Aragón, de puertas adentro en pandemia

Familia Viejo Herrero: salir a pasear al perro plano en mano y otros momentos bizarros de la pandemia

Estos vecinos de Valdespartera aseguran haberse adaptado “bastante bien” a la nueva normalidad que ha traído consigo la covid-19.

Ismael Viejo y Rebeca Herrero han compartido el confinamiento con su perro, en un piso de Valdespartera.
Ismael Viejo y Rebeca Herrero han compartido el confinamiento con su perro, en un piso de Valdespartera.
Guillermo Mestre

Ismael Viejo (38) y Rebeca Herrero (33) nos reciben en su casa de Valdespartera. La vivienda, una VPO en la que residen desde 2013, es amplia y cuenta con numerosas fuentes de luz natural y muchas plantas. La pareja no vive sola, Chase, un ratonero valenciano, les acompaña a todos lados. “Sois las primeras personas que entran en casa desde hace un año”, reconocen al equipo de HERALDO nada más llegar. En su caso, aunque con algo de reparo, aseguran haberse adaptado “bastante bien” a la nueva normalidad que ha traído consigo la covid-19. Estos zaragozanos han decidido tomarse esto de la pandemia con filosofía y "tratar de buscar el lado bueno de esta locura".

“Lo peor ha sido la preocupación constante por la familia y los seres queridos. Estar tanto tiempo sin verse, el miedo a que les pasase algo… eso es una cosa que nos ha ocurrido a todos”, admite Rebeca, que recuerda que, durante las primeras semanas, llegó a enviarle pienso para las gallinas a domicilio a su abuela, que reside en Valencia, para que no saliera de casa. “En ese momento parecía que te podías infectar casi sin hacer nada”, afirma.

Rebeca Herrero padece una enfermedad autoinmune: "De repente dejé de ser la rara", bromea

En todo este año, los encuentros con sendas familias han sido escasos, apenas en un par de ocasiones con cada una y siempre al aire libre: “Ahora es lo que toca, esperar”. En este caso, se da el hecho de que Herrero padece una enfermedad autoinmune que durante años le provocó una neutropenia, es decir, un número anormalmente bajo de neutrófilos -un tipo de glóbulos blancos- en la sangre. “En mi casa eso de no acercarme a la gente y limitar el contacto era algo que lamentablemente ya nos había tocado de cerca, como lo de llevar mascarilla cuando uno estaba resfriado o por la calle para no ponerme mala. De repente dejé de ser la rara”, bromea.

Otro de los grandes retos en este hogar zaragozano fue adaptar sus vidas a la nueva normalidad en el ámbito laboral pues, tanto él, ingeniero industrial en el Instituto Tecnológico de Aragón (ITA); como ella, profesora de Derecho Mercantil en la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Zaragoza, se han visto obligados a adaptar su vida al teletrabajo, prácticamente de la noche a la mañana. Un reto, reconocen, pero que ha merecido la pena.

“La semana de la llegada de la pandemia a España nos pilló de vacaciones. Fuimos a celebrar la postboda a Granada durante la Cincomarzada”, relata Viejo, que reconoce que veía que pasaban “cosas raras” pero no le dieron demasiada importancia: “Nos dimos cuenta de que en el supermercado comenzaba a agotarse el papel higiénico o el alcohol, pero no entendíamos nada”.

Fue ya de vuelta, visitando a unos familiares en Valencia, cuando les dijeron lo que estaba ocurriendo en Italia. “Acababan de confinar el país, nos parecía algo completamente imposible de creer. Ya en casa una semana antes del confinamiento en España nos dimos cuenta de lo que estaba ocurriendo”, admite.

"Tampoco hemos vuelto a coger el transporte público en todo el año. Nuestra vida ha discurrido básicamente en el barrio"

Adaptar el hogar a la nueva normalidad

Ante la incertidumbre y la amenaza de un posible Estado de Alarma en España, ambos decidieron acudir a sus lugares de trabajo a coger parte de documentación. “Tampoco hemos vuelto a coger el transporte público en todo el año. Nuestra vida ha discurrido básicamente en el barrio”, aseveran. En una de las habitaciones de su hogar, en un perchero, hay colocadas varias mascarillas con las iniciales de cada uno. En la habitación de al lado se encuentra el despacho de Rebeca, uno de los lugares donde más tiempo ha pasado durante los últimos meses.

“Reconozco que echo mucho de menos las clases magistrales, en mi caso ha sido un cambio bastante radical, pero he trabajado mucho para tratar de acortar distancias con mis alumnos haciendo uso de las nuevas tecnologías”, admite. De hecho, tras este gran esfuerzo, reconoce que le gustaría que se quedasen estas nuevas herramientas docentes.

En cuanto a Ismael, éste trabaja de manera presencial dos días a la semana, aunque reconoce que muchos clientes “han recibido de buen grado las reuniones telemáticas pues evitan desplazamientos y te permiten ahorrar mucho tiempo”. El resto del tiempo lo pasaba en la habitación de invitados, ahora convertida en un segundo espacio de trabajo.

Nuevos hábitos y costumbres

Fuera de sus dos despachos, la mayor parte del tiempo, durante la pandemia, discurría en la cocina, donde ambos han pasado las horas preparando nuevos platos, o en la terraza, con las plantas. “Lo hemos hecho casi todo juntos, en nuestro caso ha sido un año muy enriquecedor a nivel de pareja y ha mejorado mucho nuestra comunicación”, admite Ismael.

Sí que han cambiado algunas costumbres, como el hecho de pasar de comer dos platos a solo uno. En general, la pandemia les ha permitido poner en orden sus vidas, y disfrutar más del hogar y del tiempo que han pasado juntos. “Nosotros siempre hemos hecho el pan en casa, por ejemplo, el único problema que tuvimos es que casi nunca había levadura en el supermercado”, bromean. De hecho, en el grupo de vecinos del barrio se avisaban cuando llegaba el nuevo cargamento.

“Empezamos a hacer listas antes de bajar a comprar para permanecer menos tiempo del necesario en el supermercado, y también preparé un plano que marcaba los 100 metros a la redonda de casa cuando salía a pasear a Chase”, admite ella. “Realmente en Zaragoza no había ninguna norma específica al respecto, pero preferí anticiparme siguiendo el ejemplo de otras poblaciones”, afirma.

Una vuelta a la manzana, plano en mano

“Un día me llegaron a gritar desde una ventana que llevaba demasiado rato paseando al perro”, recuerda. Sin embargo, admite que no ha sido la tónica habitual en el barrio y que la mayoría del vecindario ha hecho “mucha piña” durante la pandemia. Además, ambos coinciden en que la crisis sanitaria ha permitido que los propios vecinos del barrio comiencen a disfrutarlo. “Puede parecer una tontería, pero antes esto era un barrio dormitorio y ahora ha cambiado. Hemos vivido colas en la papelería o en las tiendas pequeñas”, afirma.

Echando la vista atrás, aseguran que la pandemia ha sido un reto a la hora de poner a prueba nuestras capacidades de adaptación. “Ha sido un año protagonizado por los cambios, y creo que muchos de ellos han llegado para quedarse”, reflexiona Ismael.

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