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por Matías Uribe

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El reguetón: que Dios nos coja confesados

Se dice que este ritmo larvado en Latinoamérica copa el interés mediático, pero hiere la sensibilidad, es signo de una sociedad entontecida.

El cantante colombiano, Maluma.
El cantante colombiano, Maluma.
Efe

A lo largo de su historia, la música popular ha sufrido no pocas anomalías, forúnculos y hasta gangrenas. Enfermedades sonoras que tarde o temprano se curaron y hasta desparecieron de las consultas médicas de los doctores pop. Desde las horteras canciones del verano a los ídolos teenagers de los 80 (Pecos a la cabeza), por no profundizar en exceso, el listado es grande, y tampoco es cuestión de masoquismo y de perder el tiempo reflotando aquellos virus.

Porque bastante tenemos en este milenio como para flagelarse con el pasado más remoto. Un milenio que desde la irrupción de los triunfitos a las pseudo divas norteamericanas de plástico o los raperos están copando el terreno mediático de la música pop, desplazando y hasta borrando a sus representantes más genuinos y notables, a quienes realmente, desde Elvis Presley a los Beatles, Rolling, Dylan, Cohen, Hendrix, Bowie, Pink Floyd, U2, Nick Cave… o los más contemporáneos Radiohead, Arcade Fire, The National, The War On Drugs…, han cimentado las bases de la historia del rock, por no extenderme a otros géneros mayúsculos como el folk, el soul, el blues…, y, por supuesto, el jazz. Lo que nos faltaba era el reguetón.

Hace unos días, un medio nacional aireaba los logros del género importado de Latinoamérica, tratándolo de “nueva realeza de la música”. Ahí es nada. A tal grado de degradación periodística y musical se ha llegado. Lo que quizá explique la huida de muchos viejos lectores de diarios de unos medios en los que ya vale todo y en los que no existe el más mínimo criterio de exigencia artística y hasta intelectual. De obligada criba.

Digámoslo claro: el reguetón es el pináculo mayor de la nulidad creativa, un sonido (no me atrevo ni a calificarlo de música) absolutamente primario, simplón y monocorde en el que solo existe la oquedad mental, con unas vulgares voces, tontunas e insignificantes, maridadas con el rap, unos ritmos sintéticos paupérrimos y unos textos llenos de necedad cuando no de sexismo insultante o de superficial contestación social, aunque algunos intenten hacer ejercicios de filosofía barata a la contra. Naderías absolutas, fruto de una incultura musical y se diría que genérica, que aturde si no ofende a la inteligencia. Signo de una sociedad entontecida.

Y, sin embargo, es lo que actualmente mola, “la realeza musical” de hoy día, según el artífice del espantajo periodístico aludido. Sus intérpretes más notables, que me resisto a nombrar, son multimillonarios, con grandes cifras de escucha en las plataformas digitales y a los que (¡toma ya afirmación categórica!) “prácticamente todos los grandes del pop han unido su talento”, según el figura que firma el panfleto, porque una aprovechada Madonna, en su más infame decadencia, ha grabado una canción con uno de ellos, como bien lo señoreó el pasado festival de Eurovisión en una de las jugadas de marketing más nefastas y de degradación mental que ha ofrecido el famoso certamen en toda su historia. Por si fuera poco, festivales como el Coachella o el Primavera Sound se prostituyen dando entrada al engendro.

¿Qué ocurre? ¿Tan mal anda neuronalmente un sector mundial de la gente joven para dejarse llevar por estas grasientas manifestaciones sonoras? ¿Cómo es posible que el buen gusto, la exigencia artística, la sensibilidad, la creación, se haya borrado de las mentes de muchos adeptos de este género larvado esencialmente en países latinos como Colombia, Puerto Rico y Panamá? “Estamos predestinados a extinguirnos, y no tardando mucho”, se afirma en un comentario al artículo citado, donde se le zurra la badana de lo lindo, al género y al autor del reportaje, y por ende al medio que lo alberga.

No creo que llegue a tanto pese a que el propagandista del infecto ‘perreo’ afirme con una insultante contundencia que “ya nadie le cierra la puerta”. Será fiebre pasajera, idiocia transitoria, creo y espero, como algunas de las gangrenas pasadas, por mucho –insisto- que el ínclito autor del reportaje afirme de una forma ofensivamente categórica “que se trata de un estilo musical hasta hace poco denostado pero ante el que el mundo entero ha terminado claudicando”. Uffff, esperemos que no sea así, que en el mundo queden todavía miles, millones, de mentes intelectualmente sanas. Que seguro que sí. Y si no, Dios nos coja confesados.

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