Ganna Gerasymova, ucraniana en Zaragoza: "Después de cinco meses tengo la sensación de que el drama de la guerra cae en el olvido"

Esta refugiada asegura seguir sintiendo "miedo" cada vez que llama a sus familiares en Ucrania y no le cogen el teléfono.

Ganna Gerasymova y su hijo Antón, de 5 años, en la sede de la asociación YMCA
Ganna Gerasymova y su hijo Antón, de 5 años, en la sede de la asociación YMCA
Francisco Jiménez

A Ganna Gerasymova las fechas y los sitios le bailan cuando relata la auténtica odisea que vivió para huir de su ciudad, Járkov (la segunda de Ucrania), junto a su hijo Antón de 5 años que tiene un trastorno del espectro autista. Él es la razón por la que huyó de su país, en el que, hija de una familia hostelera, regentaba dos cafeterías de las que "no queda nada". "Mi corazón está divido. Por mi hijo sé que lo mejor es estar aquí, en España, donde he visto lo bien que atienden a niños con necesidades especiales como él, pero también me gustaría estar luchando en mi tierra", cuenta sin poder evitar emocionarse.

Habla español con un deje argentino porque residió en este país desde los 16 a los 29 años. Llegó a Barcelona tras un largo viaje el 21 de marzo y desde el 19 de abril reside en Zaragoza en uno de los apartamentos gestionados por la asociación YMCA dentro del programa internacional de refugiados al que aporta 40 plazas. Cuando hizo las maletas cogió ropa "para no más de dos meses, nunca pensé que los ataques fueran a durar tanto", y cinco meses después tiene "la sensación de que el drama de la guerra empieza a caer en el olvido". Por eso espera que su historia sirva para recordar una tragedia que se recrudece cada día que pasa. "En Ucrania hay gente pasando hambre de verdad. En Járkov han arreglado la calle central, han plantado flores, pero hay miseria a pocos metros", critica con tristeza.

Dejó su hogar tres días después del inicio de la invasión "cuando vi que el barrio se quedaba vacío", y decidió dirigirse a Eslovenia en tren. "No sabía ni a dónde iba, solo que era una ciudad de los Cárpatos", relata. De Eslovenia a Chequia y de allí a España. Da las gracias a las personas que los socorrieron, "una voluntaria nos pagó el taxi para ir a un hotel en el que la ducha me pareció un lujo y en los trenes nos cedían el asiento aunque fueran llenos".

Tiene "miedo" cada vez que llama a los suyos que siguen en Ucrania y no cogen el teléfono a la primera. Prefiere no pensar en cuánto puede prolongarse el conflicto. Le gustaría encontrar un trabajo en hostelería que le permitiera seguir cuidando a su hijo. Mientras, acude a YMCA, "donde la gente se desvive con nosotros las 24 horas, son excepcionales", y colabora como traductora.

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