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por Matías Uribe

música

‘Prodigios’, el pertinente autobofetón de TVE

El programa de La 1 muestra otra España joven que cultiva el esfuerzo, la pasión y la sensibilidad por la música clásica, la base de las artes.

La soprano Ainhoa Arteta.
La soprano Ainhoa Arteta.
Agencias

Me quedé estupefacto, de piedra, flipando en colores, que diría un modernillo de hoy. El sábado pasado por la noche andaba uno de excursión televisiva, saltando de cadena en cadena, cuando nada interesante hay que te retenga, y menos aún la sectaria y reiterativa Sexta con sus tertulianos a piñón fijo y su insano monocromatismo izquierdoso, que hace que las entrevistas a algún político no sean entrevistas sino acosos (bochornoso hace una semana el acorralamiento a Rivera), pues como digo, andaba zapeando cuando me topé con una adolescente cantando de manera sobrecogedora el Hallelujah de Leonard Cohen. ¡Leñe! ¿Qué es esto? Ya no quité la vista ni el oído del programa hasta que terminó, por lo que, perplejo y conmovido ante lo presenciado, en sesión continua, me fui a RTVE a la carta a indagar.

Le dí al play de la emisión anterior, la del sábado 30 de marzo, y allí apareció un mozalbete de 15 años dándole a Tosca como un rockero al Smoke On The Water. Increíble. Esta última pieza, no digamos su arranque guitarrero, es pan comido para cualquiera que quiera iniciarse en las artes rockeras, pero Tosca…, ay amigo, Tosca y la ópera, Nessun dorma y Pavarotti… Eso no se lo salta un galgo. Llegar a ese Tourmalet exige años y años de entrenamiento, de estudio, de esfuerzo, afición, y, claro, de talento innato. Pero allí estaba este adolescente de Salamanca soltando a pecho descubierto la famosa y sobrecogedora aria E lucevan le stelle de Tosca como si se estuviese bebiendo un vaso de agua. Insólito.

Dada mi escasa empatía con Boris Izaguirre, que presenta, y mi aversión a Operación Triunfo y demás concursos de esta ralea, cuando se anunció el estreno de Prodigios, pasé de largo, al oler que era uno más de esos concursos vainas y vacíos. Y, en cierto modo, en el formato, no andaba lejos: así es este nuevo programa que emite el primer canal de TVE…, pero, atención, dedicado a la música clásica y a los jóvenes talentos que están emergiendo en el país, es decir, niños y adolescentes hasta 16 años que, por lo visto y oído en la pequeña pantalla, una vez que salí del shock y vi la entrega completa, tienen una formación y una soltura en el mundo de la música clásica que anonada. Un valor inmenso que lo diferencia de la banalidad triunfita.

Digerido el impacto, enseguida se concluye que Prodigios es una sonora bofetada de la misma televisión pública a si misma (la privada, con su marginación de la Cultura ni entra en esta esfera de autocastigo), la evidencia de una insultante ocultación de una de las grandes ramas del Arte que el Ente público esconde sistemáticamente, pese a esporádicos puntazos, a los españoles. Porque el plantel de concursantes jóvenes, tan excepcionalmente preparados y prometedores, no es sino un signo preclaro de la existencia de otra infancia que no vive amarrada al biberón fácil de los triunfitos y consumidores de músicas infumables, el signo de la existencia de otra capa de niños y adolescentes que sacrifican sus vidas y cultivan su talento en Conservatorios, academias y escuelas musicales, chicos de hoy que hacen deporte o juegan a la play como cualquier otro de su edad, pero que tienen afinado el gusto por la música clásica y atesoran el sacrificio intelectual que ello conlleva.

Bienvenida esa sonora autobofetada: ha quedado al descubierto mediáticamente ese inmenso segmento de aprendices de brujo, se ha puesto en evidencia de que este es un país con más cultura y talento del que se piensa, que hay un montón de chavales -y de padres que les apoyan- con unas inmensas ganas de aprender, de esforzarse y de formarse, de no engrosar la masa garrula que reblandece el intelecto del país, y de la que presuntamente se sirven los programadores de las televisiones y, más grave, los políticos y rectores educativos, para regarnos de entontecimiento. Que la música clásica, en suma, es menos elitista de lo que se piensa.

Cierto, Prodigios entra en el formato de concurso televisivo a lo OT, pero se respira un halo de finura y exquisitez, de excelencia y trabajo, que no se da en OT y otros concursos similares. La presencia de un jurado integrado por tres grandísimos profesionales como Nacho Duato, Ainoha Arteta y Andrés Salado, es ya un dato significativo de garantía. Aquí no hay un Risto Mejide, que lo mismo sirve para un fino cheslong que para una vulgar barra de taberna, un individuo de una crueldad ofensiva. Aquí hay música y calor humano. Hasta mi antipatía por Boris Izaguirre se mitiga viendo a los tres miembros del jurado dando atinados consejos pedagógicos, emocionándose, sufriendo por sus decisiones, y no digamos ante ese plantel de jovencísimos concursantes viéndoselas con Mozart, Pucini, Tchaikovski, Weber o Bernstein.

La música clásica es la base de todo. Como escribió el reputado escritor y director cinematográfico Andréi Tarkovsky, la clásica, y Bach en particular, "envían un impulso directo hacia lo más profundo de tu alma". Forma, instruye y especialmente ayuda a desarrollar algo tan esencial en el ser humano como el buen gusto, la sensibilidad y la pasión por las artes. Diría más, aunque suene a aseveración tajante e incluso cursi: si no se conoce la música clásica, si no se la aprecia, si no se la ama, no se pueden amar las artes e incluso la vida. Por supuesto, su desconocimiento inhabilita para ser un melómano completo y, menos aún, para ejercer de crítico musical, ya sea de rock, de tango… y hasta de heavy.

Si Prodigios, al menos, amén de hacernos disfrutar a los melómanos y de autodestapar las vergüenzas televisivas, consigue, con su fondo pedagógico, que una enésima parte de esa gran masa de jóvenes desnortados que siguen vorazmente a los triunfitos se interesen por esos jóvenes talentos que concursan en el programa y que se impregnen de las maravillosas emociones que transmite la música clásica será un logro de alto voltaje. Hora era que la televisión pública buscara un medio para hacerla accesible, abriendo sus puertas a los muchos talentos nacionales en embrión que en ella habitan. ¡Qué autobofetón más pertinente y fructífero!

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