La honradez se apellida Lorenzo

El de Toledo se inventó una faena de la nada ante el tercero de la tarde mientras que Enrique Ponce se llevó dos trofeos ante una floja y descastada corrida de Juan Pedro Domecq.

Álvaro Lorenzo, toreando de capa.
Álvaro Lorenzo, toreando de capa.
Raquel Labodía

No marcaban todavía las ocho de la tarde cuando el último animal de Juan Pedro doblaba para poner fin a un infumable encierro. Salvo nobleza, les faltó de todo. Anovillados, sin raza, sin fuerzas, sin nada. Qué desesperación. Y qué aburrimiento. Hasta los picadores bostezaban. Con razón, claro. La corrida no sangró ni para un análisis y hubo que medirle el castigo en todos los tercios. Doblaron las manos y se dolieron con los rehiletes. El termómetro de de la bravura bajó por momentos y el de la emoción ni tan si quiera se llegó a poner.

Álvaro Lorenzo es de esos toreros que da gusto ver. La cabeza despejada, las ideas claras y el buen toreo en su concepto. Con el inválido tercero compuso una faena inteligente en la que midió los tiempos y las distancias a la perfección para, con suma suavidad, corregir los violentos finales del animal. Sin obligarlo nunca, le pudo por ambos pitones y dejó muletazos extraordinarios con la zocata.

El de la jota pareció mejor en las manos de un Lorenzo que se atracó de toro. Excesivamente larga su faena con la pañosa en la que, pese a pegar muletazos sensacionales, nunca llegó a los tendidos. Incomprensible. Buscó siempre la colocación y con gusto, se los echó detrás de la cadera por ambos pitones. Lástima que fallase con la espada.

Cualquiera diría que Cayetano ha pisado dos tardes La Misericordia. Sólo el espadazo con el que despidió al quinto dará fé su paso por Zaragoza. Ayer se las vio en primer lugar con un Pardillo de Juan Pedro que hizo honor a su nombre y con el que compuso una faena que no dijo nada. Ni frío, ni calor. La izquierda de adorno.

El quinto fue otro borrico con pocas opciones. Muy a menos desde el principio, Cayetano le hizo lo mejor en las cercanías, donde consiguió ligar varios muletazos sobre el pitón derecho. Sensacional con la tizona.

Dos orejas sin categoría

Enrique Ponce puede que sea de esos pocos toreros que merecen el trato de maestros. O así debería ser. Sin embargo, ayer abandonó el coso de Pignatelli con muy pocos deberes para su mozo de espadas. Impoluto el traje.

Con el que abrió plaza dejó lo mejor en un suave saludo capotero y se ganó tentar la camada entera este invierno. Le hizo todo a favor al toro y nunca se metió con él. Lo llevó a su altura sin apenas obligarlo y le hizo comulgar con ruedas de molino. Lo de las ruedas fue literal ya que el binomio resultó un tiovivo y sólo unos pocos muletazos fueron sinceros. Faltó colocación y ajuste. Verdad.

Con el cuarto llegó el lío. Ni fue la mejor faena de Ponce, ni fue para montar ese escándalo. Que pegó muletazos extraordinarios, nadie lo duda. Pero también le punteó las telas en varias ocasiones y la espada cayó de aquellas maneras. El ajuste, escaso también. Periférico. Venderlo, como nadie. Eso sí que fue de premio.

Resulta muy desagradable ver a una figura del toreo como Ponce alentar al público a abroncar al palco. Y más con esa estocada. Ni tiene necesidad de hacerlo, ni tiene razón.

Cierto es que la categoría de la plaza no la da la negación de orejas por sistema. Pero ayer no fue el caso. Aguantó con acierto el presidente. Muy bien.

Ya que se habló de la categoría de la plaza, no sé si el palco la merecerá. Lo que seguro que no tuvo nada que ver con una plaza de primera, fue la presentación del encierro. La novillada del martes fue mucho más seria que lo que pisó el ruedo ayer.

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