Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

Echo & The Bunnymen sinfónicos: ¿epatan o encandilan?

El grupo de Liverpool publica un disco en el que bañan sus canciones más queridas en arreglos orquestales.

Echo & The Bunnymen sinfónicos: ¿epatan o encandilan?
Echo & The Bunnymen sinfónicos: ¿epatan o encandilan?

Quizá me exceda o me equivoque, pero a mi juicio las dos grandes bandas de los ochenta fueron U2 y Echo & The Bunnymen, eso sin menoscabo de un montón de soberbios grupos que dio la década o el final de los setenta, desde Blondie a Pretenders, Television, The Smiths, Cure, Bauhaus, The Clash, Psychedelic Furs, R.E.M., Simple Minds, The Alarm, New Order, Joy Division, Jesus & Mary Chain, The Church, Green On Red, Romantics..., un sinfín, que menuda década. Pero puestos a elegir, me quedo con estos dos. La diferencia es que unos –U2- triunfaron, llenando estadios todavía, y los otros -Echo & The Bunnymen- se quedaron en el camino, sin salir del circuito medio, en el que afortunadamente siguen.

Mi devoción por estos últimos deriva de la calidad de la voz de Ian McCulloch, por lo imaginativo que ha sido y sigue siendo Will Sergeant a la guitarra, y por sus grandes canciones, su habilidad para ensartar maravillosas melodías. Mi álbum favorito de ellos es inapelablemente ‘Ocean Rain’, publicado en 1984, que mi colega Gonzalo de la Figuera recibió en la página de discos del Heraldo del 30 de junio del 84 con un magnífico artículo titulado ‘Una banda de océanos y montañas’.

Echo & The Bunnymen sinfónicos: ¿epatan o encandilan?

Tres canciones de aquel maravilloso disco, ‘Ocean Rain’,’Seven Seas’ y, cómo no, ‘The Killing Moon’ figuran ahora en el reciente álbum ‘The Stars, The Oceans & The Moon’, una ‘relectura sinfónica’, por simplificar, de sus clásicos… ¡Vade retro! ¿Qué clase de experimento es este? ¿Ganicas de enredar? ¿Arponazo para epatar? ¿Agotamiento neuronal? Muy simple: porque les ha dado la real y santa gana, un acto incluso de puro egoísmo artístico por parte de Ian McCulloch. “No he retocado estas canciones para nadie más, solo para mí. Quería mejorar estas canciones y lo he hecho”. Lo tomas o lo dejas.

En cualquier caso, si alguien de los ochenta podía atreverse a algo semejante, seguramente que solo ellos podrían haberlo hecho. Básicamente porque sus dotes para la armonía y las melodías, dos de los pilares de la sinfonización, están bien patentes en su discografía, y sobre todo porque no es un mundo ajeno para este grupo de Liverpool: en ‘Ocean Rain’ ya había violines.

Ahora, era cuestión de ajustar piezas, de llevar al redil orquestal algunas de sus canciones más queridas y junto a la London Session Orchestra embadurnarlas en violines y cuerdas y… trastada o provecho, según se mire, conseguida. Esto mismo, por cierto, es lo que ha hecho recientemente Miguel Ríos con sus canciones, no digamos la cantidad de orquestas que han sinfonizado a los Beatles, los Rolling, Pink Floyd… Pues para que lo hagan otros, o aparezca, a la inversa, un Waldo de los Ríos o un Luis Cobos, pues lo hacemos nosotros, habrán dicho McCulloch y compañía.

Y el resultado es un disco que maldita la gracia para los puristas pero una licencia plausible para quienes consideran que una canción es siempre, como lo puede ser un libro o un cuadro, algo inacabado y, por tanto, susceptible de retoques e incluso de ‘transformación’, que es como los Echo han denominado a sus nuevas versiones.

Personalmente, como diría el gran Paco de Lucía, me pilla entre dos aguas. Me cuesta, por ejemplo, digerir las reversiones que hace Dylan de sus canciones o los extras con las maquetas de un disco cualquiera… eso de ver un cuadro y que te lo retoquen. Cuesta acostumbrarse, no digo si encima el retoque es cutre… Una canción te entra emocionalmente en el cerebro y que no te la cambien. Mas, por otro lado, aprecio lo de la canción como objeto creativo inacabado, la libertad del artista para considerar su trabajo como materia en permanente transformación. Así que me cuesta echar las campanas al vuelo por este experimento de Echo & The Bunnymen. A priori, prefiero las canciones originales, pero cierto es que no me pinchan la piel, no me hacen daño estas ‘transformaciones’, lo que no significa, a mi juicio, que epaten, sino más bien siguen atrayendo. Casi pisando la raya de los sesenta años, mantienen su dignidad original y, sobre todo, ahí sigue cantando tan bien como siempre Ian McCulloch, que es el basamento de cualquier disco de Echo & The Bunnymen. Lo peor es que los violines hayan mandado a Will Sergeant de vacaciones, menos visible de lo deseado, pero así lo habrán acordado...

Lo que no quiere decir, en absoluto, que estemos ante un disco mozartiano, sinfónico. Los más rockeros pueden estar tranquilos, porque en realidad, como ha hecho Miguel Ríos, lo que han hecho ha sido traer el rock al sinfonismo y no al contrario. Con lo cual, no ha salido una pastilla dulzona y empalagosa, bien al contrario. Aunque también debo decir que por mucho que ‘The Killing Moon’, sobre piano y sutil fondo de cuerdas suene emocional no la cambio en absoluto por la original y aquellas inventivas guitarras, inconfundibles, que la abrían y la atravesaban.

Y como detalle final, que quizá sea una proclamación para desfacer entuertos (“pese a esto no somos un combo sinfónico”, querrán avisar), se incluyen dos canciones inéditas que curiosamente no llevan el más mínimo asomo de violines, y están muy bien. En cualquier caso, son Echo & The Bunnymen, de lo mejorcito que le pasó al pop de los ochenta. A ver si Rivarés, “el concejal zaragozano de los grandes conciertos”, se los trae a la sala Mozart, que en febrero andarán por España.  

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