Zaragoza

Marcos Giralt Torrente: "Soy hijo único y creo que he mirado la vida desde un balcón"

Es autor de novelas, libros de cuentos y un texto de homenaje a su padre. Publica ‘Mudar de piel’ (Anagrama), sobre los secretos de las familias.

Marcos Giralt Torrente, en Zaragoza, se zambulle ahora en la vida de su abuelo Gonzalo Torrente.
Oliver Duch

"Desde siempre me han interesado los lazos de familia, qué pasa entre los hermanos, las traiciones y los afectos, la relaciones entre padres e hijos. Soy hijo único y he tenido la sensación de que yo siempre he estado mirando la vida desde un balcón o una esquina… Mi padre, pintor, Juan Giralt, era un bohemio y nunca sabías dónde estaba; mi madre, hija de Gonzalo Torrente Ballester y Josefina Malvido (murió en 1958), trabajaba todo el tiempo. Y yo estaba solo o con las mujeres que me cuidaban, desubicado", dice Marcos Giralt Torrente (Madrid, 1968), que publica ‘Mudar de piel’; presentó el libro en Los Portadores de Sueños, de Zaragoza, en diálogo con Ismael Grasa.

¿En qué medida los relatos de ‘Mudar de piel’ son deudores de ‘Tiempo de vida’, el libro que le dedicó a su padre?

No lo había pensado. Le diría que procede de dos cosas: viene del libro ‘El final del amor’, que iban a ser cinco cuentos. Por fechas de entrega, ya que que lo presenté al premio Ribera del Duero, me quedó uno sin meter y me dolió. Para mí los libros de cuentos deben tener un núcleo, una unidad temática, y deben albergar textos impares: cinco, siete, nueve…

Como este. ¿Y la otra razón?

En ese juego entre ficción y no ficción que es la literatura, me hizo gracia la idea de escribir sobre familias, pero desde un punto de vista muy variado: que hubiese historias de hermanos con hermanos, hijos únicos, madres y padres muertos, y sin la posibilidad de identificar ninguno de ellos con mi condición de hijo único…

¿Decidió, desde el primer momento, usar la primera persona?

Sí. Casi siempre escribo en primera persona y con narradores similares. Pueden ser diferentes, pero tienen la misma inflexión y una mirada pareja sobre el mundo: la cultura, los libros o el arte. Igual que no me veo haciendo una novela histórica, metiéndome en un archivo y buscando documentación, tampoco me veo inventando voces muy diferentes. Tampoco voy a impostar ni el tono ni el discurso.

Tiene ecos de narradores como Tobbias Wolff, Raymond Carver... ¿Qué modelos sigue?

Me gustan mucho. Y James Salter, por ejemplo. Al final el envoltorio da un poco igual, pero escribo desde la contemporaneidad. Son importantes la mirada y la naturalidad. Tan legítimo es escribir sobre los mineros o los traficantes como sobre los urbanitas de profesiones liberales. Busco acceder a un cachito de iluminación o de reverberación de eternidad dentro de un relato.

Cuando piensa en un narrador, ¿qué pretende, qué le pide?

Busco siempre un narrador más desinhibido que yo, que dice cosas que yo jamás diría. Este libro también reflexiona sobre otra cosa: la condición humana, algo que se percibe en esos pequeños detalles de cada día donde aflora la mezquindad de un padre con un hijo, el odio, una disputa, o el amor. Y sigo ahí.. Escribo de nuevo sobre mi propia familia.

¿Sobre su abuelo Gonzalo Torrente Ballester, esta vez?

Sí. Me interesan dos cosas: la relación que mi abuelo tuvo con sus hijos, la huella que les dejó desde la condición del artista, que es un ser sin clase social. El artista puede estar un día en una recepción real y a la par que le corten la luz porque no tiene dinero. A la vez hablo de un artista como mi abuelo, a lo Thomas Mann, sobre el que gravitaba la vida familiar y al que no se debía molestar.

¿Qué sucedió en el amor entre su abuelo y su abuela?

¿Sabe algo? Creo que es fascinante y contradictorio. Vivieron 20 años separados. Ella era asmática y estaba en Galicia con sus cuatro hijos. Mi abuelo era catedrático de instituto y se fue a Madrid a conquistar la gloria literaria. Conservo 40 cartas que le mandó a mi abuela, a veces de alto contenido sensual. Iba a verla por Navidad y Semana Santa, cuando estaba seguro de que podían acostarse o de que no estaba enferma.