrán en el lateral derecho. Pedro desplazó a Ángel en el extremo diestro. Y Aria Hasegawa salió como tercer hombre del mediocampo. El japonés sintetizó las calamidades del Zaragoza: fue devorado por la incandescencia y la agresiva puesta en escena de los centrocampistas del Alcorcón. Desde luego, no parecía el mejor escenario para un jugador inadaptado aún al juego de Segunda. Esto, desde luego, no es el fútbol del Pacífico.


El Alcorcón comenzó a acercarse a Bono fruto de su éxito en las batallas particulares. El Zaragoza fue así superado donde hasta ayer había expresado sus fortalezas, en el cuerpo a cuerpo, en el temperamento, en la contundencia y la musculatura del centro del campo. Es complicado conseguirlo cuando los futbolistas que levantaron ese estilo competitivo no están. Wilk y Diamanka, por lesiones. Y Erik Morán porque vivió su peor tarde en el Zaragoza. Aria fue una fisura obvia, y el Alcorcón también puso de su parte, ganándole Muñiz a Popovic la partida en el tablero, con el puntual posicionamiento de Fausto, la calidad de Campaña y un oceánico Natxo Insa, un Doberman que fue el dueño del partido.


En ese punto del campo, un Zaragoza desatinado y espeso con la pelota, sin control, perdió el choque. El gol de Óscar Plano, aprovechando un fallo de Cabrera, recompensó esa superioridad. En el Zaragoza, lo habitual: ni un destello ofensivo más allá de un remate revirado de Ortuño. Hinestroza y Pedro pasaron de puntillas por Santo Domingo, con malos controles el primero y malos toques el segundo, y el suministro creativo del Zaragoza entró en cortocircuito. Antes del descanso, David Rodríguez aún pudo dinamitar más el duelo, pero Bono, como toda la tarde, se impuso en el arco.


Al segundo acto, el Zaragoza entró con más artillería. Salió Ángel por Aria y el equipo se ordenó en un 4-4-2. Fue la primera intervención ambiciosa –y lógica– de Popovic. Le siguió la entrada de Sergio Gil por Morán. Y la de Jorge Díaz por Marc Bertrán. Pero el juego no funciona como las matemáticas. La sobrecarga de atacantes no se basó en unos fundamentos, en un poso de ideas y naturalidad: no por atacar con más se hace mejor. Solo Diego Rico, con sus pulmones de hierro, empujó al equipo hacia arriba con cierta eficacia. Apenas se tejieron acciones gobernadas por el control y la serenidad. El Zaragoza se articuló en un 3-4-1-2 que tenía el rostro de la desesperación, con Hinestroza de enganche y Pedro de mediocentro. Nada funcionó.


Para entonces, el Alcorcón había plegado velas, sujetado, además, por un sobresaliente Djené. En toda la segunda mitad, el registro de ocasiones fue mayor en la página de los madrileños: Insa lanzó al lateral de la red, Campaña a la punta de los dedos de Bono, también Djené… no fueron muchas, pero claras. En el Zaragoza, en cambio, ni lo uno ni lo otro. Apenas un escarceo de Hinestroza y un balón final de Ortuño. Lo preocupante es que esta carencia se ha convertido en incómoda norma.


Un aspirante al ascenso no puede acumular tres jornadas sin marcar. El Zaragoza es el entierro del gol. Necesita cirugía de urgencia: en la pizarra y en los despachos. Con su actual catálogo de hombres de ataque, no le alcanza. Faltan cuatro partidos para el mercado de enero. Parecen pocos, pero para este Zaragoza pueden ser muchos. Demasiados.


Y quizá decisivos.

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