Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

la voz de mi amo

Del casete al 4K: el saqueo tecnológico

Melómanos y cinéfilos han gozado en las últimas décadas con los avances técnicos de soportes y reproductores de música e imagen, pero en el camino -que se intuye, programado por la industria- nos hemos dejado un dineral.

Una de las modernas pantallas con función 4K, pero sin uso para ello, al no emitir ningún canal de TV en este formato.
Una de las modernas pantallas con función 4K, pero sin uso para ello, al no emitir ningún canal de TV en este formato.
Archivo de Matías Uribe.

A la memoria del inolvidable amigo Juan

Por razones que no vienen al caso, asisto -digamos que a distancia- al vaciado del piso de un buen amigo de la familia, que se nos fue semanas atrás. Era un fervoroso de la música, el cine y la tecnología. Y por eso, almacenaba en casa piezas de todo tipo, desde viejas casetes con créditos en japonés, fruto de sus muchos viajes por el mundo como marinero, a vinilos, cintas de VHS, CD’s, DVD’s, blu-rays…, amén de toda clase de reproductores, desde el lejano tocadiscos a artilugios varios: equipo de HI-FI, radiocasete, vídeos beta y VHS, walkman, cedés, deuvedés, ordenador, blurays…, amén de diversos dispositivos de almacenamiento entre memorias USB y discos duros portátiles. Un tesoro. Una vida de 80 años tras todo este arsenal.

Reproductor de cintas VHS de marca Hitachi.
Reproductor de cintas VHS de marca Hitachi.
Archivo de Matías Uribe

Pero al tiempo, un museo, un espejo del tiempo tecnológico vivido en el último medio siglo que me lleva a una reflexión, no única, pero sí consistente, creo, de peso: ¡cuánto hemos gozado quienes hemos seguido la ruta tecnológica del consumo de música y cine en casa en las últimas décadas, pero qué saqueo tecnológico! ¡Cuánto dinero voló del bolsillo y de las cuentas corrientes con destino a la inversión en aparatos y en ese barbarismo ya adoptado como natural en estos tiempos, en devices, para almacenar y reproducir discos y películas! Aparatos, devices, que en uno-dos-tres años dejaban obsoletos a los anteriores.

Ha sido, y sigue siendo, una ruta, adivino, estratégicamente programada por las multinacionales del sector para esquilmar los ávidos bolsillos de los aficionados a la imagen y al sonido, siempre dispuestos a invertir en los nuevos avances... ¿Avances? No. Pienso que eran, y seguirán siendo, avances artificiales, ya inventados previamente, pero soltados progresivamente con cuentagotas para avivar la imperiosa necesidad del consumidor a disfrutar de sus cacharritos, de ponerse al corriente, y, por tanto, de esquilmarlo. ¿O es que cuando se inventó, pongo por caso, el disco duro de 1 giga, no se conocía el camino para desarrollar el de 5 teras? ¿O la evolución del reproductor de CD’s? Al principio, solo leía discos originales; después, los grabados en el ordenador, los CD-R... Un camino similar al del DVD: originales, DVD-R, doble capa… Y decenas de ejemplos más, cada vez saltando, de año en año, o de dos en dos, a un nuevo nivel más alto de prestaciones. No digamos, el camino de las televisiones de plasma y led hasta desembocar en el 4K. Habrá que cambiar el famoso aforismo del “nos han engañado como a chinos”. No. Han sido, precisamente, los chinos y, por extensión general, los asiáticos quienes nos han engañado a los europeos y al mundo en general, planificando la salida al mercado de sus inventos de manera escalonada y organizada, en función de sus intereses económicos para atacar el bolsillo de los consumidores más compulsivos.

Viejo magnetófono de bobinas Geloso, de los años 60.
Viejo magnetófono de bobinas Geloso, de los años 60.
Archivo de Matías Uribe

En ese museo cercano y doméstico del amigo ido está recogida la evolución tecnológica de las cinco últimas décadas en lo que respecta al consumo de música y cine en casa. Y también el saqueo, la progresión del dineral que gastó. Como tantos otros locos de su cuerda. No quiero remontarme a tiempos pretéritos en que hacerse con un tocadiscos o un magnetofón de bobinas era privilegio de unos pocos. ¡Dios mío, aquel tocadiscos Dual, aquellos magnetofones Philips…, un lujo! La radio era el mayor consuelo, por no decir que el único, para escuchar música en casa. Personalmente, el primer reproductor fuera de la radio que llegó a casa, de la mano del hermano mayor, fue el modesto Geloso italiano que aún conservo. Había que tener un amigo o allegado con tocadiscos para llevarlo a su casa y, al aire, con micrófono, porque no llevaba entrada directa, grabar lo que buenamente se podía; claro, entre chasquidos y alguna otra voz de por medio. Eran los finales de los sesenta. Y, sí, ya sé que colocarse el disfraz de abuelo Cebolleta es arcano y chocho, pero, ¡qué diantres!, es historia cotidiana de este país, de cómo fuimos no hace tanto, vivencias de muchas gentes que derramamos emociones, diversión y vida en torno a aquellos tótems domésticos.

Radio casete de los años 70, una revolución en aquella década.
Radio casete de los años 70, una revolución en aquella década.
Archivo de Matías Uribe

El casete fue la gran revolución tras el tocadiscos. Increíble: ya no hacía falta afinar los dedos para ensartar las cintas en las bobinas, como en los viejos magnetofones. Una simple pastilla evitaba aquellas incomodidades. Y lo más grande: permitía grabar tanto al aire como con toma directa y llevarla después a diversos reproductores, desde pletinas HI-FI a los voluminosos guetto blasters y radio casetes, a los walkman, y cómo no, al coche. Aquellas pastillas reinaron en los setenta y los ochenta, si bien los aficionados más exigentes optábamos por el equipo HI-FI, la nueva revolución de aquellas dos décadas, con sofisticadísimas marcas y otras económicas en amplificadores, pero muy eficientes, de montaje casero, que aquí mismo, en Zaragoza, fabricaba la empresa Clarivox en el polígono de Malpica (fue, por cierto, mi primer equipo, que yo mismo ensamblé, altavoces incluidos).

Equipo HI-FI, otra de las grandes revoluciones de los 70 del sonido en casa.
Equipo HI-FI, otra de las grandes revoluciones de los 70 del sonido en casa.
Archivo de Matías Uribe

Los equipos HI-FI no solo ofrecían una reproducción esplendorosa de los vinilos -de los elepés, como se decía entonces, nada de vinilo, que eso fue invento posterior, un anglicismo derivado del inglés-, sino que cortaba de raíz uno de los grandes inconvenientes de las casetes: la salida de las cintas, los engorrosos rebobinados con el boli BIC…, ¡menudos zapatiestos! Pero, claro, para ello, para disfrutar del sonido cristalino y potente, había que estar en casa al lado del armatoste del HI-FI porque no era cuestión de trasladar el equipo al coche, que ahí el servicio prestado por las cintas de casete fue impagable. Un complemento lujoso en la época a aquellos equipos de sonido -todavía imprescindibles para buenos melómanos- fueron las grandes pletinas de bobinas. El sibaritismo se alimentaba poderosamente, solo para economías pudientes, que las pletinas valían un potosí.

Pletina de bobinas magnetofónica de los años 70.
Pletina de bobinas magnetofónica de los años 70.
Archivo de Matías Uribe

Pronto, iniciados los ochenta, llegaría a casa otro armatoste casero: el vídeo. Y no está mal traída la palabra armatoste: el primer reproductor, el Beta de Sony, sobrepasaba los quince kilos. Y si a ello se le añadía una cámara para rodar en la calle, era como transportar un tonel, ¡qué sudores! Aun así, hubo algún valiente (y pudiente) que salió a los parques a rodar. Luego, con la derrota del Beta por el VHS, de la marca JVC, el peso se aligeró, aunque la calidad disminuyó. Nacieron los videoclubs y floreció un nuevo y próspero mercado que hizo las delicias de cinéfilos y gentes ociosas los fines de semana. Un paso fallido en la evolución de la reproducción de la imagen casera fue por aquella época el láser disc, que no prosperó, como años antes fracasaron los cartuchos cuadrafónicos. Carísimo y tirando a armatoste.

El primer reproductor de vídeo que llegó al mercado en España, en los inicios de los 80, el Beta de Sony.
El primer reproductor de vídeo que llegó al mercado en España, en los inicios de los 80, el Beta de Sony.
Archivo de Matías Uribe

En ello estábamos, cuando apareció el CD. Algo inaudito. Llegaban previamente noticias desde Japón sobre sus bondades -no se rompe, no se raya, no hay ‘fritura’ como en los vinilos…- y no dábamos pábulo. Una galaxia lejanísima. Pero qué va, en un pis pas entró en España. Aquí mismo, en Zaragoza, Sony presentó el invento a lo grande, en un lujoso hotel ante una treintena de periodistas e invitados y como si de una atracción circense se tratara. Los ¡oh!, ¡ah! de asombro estallaban en los rostros de la concurrencia. Gran avance, sí señor, una nueva mina…, pero allí estaba el troyano que a la larga dinamitaría no solo las formas de consumo sino a la misma industria discográfica.

Desterramos entonces los discos de plástico y nos pasamos a la tecnología digital. Las tiendas, en general, hicieron lo propio, arrinconando los vinilos. Empezaba, allá por los finales de los ochenta y comienzos de los noventa, una nueva era, una nueva revolución, la digital, que engordaría con la llegada del DVD. A finales de los noventa y sobre todo en los inicios de este milenio tumbó a las cintas VHS y se erigió en el soporte cinéfilo y sonoro por excelencia.

A la par, los ordenadores entraron también en el ámbito doméstico y con ello, nuevos descubrimientos, nuevos desembolsos, nuevos gozos, pero también nuevas tragedias. Con Internet volando ya sobre nuestras cabezas y con el famoso top-manta en las calles, la industria discográfica se fue a pique. Curiosamente, la misma industria, caso de Sony, lloraba el deceso mientras por otra vereda fabricaba artilugios de copia. En la década primera del milenio grandes multinacionales engulleron a otras grandes y por supuesto a las compañías pequeñas, y cerraron tiendas y fábricas digitales. Hecatombe total. 

Mas la industria audiovisual prosiguió su ‘saqueo’, abriendo compuertas dosificadamente. Al DVD le siguió el blu-ray: más calidad y mayor capacidad de almacenaje. Y los discos duros en ordenadores y fuera de ellos fueron aumentando gradualmente su capacidad de almacenaje: 500 gigas, un tera, dos teras, tres teras, cinco… Y las teles fueron subiendo de pulgadas… Siempre dosificadamente, poquito a poquito, para que, paso a paso, se fueran eliminando viejos ‘devices’ y se optara por los más nuevos. Es decir, mordiendo el bolsillo. ¿Alguien se cree que no se podían haber ofrecido desde el primer momento aquellas grandes capacidades de almacenamiento que hoy están disponibles y que irán aumentando en el futuro? O esas pantallas planas de TV led: ¿no las podían haber sacado con los tamaños grandes de hoy desde el primer momento que arrumbaron a los panzudos televisores de tubo trinitrón? Yo pienso que sí, que el invento estaba descubierto y que todo era, y sigue siendo, voluntad para desarrollar los chismes tecnológicos de inmediato; pero dar el paso de forma tan drástica y rápida hubiera sido matar la gallina de los huevos de oro, desanclar a la clientela de la cuenta de resultados de los fabricantes, y claro, no es ni será cuestión.

Nos han engañado, como nos engañaron con aquellas televisiones panzudas de los noventa, que, si no tenían dolby y Nicam, que nunca implantaron las cadenas televisivas, había que rechazarlas. O como nos han engañado recientemente con el famoso 4K: todos los nuevos televisores presumiendo del nuevo formato de imagen y ninguna cadena generalista del mundo emitiendo en él. Y ya están en el 8K y lo que te rondaré morena. Que eso es el saqueo digital: subida lentamente del listón tecnológico, cuando no, poner en el mercado artilugios que no pueden cumplir sus funciones pero que abren el apetito de los insaciables del audiovisual. Hacer caja.

El museo vaciado estos días habla por sí solo de lo que ha sido el goce audiovisual del último medio siglo, de la velocidad vertiginosa con la que se ha desarrollado la industria del audio y del vídeo, pero a la vez de la esquilmación de bolsillos. Algún paso intermedio podría haber ahorrado la industria y algún euro nos hubiera ahorrado también a sus clientes, no digamos este cementerio de viejos artilugios que ahora duermen el sueño de los justos en muchos domicilios. Estaría bien, por cierto, sería curioso, que cada cual (aquí o en mi Facebook) diera cuenta de las piezas de su cementerio tecnológico…, lo que puede aflorar.      

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