Aragón, de puertas adentro en pandemia

Familia Díaz Palacián, tres generaciones en un adosado de Utebo: la vida en torno a una mesa

Bajo un mismo techo, en Utebo, conviven tres generaciones: Juan Carlos Díaz (65) y Olga Engay (65); Isabel Díaz (43) y Carlos Palacián (43); y sus hijos, Carolina (23) y Guillermo Palacián (16).

La familia Díaz Palacián se refugió en la mesa de su bodega, en torno a juegos de mesa,para pasar el confinamiento.
La familia Díaz Palacián se refugió en la mesa de su bodega, en torno a juegos de mesa,para pasar el confinamiento.
José Miguel Marco

¿Cómo se sobrevive a una pandemia teniendo a los abuelos en casa? El miedo de contagiar al resto, a los tuyos, a la familia, ha sido una constante durante este primer año marcado por la pandemia del coronavirus. Por eso, esta ha sido la pregunta que cada mañana resonaba en la cabeza de cada uno de los integrantes de esta familia residente en Utebo desde hace casi 30 años. Todos compartían la preocupación por el resto, aunque, prácticamente, ninguno lo sabía. Nadie hablaba de ello.

Bajo un mismo techo conviven tres generaciones: Juan Carlos Díaz (65) y Olga Engay (65) -ambos jubilados- Isabel Díaz (43), que es peluquera, y Carlos Palacián (43), pintor industrial; y sus hijos, Carolina (23) que alterna sus estudios de Derecho con el trabajo en una zapatería; y Guillermo Palacián (16), estudiante. La casa -de unos 220 metros cuadrados- es amplia y luminosa y cuenta con varios espacios al aire libre como el porche de la entrada, rodeado de plantas de todo tipo, y el patio interior al que se accede a través de la cocina. Dos lugares que se convirtieron en auténticos oasis durante el confinamiento.

En la planta baja se encuentran el salón, la cocina, una de las habitaciones -la de Carlos e Isabel- y un baño, además de la terraza en la que, de nuevo, la vegetación es la protagonista. En la primera planta hay otros dos baños y tres habitaciones, las de los dos hijos y la de los abuelos. El tener tanto espacio ha sido una gran fortuna, admiten, aunque, aun teniendo mucho espacio, reconocen que en algún momento la casa se les hacía pequeña: “Había días en los que sentías que te ahogabas ahí adentro, pero más por la situación que otra cosa”.

“Vivir todo esto en Utebo nos ha dado mucha vida. Llegamos por casualidad desde Torrero, pero nos quedamos por la tranquilidad y la comodidad que nos ofrecía”, recuerda  Juan Carlos, más conocido como ‘El abuelo’, cargo que asumió con tan solo 42 años. Montador industrial de toda la vida, en su familia reconocen que hay gente del pueblo que no sabe “ni como se llama”. “Fuimos abuelos muy jóvenes, pero estamos encantados”, admite Olga, quien ha sido cocinera hasta su jubilación. De hecho, hoy poca gente entra a la cocina, puesto que es su territorio y su gran pasión.

Mientras prepara unos filetes de carne con patatas, ‘El abuelo’ llega con el pan y unos helados. “Todo el confinamiento me he encargado de ir a hacer la compra. Prefería que mis nietos se quedaran en casa mientras Isabel y Carlos iban a trabajar”, explica. Una realidad a la que se han visto obligadas miles de familias: no se podía dejar de trabajar. “Yo tenía mucho miedo, cada día que iba a la peluquería volvía preocupada porque no sabía lo que podía llegar a pasar”, admite Isabel. Y eso que, ‘El abuelo’, siempre pendiente de la actualidad informativa, llevaba días haciendo compras mayores “para por si acaso”.

“Cuando empezaron a multiplicarse los casos tan rápido me asusté. Empezaron a vaciarse los estantes del supermercado así que no me lo pensé”, relata. Pasta, legumbre, latas de conserva, papel higiénico… hizo una de aquellas grandes compras, a pesar de reconocer que al principio hubo gente que pensó que estaba “mal de la cabeza”. “Gracias a él y a lo que nos machacó empezamos a usar la mascarilla mucho antes de que fuera obligatoria”, asegura su hija.

"Isabel y yo pasábamos tardes en la entrada de casa. sentados, viendo la calle vacía"

Un año después del inicio de la pandemia, sentados en torno a la mesa de madera de la bodega que se convirtió en su sitio de reunión casi a diario mientras pasaban largas tardes jugando al parchís, se dan cuenta de cómo les ha cambiado la vida. “Isabel y yo pasábamos tardes en la entrada de la casa, sentados, viendo la calle vacía. Era muy impactante verlo todo parado, no pasaban ni coches”, cuenta Carlos, que afirma que la pandemia le ha cambiado mucho la vida: “Más que miedo tenía respeto porque nadie sabía la que nos venía encima”.

Durante las primeras semanas, Isabel se lanzó a limpiar a fondo la casa. “También escuchaba música y salía a pasear al perro. Por la tarde bajábamos a la bodega con los juegos de mesa”, explica. Los abuelos pasaban largas horas en el salón viendo la tele, mientras Carlos -que tan solo estuvo confinado una semana pues su trabajo es considerado esencial-, Carol y Guille aprovecharon para ver más series y películas. Eso sí, no faltaron un solo día a la cita de las 20.00 con los famosos aplausos.

“Siempre hemos sido muy caseros, incluso mi hermano y yo hemos optado por pasar todo el tiempo posible en casa para evitar riesgos”, reconoce Carolina. Aunque ella es “más de biblioteca”, la joven pasaba las mañanas estudiando en su habitación o en la terraza, donde aprovechaba para tomar el sol. Mientras tanto, Guille prefería jugar a la Play.

El miedo de contagiar a la familia

“Al principio, mi nieto se pegó 46 días sin salir de la bodega”, recuerda su abuelo. “No me apetecía, me daba miedo y pereza. Prefería quedarme en casa”, admite el joven. Y eso que, para lo poco que salió, ha sido el único en someterse a dos pruebas PCR, en ambos casos negativas. “En verano fui con los amigos a jugar al fútbol y a cenar, y uno dio positivo al día siguiente. El médico llamó a mis padres y me confinaron 15 días”, relata. Esa vez quedó en nada, aunque tuvieron que organizar un buen operativo para bajar la bandeja de la comida y preparar sus visitas al baño. “Cuando salía teníamos que entrar a desinfectarlo todo”, explica Isabel. El nivel de alarma, también en los hogares aragoneses, se ha ido reduciendo con el paso del tiempo.

La segunda vez fue más complicada pues, en esta ocasión, sí que tuvo síntomas: “Empezó con mucha fiebre, se puso muy malo. Estuvimos muy preocupados”, admite Olga, que reconoce que ha sido uno de los peores momentos de la pandemia. “Yo lo único que no quería era que les pasara nada a mis abuelos”, responde el joven. Finalmente, resultaron ser anginas.

Cómo hemos cambiado

En estos doce meses ha cambiado nuestra forma de entender el mundo, de relacionarnos, de consumir, de vivir… y aún con todo, en esta casa saben que tienen motivos para sentirse más que afortunados. “Hemos seguido trabajando, no nos falta nadie, estamos juntos y estamos bien. Creo que tenemos mucha suerte”, dice Isabel. “Obviamente cuidas más la higiene, la mascarilla, la distancia. Lo que más echo de menos son los abrazos del resto de la familia”, explica Olga.

Además, como le ha ocurrido a tantas y tantas familias, han estado meses sin ver a su otro hijo, Miguel, ni a sus nietos, José Carlos (14) y Natalia (10). “Durante todo este tiempo hemos aprendido muchas cosas, como a hacer videollamadas. Al principio no nos dejaban ni abrazarnos. Es una frustración y una angustia tremenda. Pero bueno, poco a poco nos hemos ido acostumbrando, qué remedio”, afirma.

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