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Los zaragozanos, fascinados con las 'bolas de Berlín'

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Antes de la Guerra Civil fueron muy famosas en Zaragoza las 'bolas', que numerosos establecimientos y vendedores ambulantes dispensaban en la ciudad. Pero nunca he tenido del todo claro qué eran. En algunos textos y crónicas periodísticas las asimilan a buñuelos, pero en las fotos parecen mucho más grandes. Se sabe también que en 1930 Francisco Dubón, en el puesto que tenía en el Mercado Central, utilizaba la grasa que le quedaba de la fabricación de embutidos para freir en ella bolas de pan, que vendía posteriormente y con éxito arrollador, a cinco céntimos la pieza. Parece ser también que algún avispado 'reciclaba' los mendrugos que sobraban en las fondas para hacer con ellos 'bolas'...

Un reportaje de 1934 parece centrar bastante las cosas. Las auténticas, genuinas y famosas 'bolas'  se llaman en él 'bolas de Berlín' y no eran otra cosa que krapfen alemanes. ¿Y qué son los krapfen, me dirán ustedes? Ursina Schaede, compañera en el HERALDO desde hace unas semanas, nos saca del apuro. "Son bollos con azúcar glas espolvoreada por encima -asegura- y en su interior llevan mermelada de fruta de distintos sabores. Antiguamente eran típicos de carnaval, pero desde hace muchísimo tiempo se comen a lo largo de todo el año. Es lo que aquí llaman 'berlinesas". Ahora sí que queda un poco más clara la cosa, aunque parece que en su día hubo también 'bolas' saladas. Veamos cómo llegaron las berlinesas a Aragón, ese mismo 1934, según asegura el reportaje:


El público -sobre todo los chiquillos- comenzó a probarlos. Y los encontró sabrosísimos, prefiriéndolos a todas esas tortas y pastelillos que expenden en los puestos callejeros y que sabe Dios con qué clase de substancias se fabrican. Y las 'Bolas de Berlín', al adquirir carta de naturaleza en Zaragoza, se hicieron las dueñas de la calle y de muchísimos hogares. Puede decirse, sin pecar de exagerados, que cuantas personas las probaron una sola vez, fueron ya desde entonces sus consumidores.

Pero el industrial que introdujo en Zaragoza la nueva golosina no contaba con la huéspeda. Y la huéspeda fue que un buen día, a unos clientes les dio por decir que las 'bolas de Berlín' eran hitlerianas y que, por consiguiente, había que declararlas el boicot.

Se fundaban para tal suposición no solo en el éxito que tiene en Alemania el pastelillo, sino en que el fabricante es un italiano. Un italiano muy inteligente y simpático, que se llama Vittorio Mazzolini, y que después de haber estado dos años en Barcelona fabricando las famosas bolas, con un éxito asombroso, por indicación de un obrero de su taller -un muchacho zaragozano, llamado José Malumbres- decidió venir a probar fortuna en nuestra tierra.

El buen hombre, cuando se enteró de aquellas gratuitas suposiciones, puso el grito en el mismísimo cielo.

-¡Per Bacco! -exclamaba-. Io non sonno fascista, ni hitleriano, io sono un operaraio onorevole die sono arrivato in questa cittá a fare l'implanto d'una nuova industria.

Tenía razón hasta por encima de los pelos. No solamente había venido a favorecer a nuestra población con una industria nueva, sino que favorecía igualmente con ella a los obreros zaragozanos. Porque de Zaragoza son todos los obreros que con él trabajan. Y de Zaragoza es la harina -una harina especial, la más cara-, que emplea. Y la manteca. Y el azúcar... ¡Todo de Zaragoza!... ¿Por qué demonio pues le iban a declarar tal veto a sus productos?.... ¿Por llamarse 'Bolas de Berlín?... No saben que esa denominación es ya popular en toda Europa?... Y que se expenden esas bolas no solamente en Alemania, sino en Suiza, en Holanda, en Italia, y Francia?

Claro está que aquella 'fobia' de los primeros días y de unos cuantos ilusos, de esos que siempre están viendo visiones en todas partes, ya ha desaparecido.

Y hoy se expenden en Zaragoza todos los días la friolera de cinco mil bolas.

Cierto que tales bolas son realmente exquisitas. Nosotros, hace unas noches, caímos en la fábrica, que está situada en la calle Mayor, en el número cincuenta y nueve.

Lo primero que nos extrañó al entrar en aquel local -muy parecido al de una churrería- fue no percibir olor desagradable alguno. Un hombre que introducía la masa de las bolas en la caldera de freirlas nos dio la explicación:

-Es que, ¿sabe usted?... Aquí sólo usamos aceite refinado.

Cuando le expresamos al signore Mazzolini nuestro deseo de ver la fabricación de las bolas accedió con mil amores. Y nos informó de que para las fiestas del Pilar piensa instalar en la Feria una garita, con objeto de dar a conocer a todos los forasteros este rico producto.

Este producto, en cuya fabricación sólo entran artículos de inmejorable calidad, azúcar, harina, manteca y esencias diversas. Cada día tienen un gusto diverso las bolas; unas veces saben a limón; otras a anís, a naranja...

Por lo demás, el trabajo de confeccionarlas no encierra muchas dificultades. La gracia de la confección está en darle el punto preciso a la masa, que se elabora como todas las masas de confitería, y se guarda unas horas para que repose en una artesa, y luego se corta en trocitos y se moldea, y se echa a la gran sartén, donde se ponen doraditas, para sacarlas luego y espolvorearlas con azúcar.

-¿Y no teme usted la competencia? -le preguntamos.

El señor Mazzolini no teme a la competencia, aunque ya le ha salido algún imitador que otro. Y no teme a la competencia porque, en primer lugar, para poder vender las bolas a diez céntimos, como él las vende, hace falta una fabricación a gran escala. Tal como están confeccionadas es necesario fabricar y vender muchísimos cientos para no perder dinero en el negocio.


Así llegaron las berlinesas, antes que los famosos donuts, a Zaragoza. Y ahora es tu turno, lector. ¿Llegaste a probarlas? ¿Sabes qué fue del establecimiento de Mazzolini en la calle Mayor? ¿Recuerdas algún dulce, pastelillo o similar que fuera muy popular y haya desaparecido?


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