zaragoza

Las imprudencias se han cobrado 23 vidas en el Ebro y el Gállego en los últimos veinte años

Los Bomberos advierten de que algunos bañistas se adentran en los ríos «pese a que no saben nadar». La CHE recuerda que «los ríos son cambiantes» y recomienda ir a zonas reguladas o «con monitor»

Operación de búsqueda del menor desaparecido y finalmente hallado muerto en el Ebro.
Operación de búsqueda del menor desaparecido y finalmente hallado muerto en el Ebro.
Francisco Jiménez

La trágica muerte de Karim, el niño de 13 años que desapareció el pasado fin de semana cuando se bañaba junto al embarcadero de la Expo para reaparecer sin vida cinco días después, ha puesto de nuevo sobre la mesa una realidad: el Ebro y sus afluentes son emblemas de la ciudad, pero conviene acercarse a ellos con respeto. Las frías cifras sustentan la idea. No en vano, al menos una persona muere de media cada año en la capital aragonesa fruto de una imprudencia en los ríos Ebro y Gállego. Son 23 los cadáveres que los servicios de rescate han tenido que recuperar desde principios de siglo. 23 personas que trataban de cruzar a nado el río más caudaloso de España, que cayeron por accidente o que trataban de socorrer a un accidentado. Incluso en 2004 falleció un joven tras zambullirse mientras huía de la Policía.

Un río, sobre todo uno de la entidad del Ebro, engaña. «Uno de los aspectos que lo hace peligroso es que solo se ve la lámina de agua de la superficie, pero no lo que hay debajo. El río lleva una corriente, una velocidad distinta abajo, arriba y en la parte media, que es donde suele transcurrir más deprisa», cuenta Óscar Gonzalo, instructor de buceo de la Unidad de Salvamento Acuático de Bomberos del Ayuntamiento de Zaragoza.

Pero hay más factores a tener en cuenta. «Hay muchos vectores de corriente. En una curva, por ejemplo, el agua lleva distintas direcciones. E incluso ante un obstáculo, el agua puede ‘rebotar’ y marchar en contradirección, como se puede ver claramente en el puente de Piedra», añade el funcionario, quien explica que, por desgracia, «donde decidió bañarse Karim, en la curva del meandro, es donde la corriente pegaba más fuerte». Esa coyuntura, unida al corte de digestión que sufrió el niño, explica el fatal desenlace.

Buceadores del regimiento de Pontoneros con el robot subacuático.
Buceadores del regimiento de Pontoneros con el robot subacuático.
Efe

En cualquier caso, el Ebro, igual que el resto de ríos, esconde en su fondo otra trampa. «La corriente arrastra una cantidad enorme de elementos de todo tipo, en los que una persona se puede quedar enganchada. Hablamos de piedras, troncos, algas... pero también de basura de todos los tamaños: jergones, bicicletas, muchísimos carros de supermercado, contenedores de vidrio, vallas de obra. Las posibilidades de que una persona se ahogue si su pie queda atrapado, son muy altas», razona Gonzalo.

Desde el cuerpo de Bomberos advierten de que, pese a no haber demasiados bañistas en el tramo urbano del Ebro y el resto de ríos, sí están encontrándose con «gente que no sabe nadar, pero que sorprendentemente es más valiente, quizá porque desconoce el peligro, y se mete al agua». Por eso lanzan un mensaje claro: «Pedimos a la gente que no se bañe en zonas que no estén indicadas a tal efecto. El río no es nuestro enemigo, que quede claro, pero no podemos perderle el respeto».

La Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) mantiene una postura similar. «El baño no está expresamente prohibido, salvo en algunos puntos concretos, su uso no requiere de unos permisos determinados. Pero no por ello debemos obviar que el medio hídrico es peligroso. Tiene variaciones de corrientes, vegetación... Por eso recomendamos acudir a él con monitores o con gente que conozca la zona, hay que pensar en el río como lo hacemos con la alta montaña, a la que una persona sin conocimientos específicos, la forma física o sin la compañía adecuada no debe acudir», matizan fuentes de la institución, que apuesta por «una mayor divulgación, sobre todo entre los más jóvenes.

Señalizar los ríos

Algunas voces han solicitado estos días, tras la muerte del pequeño vecino del Gancho, un refuerzo en la señalización en las riberas del río, una medida «complicada», razonan en la CHE :«Allí donde una institución prohíbe una actividad debe asegurarse de que esta no se va a cometer. Y no es posible vigilar las 24 horas del día todo el cauce». Aunque siempre hay excepciones, como las zonas en las que las administraciones locales asumen esas competencias para fomentar su uso turístico. «Dan garantías de que son zonas seguras y hay controles de calidad», recuerdan desde el organismo.

Una «zona hostil» a revisar con un robot

El capitán Álvaro Sanz, miembro de la Compañía de Operaciones Anfibias del Regimiento de Pontoneros, sostiene que el cauce del río Ebro tiene «bastante riesgos», como es el caso de una succión o un sifón en el cauce. Por eso, la califican como «una zona hostil» a la que se enfrentan con una lancha zodiac de apoyo cuando salen diariamente a bucear y aprender en el río a la altura de Monzalbarba, donde están destinados. «Bañarse en el Ebro entraña mucho riesgo porque el sifón es un peligro constante», detalla el oficial, quien reconoce que «el fondo del cauce no se ve» y «la corriente se hunde, con el peligro que provoca».

Cuando la Policía Nacional solicitó su apoyo en la búsqueda de Karim, los Pontoneros aportaron su robot para localizar sus restos. El capitán Sanz detalló que con este aparato rescataron un ahogado en el embalse de El Grado en 1999 y lo usaron en otra búsqueda en el puerto de Bilbao. Sus hallazgos lo facilitan los focos y la cámara de alta resolución instaladas con un puente de mando situado a 300 metros. Pero cuando los avisaron, cinco días después de su desaparición, el río había arrastrado al niño casi 9 kilómetros.

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