aragón, de puertas adentro en pandemia

Familia Uribetxebarria: vivir en un piso de la calle Alfonso entre anillos, piedras y caos

Catherine, parisina, y Luis, de origen vasco, eligieron la capital aragonesa para establecerse hace más de 20 años. Primero vino ella, él la siguió por amor.

Luis y Catherine, desde el balcón de su casa en la calle Alfonso, de Zaragoza.
Luis y Catherine, desde el balcón de su casa en la calle Alfonso, de Zaragoza.
Toni Galán

“Asomarte a la ventana y ver la calle Alfonso completamente vacía ha sido una de las cosas más impactantes de la pandemia. Siempre está abarrotada”, admite Luis Uribetxebarria. Nacido en 1955 en el barrio de Ondiz (Bilbao), este orfebre es conocido en el sector como ‘El escultor de la naturaleza’. Asegura que ha aprovechado la pandemia para crear “como nunca antes lo había hecho”. Entre sus clientes se encuentran el Rey Juan Carlos o la Reina Doña Sofía, el padre del presidente Bush o Ana Obregón, entre otros.

Y es que siempre se ha dicho que de los momentos de crisis suelen surgir las mayores inspiraciones. Una realidad que, en este hogar zaragozano, ubicado en la céntrica calle zaragozana a escasos metros de la plaza del Pilar, se ha materializado como nunca. Al acceder a la vivienda, de 135 metros cuadrados, se percibe que el arte y la creatividad ocupan cada rincón. Collares, anillos, brazaletes, piedras y materiales de todo tipo inundan cada espacio.

A las joyas de Luis, que trabaja cada pieza con una minuciosidad pasmosa, se unen las creaciones de Catherine Uribetxebarria (Paris, 1962), quien tomó el apellido de su marido al contraer matrimonio, algo habitual en Francia, donde se casaron. Las piedras y los materiales de la parisina ocupan cada rincón pues, a esta artesana, que afirma que, desde la llegada de la pandemia, su lugar favorito de trabajo es la cocina, no le cuesta reconocer que el caos forma parte de su manera de ver el mundo. “Yo creo que por eso nos complementamos tan bien”, bromea ella.

“Luís se ha adaptado muy bien a la pandemia porque se abstrae en su mesa de trabajo, además ha podido viajar a Bilbao, donde tiene su taller. Yo, que vengo del mundo del mercadillo -regenta un puesto de la plaza San Bruno desde hace 20 años- del cara a cara y del coleccionismo… no lo he llevado tan bien”, admite.

De origen aragonés -su madre nació en Alcalá de Moncayo- decidió volver al lugar de sus raíces tras una crisis vital que tuvo a los 38 años. “Acababa de perder a mi padre, mi trabajo, a mi pareja, mi vida se tambaleaba y sentí la necesidad de venir a Aragón. Mi hermano lleva viviendo en la casa de nuestros abuelos 30 años, pero yo decidí probar en la ciudad”, afirma. Formada en gemología, Catherine se reconoce una gran amante de los mercadillos brocantes, también denominados vacía-desvanes: “En mi país es muy importante y muy habitual que cada barrio organice el suyo. Al llegar aquí me especialicé en antigüedades y joyas”.

Fue en 2015, durante una feria de desembalaje de antigüedades en Barakaldo, cuando se conocieron. Y fue precisamente allí donde les pilló el anuncio del Estado de Alarma. “Veníamos de una feria que tuvo lugar del 8 al 12 de marzo. Se hablaba de la pandemia, pero no prestamos demasiada atención, estábamos inmersos en el trabajo”, relata Luis. Ya, de camino a Zaragoza, comenzaron a leer los letreros “Quédate en casa” por la autopista, completamente vacía, y se dieron cuenta de que… “algo raro estaba pasando”.

“¿Qué hacéis aquí?”

De camino a casa decidieron hacer una parada en Alcalá del Moncayo. “Las primeras personas que nos vieron llegar nos preguntaron escandalizadas “pero qué hacéis aquí, no podéis estar aquí, hay una pandemia”. Ahí nosotros ya no entendíamos nada y nos encerramos en casa a ver las noticias”, continúan. En su caso, la sensación de película de ciencia ficción todavía cobró más importancia. “Cuando acabó el discurso de Sánchez me puse a llorar y le dije a Luis, jamás volveré a ver a mi madre”, admite ella.

Los primeros días en Zaragoza, ya confinados, fueron para ellos un auténtico shock. “Yo salía a pasear a Kes -su pitbull mexicano que permanece en el sofá prácticamente durante toda la entrevista- y me hacía de bruces al no cruzarme con nadie por la calle. Nunca antes había podido caminar en línea recta por aquí más de tres pasos”, explica Luís. Mientras él se embebía en sus cuadernos con sus croquis y diseños, ella intentaba adaptarse a la nueva normalidad, como algunos la denominaban.

El resto del tiempo discurría entre series y películas, el cuidado de sus plantas, la vuelta a la comida sana –“al no hacer ejercicio ni salir de casa, era lo que tocaba”, explican- y largas tardes dedicadas al jazz, la lectura y la caligrafía. El balcón se convirtió en otro de los espacios más habitados por la pareja, a pesar de que cuando se asomaban a la calle, les costaba creer lo que veían. “Creo que a todos nos ha tocado cambiar nuestra forma de vida”, añade ella.

Lo que de verdad importa

“Para mí, que trabajo en la calle, ha sido un año muy duro. Sin mercadillos ni ferias, el golpe está siendo muy duro”, afirma la artesana. Además, en abril vivieron otro momento tremendamente complicado cuando Alberto, hijo de Luis de 32 años, tuvo que ser trasplantado de corazón de emergencia. “Se supone que aún podía esperar 4 o 5 años a ser operado, pero de repente se adelantó todo. Estuvo varias semanas viviendo gracias a una máquina".

El 13 de junio llegó el trasplante y volvió a nacer de nuevo, pero esos meses de incertidumbre, con el bloqueo sanitario… fue algo tremendamente difícil para todos”, admite. Por eso, Luis tiene claro que si hay algo que ha aprendido de la pandemia es a valorar mucho más el tiempo: “La vida es muy corta, y esto nos ha enseñado una lección muy importante, no hay tiempo que perder, y el que tienes, hay que destinarlo a las cosas que de verdad importan”.

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