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Una joven tutelada: "Echo de menos mi vida de antes: los abrazos, los achuchones... Volver a recibir cariño"

Pilar S. vive con otras tres compañeras con discapacidad en un piso tutelado del Actur. Esta turolense de 31 años le pide al 2021 que se lleve "de una vez" al coronavirus para volver a ser "la misma de antes". 

La zaragozana Pilar S., de 31 años, enseña uno de los cuadros que ha pintado en su piso del Actur, donde vive con otras tres compañeras con discapacidad.
La zaragozana Pilar S., de 31 años, enseña uno de los cuadros que ha pintado en su piso del Actur, donde vive con otras tres compañeras con discapacidad.
P. B. P.

La turolense Pilar S., de 31 años, tiene varias fechas grabadas a fuego en el calendario. Una de ellas es el 27 de agosto de 2016, cuando después de muchos años viviendo en centros de acogida, le dieron la noticia más esperada de su vida. "Yo pensaba que había hecho algo mal o que me iban a echar la bronca ese día, y de repente se me había cumplido un sueño", cuenta con una sonrisa. 

Pilar entró a vivir en estos pisos tutelados que gestiona la asociación Kairós en el barrio del Actur a mediados de 2016. De pequeña vivió en Andorra (Teruel) con su madre, hasta que por problemas familiares le retiraron la custodia y pasó a estar tutelada por el Gobierno de Aragón. De los 14 a los 26, esta joven con discapacidad pasó por diferentes centros y fue en 2016, con la ayuda de esta oenegé, cuando Pilar empezó a vivir la vida que siempre quiso. "Lo que han hecho por mí los de Kairós no lo ha hecho nadie... Antes me sentía como en una cárcel, pero aquí no. Aquí me siento muy querida y muy bien, y agradezco también cómo se han portado con mi madre", afirma esta aragonesa, que comparte piso con otras tres compañeras menores que ella y otra más mayor. 

A pesar de sus diferencias, Pilar asegura que la convivencia con todas ellas es buena y a menudo -dice- le toca ejercer el papel de "madre", aunque no lo sea. "A Esther y a Jenny las quiero como a hermanas. Yo fui la última en llegar al piso, pero me recibieron muy bien, y como soy la más vieja de las tres -y un poquito mandona- a menudo hago también de madre", bromea. 

Desde hace casi un año, su novio Rubén, al que conoció en uno de los centros de Cruz Blanca, ha pasado a vivir también en otro de los pisos tutelados del barrio, pero su relación -cuenta- ha cambiado a raíz de la pandemia: "Echo en falta el estar con él a solas. Solo nos podemos ver en una terraza, al dar un paseo o en la asociación", señala. 

"Antes del coronavirus -explica su educador- podían pasar de una vivienda a otra y comer juntos, pero ahora por la situación solo pueden verse en el exterior", explica Carlos De Paz, al que Pilar se refiere como su "marido".

"Le llamo así de broma, porque está aquí con nosotras de lunes a viernes y nos vemos todos los días. Nos hace mucho bien", dice al mirarle. 

Antes de la pandemia, Pili acudía todos los días -de lunes a viernes- al centro ocupacional de esta oenegé aragonesa. Ahora, por la normativa y los aforos, se han hecho grupos burbuja y va en días alternos (uno sí y otro no). Ir allí -cuenta- le gustaba mucho. "Era la 'guay' del grupo y estaba bien porque tenía más amigos. Ahora podemos quedar a dar un paseo o tomar un café, pero no es lo mismo", reconoce. 

La experiencia del confinamiento

Esta joven con discapacidad, que se define como una persona "cariñosa y muy besucona", asegura que esta situación ha cambiado muchas cosas, entre ellas, su manera de ser y sus relaciones con todo el mundo. "Yo antes molaba más, era más movida… Ahora echo de menos mi rebeldía, los abrazos, los achuchones. Ya no soy la chica de antes… Estoy insoportable últimamente porque me faltan muchas cosas y sé que todo el mundo lo está pasando mal pero en mi caso lo están pagando los educadores", confiesa esta joven, que teme no volver a ser la misma.

"Yo no quiero ser una gritona ni una borde... Quiero ser la chica de antes. Y o quitan todo esto o no voy a poder", asegura. 

A Pilar le gustaría que este 2021 acabara "de una vez por todas" con el bicho para volver a reunirse más a menudo con su madre y poder así abrazar a todo el mundo. "¡A la mierda el coronavirus! -dice enfadada-. Yo tengo que dar abrazos porque lo necesito. No quiero ni que me regalen cosas ni que me compren nada… Lo que quiero es recibir cariño y volver a dar abrazos para estar feliz", reclama esta joven. 

"No quiero ni que me regalen cosas ni que me compren nada... Lo que quiero es recibir cariño y volver a dar abrazos para estar feliz"

La pandemia ha sido para todas ellas una experiencia muy dura que pudieron sobrellevar gracias al apoyo de sus educadores y al resto de profesionales de la asociación. Carlos de Paz, que se encarga de los pisos tutelados de la zona, era quien les hacía la compra, les ayudaba a cocinar y también mediaba si surgía algún conflicto entre compañeras de piso. El mejor recuerdo que guarda Pili de esos días son los retos que hacían en casa a propuesta de la asociación. "Creamos un grupo con todos los pisos y cada semana hacíamos un reto diferente: uno de cocina, otro de disfraces... Prestábamos aquí el mismo servicio y luego telefónico. A mí ya me llaman a todas horas, pero durante el confinamiento más", cuenta Carlos. 

Pilar recuerda el confinamiento como una temporada muy "difícil" para ella y para el resto de compañeros con discapacidad. "A mí nunca me ha gustado estar encerrada. Pero con la excusa de que fumo, al menos al estanco o a por chuches podía ir todas las semanas", relata. Su cuarentena -añade- fue dormir, comer y fumar. Los vídeos, los retos de la asociación y el "hacer el moñas" todo el tiempo fue para ella lo mejor del confinamiento, del que guardan también alguna anécdota. "Lo mejor fue ver a Carlos disfrazado de mujer delante de las monjas. ¿Por qué no has recibido así a la periodista? -le pregunta-. Carlos de mujer mola", dice entre risas. 

Carlos De Paz y Pilar S., en uno de los pisos tutelados de la asociación Kairós.
Carlos De Paz y Pilar S., en uno de los pisos tutelados de la asociación Kairós.
P. B. P.

"Lo que sufrimos la gente con discapacidad"

En presencia de su educador, Pili confiesa que las cosas siempre son más fáciles porque él la trata con respeto y la relación entre ambos es de "igual a igual". Sin embargo, en la calle, las cosas siempre han sido diferentes para esta joven con discapacidad que estudió en el colegio de educación especial Gloria Fuertes de Andorra. "Cuando iba a logopedia la gente se me reía. He tenido también alguna mala experiencia con chavales jóvenes y es una situación que me cabrea mucho... Yo tendré una discapacidad, pero sé cómo se lleva una casa, cómo se hacen los niños, y si por mí fuera saldría todos los días a trabajar. Soy buena trabajando, pero tengo miedo a la gente de fuera, a que se me rían, y a los niñatos que no saben lo que sufrimos las personas con discapacidad", confiesa. 

"Si por mí fuera saldría a trabajar. Yo soy buena trabajando, pero tengo miedo a la gente de fuera, a que se me rían"

Carlos de Paz, su educador, reconoce que Pilar es una joven con mucho temperamento y sentido de la justicia. Este verano -relata- vivió una experiencia parecida en el autobús, cuando viajaba al lado de un chico con discapacidad que no conocía y al ver que se metían con él se metió a defenderlo. "Si tuvieran un hermano con discapacidad sabrían lo que es... Yo sé que tú nunca te vas a reír de mí porque tienes conocimiento -le dice a su educador-. Pero la gente que hay ahí fuera, cuando ve a un niño con discapacidad se sigue riendo. Yo eso lo tengo grabado porque lo he vivido, y eso nunca va a cambiar", opina Pilar, que pide"respeto" para todas las personas con discapacidad. 

A raíz de la pandemia, los más cariñosos, como esta joven tutelada, han tenido que renunciar a muchas cosas. Carlos confiesa que de vez en cuando se le escapa algún gesto de cariño, pese a haber interiorizado el saludo con el codo. "Pili algún abrazo te suelta, y bocinazos también -se ríen-. Está muy concienciada con la normativa, pero no le gusta que vigilen que la cumple", afirma. 

El próximo día 23 va a ser especial para Pilar porque después de muchos meses sin ver a su madre volverá a reunirse con ella para pasar las Navidades en familia. "Antes la veía mucho. Ella bajaba más a Zaragoza, pero este año nos hemos visto solo un día, en verano. Aunque no estemos juntas, nos llamamos todos los días, a veces mañana, tarde y noche. Siempre estoy pendiente de ella. La quiero como nunca jamás y nunca dejaría de verla. Mi madre es mi madre y la quiero muchísimo", confiesa. 

A medida que se acerca el final de esta entrevista, Pilar sonríe y se pone nerviosa. Teme que se le escape algún exabrupto cuando le hagan su pregunta favorita. 

- ¿Qué le pedirías a este 2021?

- ¡Mi frase preferida! -grita-. Que nos quiten ya la (...) mascarilla y que no haya muchas muertes. Quiero que se vaya del todo este virus para estar con mi madre y que sea la mujer más feliz del mundo

- "¿Y cuándo quieres que se cumpla tu deseo, Pili?", pregunta su educador.

- "Para mayo, que se casa Carlos con su mujer, Lorena, y me quiero ir de boda con ellos, cuenta.

Carlos De Paz y Pilar S., en uno de los pisos tutelados de la asociación Kairós.
Carlos De Paz y Pilar S., en uno de los pisos tutelados de la asociación Kairós.
P. B. P.

(Este es uno de los artículos que se incluyen en el especial sobre cómo han vivido la pandemia en Aragón las personas con discapacidad, sus familias y los trabajadores en este campo. Ir al especial, publicado el 24 de diciembre).

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