Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

Andros 2, el primer trueno discográfico de Labordeta

Su Fundación rescata de las tinieblas el EP que grabó en 1968 y que apenas duró en el mercado tres meses tras decretar el franquismo su retirada.

José Antonio Labordeta
José Antonio Labordeta
Carlos Moncín

Bueno, al fin, he podido enfundar el vinilo ‘Andros. Vol 2’ con el que Labordeta soltó su primer trueno vocal en un disco. Me lo regaló el propio Labordeta hace un montón de años, pero sin funda, embutido en la típica bolsa de celofán que protegía los discos de plástico. Era un EP de cuatro canciones que José Antonio grabó prácticamente a pelo, en otoño de 1968, en el estudio madrileño de Philips para el recién nacido sello discográfico EDUMSA. ¿Cómo?  

Su máximo valedor y palanca para lanzarlo al mundo de la música, el profesor y compañero en el instituto de Enseñanza Media de Teruel, José Sanchis Sinisterra, luego, como se sabe, gran dramaturgo, le enseñó un anuncio de Cuadernos para el Diálogo con el que se buscaban cantautores, y aun con un Labordeta remiso, se grabó precipitadamente una cinta magnetofónica en los estudios de Radio Teruel que enviaron a Madrid sin la menor esperanza de respuesta. Pero he aquí que al cabo de unos meses, la hubo y lo convocaron para la grabación.

En una tarde de octubre de 1968, Labordeta, “borracho de clorato para aclarar la garganta”, como contó Joaquín Carbonell en su amenísimo y documentadísimo libro ‘Querido Labordeta’(2012), grabó cuatro canciones acompañándose él mismo a la guitarra más algún pequeño arreglo improvisado que le metieron unos músicos de alquiler. En realidad, fueron tres las grabadas, solo que una vez terminadas, el director del sello le dijo que se quedaban cortas para llenar el disco y que, por tanto era necesaria otra más. Solo que los músicos ya se habían ido…

-No te preocupes –le dijo Labordeta.

Y solo a la guitarra, y además ya caliente y con los nervios más templados, interpretó la canción requerida. Como no había batería ni modo de marcar el ritmo, instintivamente se inventó un metronímico golpeo sobre la caja de la guitarra, al modo John Lee Hooker percutiendo con el pié una tabla (obviamente sin tener ni idea de quién era el bluesman norteamericano), y así nació Las arcillas, una de sus más grandes canciones. Unos minutos antes había grabado Los leñeros, Los masoveros y Réquiem por un burguesito.

Allí estaba el acta de nacimiento no solo de un cantautor singular y adelantado a su tiempo sino de la misma canción popular aragonesa. Por vez primera, fuera del mundo de la jota, una placa de vinilo recogía la dura vida del mundo rural de Aragón en tres de las cuatro piezas citadas en tanto que en el Réquiem resonaba, con mala leche e ironía, un tremendo zurriagazo contra la burguesía de cuello alto y alpargata sumisa, la primera pica politiquera del cantautor.

Andros 2, el primer trueno discográfico de Labordeta

Presentación de 'Andros 2', el primer disco de Labordeta. Guillermo Mestre

Las cuatro canciones del EP se envasaron en una funda más propia de un disco psicodélico o underground, como se decía en la época, que de un cantautor y salieron al mercado con un título genérico rarísimo, Andros. Vol. 2, que nada tenía que ver ni con las canciones ni con Labordeta. Amén de que los EPs, salvo excepciones, si es que, como en el caso de Magical Mistery Tour de Los Beatles, eran un extracto de una banda sonora o algo similar, nunca llevaban nombre genérico. Todo obedeció a un plan de edición, por no decir de inconsciente marketing, extraño del barbilampiño sello EDUMSA: no se sabe por qué razón, esta minicompañía, nacida en el seno de un grupo universitario, operó con dos subsellos, uno denominado Ensayo, en el que grabaron Hilario Camacho y Elisa Serna, y otro denominado Andros, como la isla griega, en el que el primer disco lo firmó un desconocidísimo Ignacio Fernánez Toca. El segundo en esta última colección fue el de Labordeta y de ahí el título de Andros. Vol. 2.

Lamentablemente la empresa discográfica, la primera abierta para grabar a nuevos cantautores en castellano y plantar cara a los catalanes de la nova cançó, se fue a pique de inmediato: no acompañaban las ventas pero tampoco la autoridad franquista. Surgida de un reducto progre, los guardianes de las ‘esencias patrias’ la pusieron bajo el foco y a la mínima le pegaron el zarpazo. Parece que un mismo profesor del instituto turolense dónde ejercían Labordeta, Eloy Fernández Clemente y Sanchis Sinisterra los denunció en el Gobierno Civil de Teruel como integrantes de una ‘célula maoista’, lo que unido a las letras de denuncia y en pleno ‘estado de excepción’ de principios del 69, hizo que la edición labordetiana fuera secuestrada y el sello desmantelado. Algunos de sus responsables dieron incluso con sus huesos en la cárcel de Carabanchel. Y el disco de Labordeta se perdió en medio de las tinieblas de la represión…

Mas no todas las copias. Unas cuántas sin funda, no se sabe cómo, se salvaron de las garras de los probos funcionarios, y estas llegaron a manos de Labordeta, quizá como compensación económica del disco por el que no vio ni un céntimo. En 1971, cuando editó con la editorial zaragozana Javalambre el libro Cantar y callar no tuvo otra ocurrencia que adjuntar el disco secuestrado a  algunas copias del libro… ¡Insólito! A su manera, inventaba el disco-libro, un avance de sus numerosa reinvenciones artísticas y laborales.

Andros. Vol. 2 nunca se reeditó. Esta fue otra de las muchas inexactitudes e hipérboles que se escribieron en la muerte en 2010 del cantautor, en este caso procedente de un indocumentado de la desconcertante y artificiosamente progre Rockdelux, que no tuvo escrúpulos en meter el cucharón en un duelo que ni le iba ni le pegaba. O sea, que las únicas copias que pudieron circular tres años después de su confiscación fueron las que Labordeta insertó en su libro, nunca reedición alguna.

Andros 2, el primer trueno discográfico de Labordeta

Presentación de 'Andros 2', el primer disco de Labordeta. Guillermo Mestre

Una de esas copias fue la que, con su extrema generosidad –siempre pese a no pocos encontronazos personales con él, que hasta a punto estuvieron de acabar en un juzgado, fue muy amable y generoso conmigo-, me regaló allá por los ochenta y que yo conservaba en un sobre de Radio Zaragoza. Ahora, por fin, la he podido enfundar en su carpeta original, logrando así una pieza especial, toda vez que la reedición que ha hecho la Fundación, curiosa por demás, por no decir insólita, no incluye el vinilo sino un CD con las cuatro canciones enfundadas en la carpeta original que a su vez se refugia en otra del tamaño del EP original en formato doble y en cuyo interior, siguiendo el entrañable libro Con la voz a cuestas que Labordeta publicó en 1982, se cuenta una breve historia del disco, y se añaden una foto y tres documentos de época (quizá sobran los dos de 1975 por lo alejados de la fecha y falten los de la orden de requisamiento, que en algún archivo de la Administración General, quizá la de Alcalá, han de estar).

Lo confieso: reescuchando esta edición del disco el trueno labordetiano suena aún con más fuerza y emoción, sobrecoge más todavía. Me temo que el tiempo lo va a ir engrandeciendo aún más, algo, por otra parte, muy propio de las obras de autores famosos que quedaron sepultadas por el tiempo o por una gaznápira dictadura. Los leñeros, aun con ese feo injerto de teclado de feria que el arreglista de turno le adosó, rompe el alma: se abren los cielos y como en una tormenta brutal estalla la voz tronante de Labordeta, clamando por aquellas pobres gentes que se ganaban la vida duramente llevando leña a los hogares acomodados de la ciudad –bajan leña, bajan fuego, bajan hambre y soledad- en una dura estampa que él mismo pudo ver, golpeado el ánimo, en Teruel.

En la misma línea se muestra Los masoveros, pobres aldeanos luchando por mantener su cuarta de campo y su parco ganado para sobrevivir y dar alimento a sus hijos –tierra para labrar, agua para sembrar…, eso quieren los hombres que están arriba en aquel mas- mientras que Las arcillas explora el duro paisaje turolense de miseria y hambre al que habían de someterse sus moradores para sobrevivir. Otros dos truenos más de voz y concienciación, de pena y solidaridad, que el mismo Labordeta divisaba impactado desde el ventanal de su casa alquilada de Teruel mientras ejercía como profesor de Historia. Las tres pasaron, con nuevos arreglos, a su primer álbum, Cantar i callar.

No así, Réquiem por un burguesito, la primera canción que escribió, allá por 1964, y con Brassens en el espejo, que nunca pasó a un disco oficial suyo, aunque convertida en Réquiem para un pequeño burgués se la oyó en recitales y, por fin, apareció en el disco ¡Vayatres!, que conjuntamente grabó en abril de 2009 con La Bullonera y Carbonell, ya con la enfermedad muy avanzada y la voz quebrada pero valiente. Aquí logró enderezarla, no eliminando al completo el aire de  pasodoble que corría subterráneamente por la canción, pero sí acelerándola al máximo y metiéndole un arreglo de bandurria, acordeón y batería más que efectivo y manteniendo la camisa brasseniana con que pretendió vestirla en su origen. Y en el texto, la rabia labordetiana frente al servilismo funcionarial, posiblemente  fruto de su frustración y cansancio del burocratismo del mundo docente, de la infinita autocracia del gobernador civil de una pequeña ciudad de provincias o de los jefes locales de  Falange, chupatintas y demás organismos opresivos del franquismo (Ay, mi señor, mi pequeño burgués, qué atroz es tu agonía y tú sin comprender que eres así: humilde y servidor porque nunca has pensado en gritar tu dolor).

Andros 2, el primer trueno discográfico de Labordeta

Presentación de 'Andros 2', el primer disco de Labordeta. Guillermo Mestre

No me cabe la menor duda, y con ello coincido plenamente con Joaquín Carbonell, que estamos ante el Labordeta más genuino, más emotivo y ruralmente más aragonesista de su trayectoria, ante la llama que luego prendió con tanta fuerza en su primer LP, Cantar i callar, de 1974, que, por cierto, aprovecho para lanzar el dardo, por ser una de las grandes obras del patrimonio musical de Aragón: debe recuperarse urgentemente. Algo que supongo tendrá en mente la Fundación, máxime cuando está desaparecida de circulación y la única reedición que vio, vía sello PDI (hoy Picap, antaño Edigsa) procede de 1997, ya en CD y, ¡asombroso!, sin los arreglos de cuerda con que apareció la versión original del LP, como puede comprobarse en las dos plataformas digitales donde puede escucharse el disco reeditado en el 77: Youtube y Spotify.

Aunque me temo que algo raro de tipo legal o burocrático debe ocurrir al publicar Edigsa aquel disco a través del sello francés Le chant du monde: ya es raro que, pese a tantas reediciones del universo labordetiano, y especialmente aquella jugosa caja de trece discos editada en 2004 por DRO, nunca se haya recuperado aquel primer LP. Toca arremangarse a la Fundación o a quién sea para darle caza al disco, y ya, aprovechando, también ponerse tras los pasos de las cintas completas de los conciertos de Huesca y Zaragoza de los que salió el directo de 1977 (en una ocasión, Plácido Serrano, productor y mánager, junto a su inolvidable esposa Lola Olalla, de Labordeta, me dijo que no tenía ni idea de dónde podían estar esas cintas, pero ello no quita para que alguien meta palas y grúas por dónde sea a la búsqueda del tesoro).

Más listamente que tontamente me he ido a otro terreno de recuperación de memoria musical aragonesa. Ya digo, es urgente y necesario. Mas hasta que eso llegue, y parafraseando al mismo Labordeta, sirva para llenar este ‘tiempo de espera’, este Andros, que es pura osamenta labordetiana con músculo vocal de acero. Un trueno aterrador de sensibilidad, concienciación y compromiso con las tierras aragonesas. Una feliz recuperación, que además ha permitido que personalmente haya vuelto a conmoverme con su escucha y de camino enfundar el generoso regalo que me hizo Labordeta. Inolvidable.

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