Entrevista

Roberto Del Val Tabernas: "El Moncayo también debería ser parque natural en Soria"

Del Val (Alpartir, 1961) presenta estos días en diversas localidades el libro ‘Moncayo. Paraíso de naturalistas’, que ha escrito con Eduardo Viñuales. 

Roberto Del Val, con el libro del Moncayo del que es coautor.
Roberto Del Val, con el libro del Moncayo del que es coautor.
Javier Salas

Usted trabaja como Agente de Protección de la Naturaleza. ¿Fue desde siempre su vocación?

Sí, soy APN de un área natural que abarca la comarca de Valdejalón y la de Campo de Cariñena, y la sierra de Algairén que es la que las une. Hice muchas cosas antes: estudié artes gráficas, estuve en una escuela militar... Fui probando hasta que encontré en la naturaleza mi destino: las plantas, las montañas, los campos… es donde me siento feliz.

Es su quinto libro escrito al alimón con Eduardo Viñuales.

Empezamos con espacios naturales sobre los que había muy poco escrito y que queríamos poner en valor. El primero fue sobre los Ojos del Pontil, en Rueda de Jalón, esa formación en la que la naturaleza y el agua se ponen de acuerdo para conformar un espectáculo maravilloso. A la Institución Fernando el Católico (IFC) le gustó nuestro trabajo y nos pidió hacer algo igual en Gallocanta. El tercer trabajo fue sobre la Sierra de Algairén, en la que llevo 33 años y de la que creía que lo sabía todo, pero encontré muchas sorpresas. También he escrito sobre Cosuenda y la comarca de Valdejalón.

Parece que han desarrollado un método juntos. ¿Cómo es?¡

Tenemos un modelo de trabajo en el que damos voz a la gente del territorio, aunque también por supuesto a fotógrafos profesionales o a la gente de la ciencia: botánicos, geólogos... Cada uno ofrece una óptica diferente. Es una manera distinta que llega mucho a la gente, les cautiva ver el espacio natural de esa manera. Es un trabajo con la DPZ y la IFC para dar valor a territorios que no son valorados, ni siquiera por la gente del lugar.

¿Este libro sobre el Moncayo es la excepción?

Sí, el Moncayo no es un desconocido. Para quienes vivimos en Zaragoza es algo siempre presente; es nuestro barómetro: si las nubes tapan la cumbre sabemos que soplará el viento, si se quedan en la ladera presuponemos que llegan lluvias. La novedad es que hablamos de un Moncayo sin límites administrativos, la montaña en su plenitud, tanto la parte aragonesa como la soriana, que también debería declararse Parque Natural.

¿Cómo fueron los orígenes de esa protección?

En el Moncayo fueron las gentes del territorio quienes lucharon por su salvaguarda oficial. Se abrió el sanatorio de Agramonte, y en Tarazona vieron que su montaña mágica, además de proveerles de leña, de agua... es una fábrica de salud y de bienestar. En 1927 a punto estuvo de convertirse en el tercer parque nacional de España tras Covadonga y Ordesa. No pudo ser pero fue declarado Sitio Natural de Interés Nacional, siendo el cuatro espacio protegido de España.

Hacen hincapié en otras historias que no suelen conocerse.

El camino a la cumbre se abrió para una expedición científica francesa llegada para observar un eclipse de sol en 1860. Además, fue el hábitat de leopardos, hienas y otros animales salvajes como demuestran los restos hallados en los yacimientos paleontológicos de Calcena y Purujosa.

El libro también habla de un Moncayo literario.

Ya lo nombraba Marcial, lo citó Plinio el Viejo, Machado... pero los hermanos Bécquer son los que mejor lo han descrito y pintado. En sus cuentos, Gustavo Adolfo Bécquer muestra una montaña que nos hace ver un Moncayo más místico e idealizado. Se debería potenciar esa presencia, como pasa con Machado y Soria, y hacerlo un espacio de turismo literario.

Están presentado su libro por la provincia de Zaragoza.

Hemos descubierto que, tan importante como escribir los libros, es presentarlos, porque así los haces llegar a todo el mundo. Mañana estamos en San Martín del Moncayo; el 1 de agosto vamos a Ágreda, en Soria; el 3, a Trasmoz; y el 23, a Tarazona.

Recomiéndenos un lugar poco conocido para visitar en la provincia de Zaragoza.

Las cuevas del macizo del Gato, en Épila: en una de ellas se trabajaban sillares y todavía pueden verse; otra estuvo habitada por el hombre durante el paleolítico; en la más grande podemos ver estalactitas y también sillares.

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