La batalla del “Veni, vidi, vici”… y ¡veggie!

El único enemigo de ésta guerra no será otro que la previsión del tiempo.

El Cipotegato 2018 se elegirá el último sábado de junio.
Las inscripciones para optar a ser Cipotegato se abren el martes
Ayuntamiento Tarazona

Las previsiones meteorológicas hablan de lluvias para el día más especial del año en Tarazona. Las memorias no recuerdan el último Cipotegato en el que el agua no cayera de las garrafas desde los balcones, sino desde cielo.

A merced de la lluvia, se espera que la plaza de España se llene hasta la bandera de turiasonenses, zaragozanos, tudelanos y otros gentilicios de la redonda.

Escogiendo la opción más halagüeña, el primer paso es almorzar.

La improvisación no tiene cabida en la cita con la chistorra y el huevo frito de rigor. Las terrazas se llenan de un abanico de todas las edades vestidos bajo la misma gama de color, el blanco, que por ahora, solo será susceptible de las manchas de aceite y yema. Porque, el Cipotegato es un estado de ánimo. La mañana del 27 de agosto supone un chute de energía para todos los turiasonenses. Energía que no se destruye conforme pasan los años, sino que se transforma.

Los últimos tomates se despacharán a pie de calle mediante ventajosas ofertas. A pesar de la escandalosa cantidad de tomates pera, de la huerta o del Mercadona que se lanzarán, muchos preferirán afrontar la guerra con las manos vacías.

Las bebidas de bajo contenido etílico se repartirán con alegría, sobre todo en la sede de la peña Dominguera, y las barras aledañas a la entrada principal de la plaza de toros vieja. El foco de interés no será otro que el escenario conocido como ‘el de la Virgen del Río’, epicentro del acto con más solera tras el Cipotegato: la Imposición de la borraja.

El barullo irá aumentando conforme la citada verdura esté más cerca de coronar la cabeza de Carmelo Led, presidente de la peña Garrafus, la más numerosa y popular de las cinco con las que cuenta la ciudad.

No serán los ardores del almuerzo lo que comiencen a notarse en el estómago, sino la adrenalina de la cuenta atrás. Con paso procesional y cuando la primera media docena de tomatazos haga diana en el cuerpo, cada uno ocupará su puesto.

Hay privilegiados que mirarán los tomates desde la barrera de plástico que se coloca en la fachada del Ayuntamiento, los que se engancharán a las rejas de forja de las ventanas del edificio, aquellos que optarán por darle uso a la deficitaria cabina de teléfonos metiéndose dentro, quienes se resguardarán en los soportales y los que no le temen el hematoma vegetariano y se colocarán lo más cerca posible de la estatua del Cipotegato. Eso sí, hay guerreros más prudentes que afrontarán la batalla con gafas de bucear y otros, no tan prudentes, pero sí más creativos. Como el del casco de sandía, que un año hizo la gracia y desde entonces es un imprescindible.

Lo siguiente, ya es historia: aplausos, cánticos, repique de campanas, cohete y muchísima emoción.

Tarazona en coro gritará aquello de “¡Cipoooote, cipote, como el Cipote, no hay ninguno!”, llueva o el sol derrita el asfalto.

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