Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

Dejemos en paz a Labordeta

Está bien lo de levantar estatuas y monolitos a ilustres prohombres, aunque a veces quienes los eleven no sepan ni media palabra de la obra del homenajeado; es más discutible cambiar nombres de parques que ya figuran en la memoria colectiva, y parece fuera de lugar desgajar de la obra global de un creador una sola canción para convertirla en himno. Perderá artísticamente su valor intrínseco para convertirse en un canto creativamente decolorado; emblemático, quizá, pero desubicado de su tiempo y de su contexto creativo. Si además, el texto, escrito en un momento afortunadamente ya superado, no agrada a todos ideológicamente por igual, brotará la confrontación y no la fraternización. Otra cosa es que el existente no haya calado hondo: poco se ha hecho pues para que ello ocurra.


No me imagino 'Born In The USA', de Springsteen, como himno americano, y eso que allí la canción es tan popular como el himno de las barras y las estrellas. Si un día ocurriese -que me temo que jamás ocurrirá-, lo escucharía de otra forma, cambiaría la emoción por el protocolo y se degradaría su valor artístico. Algo similar me ocurriría con el 'Canto a la libertad'. Esa pieza forma parte de un disco triste y desgarrador, homogéneo, con alguna punzada de socarronería, es decir, de 'Tiempo de espera' (1975), y es producto de unos años duros, de bota de hierro dictatorial, que esperemos nunca más se repitan. Oírla, por ejemplo, en una ceremonia institucional, con todo el protocolo y la vacua solemnidad escénica que emana de estas ceremonias, le restaría la emoción creativa y el desgarro sustancial del conjunto de este LP, sensaciones adheridas a él como el musgo a la piedra húmeda, y en su lugar podría brotar el formalismo, la rigidez ceremonial, el patriotismo manido y hasta falso.


Reagan quiso apropiarse políticamente de 'Born In The USA', creyendo que tras esta canción había un patriota íntegro y un espíritu colectivo de nación. Erró en su percepción. El presidente republicano se quedó en la corteza, en el título, desconocía la obra discográfica del cantante y no se dio cuenta de que la famosa canción era todo lo contrario de lo que imaginaba: una acerada crítica antibelicista y a su mismo país. Springsteen lo mandó delicadamente a esparragar.


Me temo que tras el 'Canto a la libertad' hay ahora también un uso equivocado que lo desnaturaliza como himno. Pero en última instancia, ¿para qué sirven los himnos? ¿Son necesarios? ¿No pueden provocar, como ha ocurrido con el 'Canto', más confrontación que unión? Labordeta era un hombre sencillo y poco amigo de solemnidades, menos aún de protocolos institucionales. Su somardería conminaría esta polémica con alguna de sus irónicas salidas. No creo que le gustase. Y, en definitiva, en un mundo universal y global, ¿qué necesidad hay de tantos himnos y banderas? Elementos separadores más que confraternizadores. Cioran escribió: “Cada ser humano es un himno destruido”.


La mejor forma de honrar a un creador es, sin duda, conocer y divulgar su obra. Por encima de monolitos, himnos, parques y pomposas declaraciones. Hace unos meses, se editó la poesía  completa de Labordeta; después, Heraldo publicó toda su discografía, o casi, que el primer álbum sigue siendo una piedra en el camino a la hora de las reediciones, y ahora la Warner ha irrumpido con un recopilatorio, 'Con el puño cerrado', de tres cedés y un asombroso DVD de actuaciones en TVE. Son ocasiones de oro para conocer y profundizar en el legado labordetiano más que meterse en controversias sobre himnos o hacerse fotos protocolarias ante su recién inaugurado monumento. Asalta la duda, por cierto, de si alguno de los próceres de la foto inaugural del monolito sabría poner, por ejemplo, en orden cronológico sus discos, pero ese es otro debate, que se diría en las tertulias mediáticas.


No había constancia de tantas apariciones de Labordeta en TVE y en programas tan diversos como 'La buena música' (1985), 'Esta noche' (1981), 'Mirando al pasado' (1982), 'Sábado noche' (1982), 'A media voz' (1988), 'Dos por dos' (1978) o aquellas dos sesiones de 'Popgrama', grabadas en 1978 en el colegio mayor La Salle, de las que uno fue testigo. Una jugosa, y la vez accidental, panorámica visual a lo largo de 22 grabaciones que muestran  lo que en síntesis fue la carrera musical de Labordeta -poeta, socarrón y amoroso- y a la vez su pugnaz lucha contra la estética y las modas, aquello del 'choubisnes', que él decía jacarandosamente y tanto le enajenaba; de manera que se le puede ver a pelo entonando su conmovedor 'Aragón' como rodeado de su grupo, ¡haciendo reggae!, y luciendo aquellas horribles hombreras de los 80. Ni él escapó de moda tan extravagante. La sabrosa hilera de vídeos, cuando en TVE había música y variada, es a la vez un puñetazo a estos tiempos de facundia y memez televisiva, un martillazo a la cuota de pantalla (la aragonesa incluida) de que otra televisión es posible y necesaria, porque, como opinaba hace poco, en La 2, la filósofa Victoria Camps, el público no es el que impone sino que elige entre lo que le imponen.


Dejemos pues en paz (política) a Labordeta. Oigamos sus discos, repasemos sus vídeos, ahora que hay ocasión, leamos su poesía y sus libros. Háganle un museo los próceres. Lleven su música y su lucha de antaño y la de este país a los colegios e institutos e incluso a la misma Universidad, enquistada en sus saberes ancestrales y en su proverbial endogamia académica. Pero dejemos de agitar himnos y banderas permanentemente, que ya son muchos 'seres destruidos' por su culpa.

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