Blog

Eurovisión 2012, 'ten points'

De nuevo, anoche volví a celebrar uno de mis ritos atávicos: merendarme enterito el festival de Eurovisión. ¡Qué le voy a hacer si yo nací, no en el Mediterráneo, pero sí en aquella España en blanco y negro donde el gol de Marcelino o el triunfo de Massiel eran gestas que dejaban al Cantar de Roldán como un estropajillo! No voy pues a tratar de justificar mi transitorio absceso comercialoide de cada año. Bien es verdad que ya no es lo mismo. No quiero decir que ahora vea el festival en plasma totalcolor, sino que el patrioterismo, si es que ello existía en aquellos viejos tiempos, desapareció hace muchos años. Ahora, sigo el festival como un simple y gran espectáculo de luces y color, de efectistas puestas en escena, de músiquetas intrascendentes pero joviales, de glamour y chicas guapas (por qué no decirlo) y absorto con los despliegues tecnológicos que cada año se superan a sí mismos (Azerbaiyán ha echado la casa por la ventana).


También me hago mi quiniela particular que luego no da pie con bola, porque se me olvida que cuando llega lo de los points, se asiste al mayor y desvergonzado chalaneo entre países vecinos, amiguetes y yo-te-voto-porque-tú-me-votas, siendo insólito (ay, Dios, para qué sirven las guerras) el compadreo entre países que hace dos días andaban liándola parda a tiros, los balcánicos, claro. Otra paradójica peculiaridad de esta Eurovisión globalizada y geopolitizada. La música y los méritos (que los hay, ¿eh?) se quedan en segundo lugar. En fin, que paso el rato, y ya está, como si me pusiera a ver una comedieta de Torrente o cualquier vainada para matar un par de horas, cosa que, afortunadamente, ocurre muy pocas veces.


Pero debo confesar que este año no ha sido un festival más. Me ha sorprendido y me ha gustado. Creo que ha sido el festival más baladístico de las tres últimas décadas y el de las grandes voces. Ha vuelto la canción solemne, como cuando aquellas grandes divas italianas y francesas, díganse Iva Zanicchi o Frida Boccara, atacaban, como han vuelto las voces con prestancia, potentes, trabajadas, algo que escaseaba en las últimas ediciones a favor de la horterada pumba-pumba, cuando no a favor de macanadas como el Chikilicuatre o aquellos pavos ¿suecos?, ¿suizos? Sí, las abuelitas rusas eran más frikis que el Chikilicuatre o los heavies Lordi, y los turcos, por ejemplo, o los gemelos irlandeses se han colgado en el cable hortera bailongo, pero, al menos no ha habido piratas, marcianos, monstruos, robots y otras glorias abominablemente estéticas de años pasados.


Ha ganado Suecia con una canción electro dance, marchosa y discotequera, porque aunque hayan vuelto grandes voces y baladistas, el chumba-chumba, eso sí, perfectamente manufacturado para bailes y verbenas, ha vuelto a llevarse el trofeo. Mirando musicalmente el panel (ay, esa maldita conciencia de crítico) no estaba en mi pronóstico ganador. Para mí, en el terreno dance-bailón, Italia, con una cantante de aspecto, e incluso voz, a lo Amy Winehouse, era la ganadora, y en el terreno baladístico mi favorita era la de Azerbaiyán, con una hermosa melodía y una voz femenina extraordinaria (no se quedó muy lejos, en cuarto lugar). Incluso, en este apartado, el relajado, España lo ha hecho fenomenalmente bien. No sigo ni he seguido a Pastora Soler, que viene, creo, de un mundo, el de la copla y la canción española, que no me interesa, pero verla elevarse por los cielos de Bakú con su balada y su potente voz de diva operística me ha dejado gratamente sorprendido. En buena lid musical, y al margen chalaneos geopolíticos, se mereció todavía más.


Incluso, el festival, además de voces y baladas, ha dejado canciones muy dignas, para volver a escucharlas, cosa que poquitas veces ha ocurrido en las últimas décadas. Ha sido el caso de la balada épica con violín de Islandia, el grupito pop de Dinamarca, la balada pseudo heavy y el vozarrón de su intérprete femenina de Macedonia, el crooner balcánico de Serbia, los pseudo Coldplay germanos o la exquisita melodía con voz femenina y flautas celtas de Bosnia… Incluso, la española. Por alguna razón, este año, han publicado previamente un CD doble: hay canciones para guardar. No recuerdo que antes se hubiera producido esta edición compilatoria.


La decepción, por otro lado, no para un servidor, sino, supongo, para una lectora del blog que casi me asesina por escribir hace unas semanas que la canción de Engelbert Humperdinck tenía poco potencial para ganar (ha quedado penúltima). Ay, Engelbert, lo que fuiste y lo que tú diste al mundo romántico del pop, cómo te engatusaron con tan simple canción.


¿Íñigo? Correcto. Sin entrar en muchos barros y sin hacer acopio enciclopédico al modo Uribarri. Este, Iñigo, se suele mojar poco, no es muy exigente. Su 'último grito' queda muy lejos. Tampoco conoce la intrahistoria, clasificaciones, y entresijos del festival como Uribarri, pero, ya digo, conciso y acertado. Y el espectáculo tecnológico, escenario y puesta en escena: fascinante, espectacular, como ya he señalado anteriormente. Por esto, casi, pese a sus muchos detractores, vale la pena echar un rato en el sofá conectado a Eurovisión. ¿Anacronismo? ¿Pantomima? ¿Sainete? ¿Horterada? Que lo califiquen como quieran, pero son cien millones de personas los que lo siguen, aunque ya se sabe que cantidad no es sinónimo de calidad.


Ah, y lo último para uno que no está muy viajado. Ojiplático me he quedado con el poderío económico de Bakú, y por extensión, parece que todo Azerbaiyán. Imaginaba, así de paleto e ignorante es uno ante tierras tan lejanas, un país de caminos de tierra, casas de adobe, pobreza… Sí, sí, menudos edificios modernos, menudas carreteras, menudo lucernario nocturno y cosmopolita. En la radio, oigo incluso que todas las grandes marcas de perfumes, ropa, calzado… etcétera tienen sede en las lujosas calles de Bakú, por donde corre el dinero a cántaros. ¿La causa, my friend? El petróleo y el gas, que les sale por las orejas. Bueno, o solo a unos pocos, en especial a la familia que rige los destinos del país en plan tirano. Mal asunto, por este lado. Por eso, se han volcado con este festival utilizando la típica técnica del despiste del dictador: mostrar el lado del lujo y encarcelar disidentes, que aquí no pasa nada. Pero, salvo por esta fechoría, este año, Eurovisión, merece si no los twelve points, sí los ten.


En la web eurovisiva de RTVE se puede revivir el festival entero por países.