¿Qué guarda Zaragoza en su trastero?

En los almacenes municipales se guarda parte de la identidad de la ciudad, la infancia de muchos zaragozanos o la magia de Navidad.

La comparsa de Zaragoza es la anfitriona que recibe a todo visitante que entra en los almacenes municipales de Cogullada. Los marqueses de Bearn, Dulcinea, el Chino o la Negra son de los primeros inquilinos que se pueden ver. Descansan en fila, en unas altas vitrinas verdes con puertas de cristal. Sin embargo, no caben todos, en el lado opuesto están las últimas incorporaciones al grupo de gigantes: Palafox y Agustina de Aragón.

Desde lo alto observan todo lo que ocurre en estos talleres: cómo meten y sacan hierros, maderas o tubos. Allí no están para bailar, ni los cabezudos para correr. Ellos están a su lado, colocados de tal forma que parecen comentar todo lo que ocurre en esos pasillos. Como cotilleo, el Forano descansa con la Pilara, pese a su aniversario y boda con la Forana en las fiestas pasadas.

Los de la boca abierta, los cabezudos, están acompañados de multitud de maquetas de carrozas que han pasado por estas instalaciones. Tranvías, una Romareda en miniatura o la reproducción del escenario de la Sala Oasis son algunas de las carrozas que hay en esas baldas. Muchas de ellas, todavía puede que estén en la retina de los zaragozanos y traigan recuerdos de cabalgatas pasadas. “Algunas de estas carrozas se han hecho aquí”, asegura Ángel, un trabajador que conoce cada rincón de estos espacios como la palma de su mano.

La expresión "bajar a ver a la Virgen" es muy utilizada en Zaragoza por todos aquellos que viven en los barrios del Sur de la ciudad. En los almacenes municipales esa frase se convierte en algo literal. En una nave, en cuya puerta indica que es la herrería, se encuentra el mayor objetivo de fotos y miradas durante las fiestas: la talla de la Virgen de la Ofrenda. Junto a ella, el miriñaque de su manto y en la nave de enfrente está la estructura: decenas de planchas y otros tipos de hierros ordenados.

“Y aquí al lado están las cabinas desmontadas y las urnas de las elecciones”, explica Ángel. En un lado las urnas azules, en el otro las naranjas y entre ellas los carteles que indican dónde votar, por ejemplo ‘de la A a la J’.

Están separadas de las carrozas de los Reyes Magos por los abetos y luces de Navidad que decoran el Mercado Central. Melchor, Gaspar y Baltasar aparcan en varias de estas naves sus tronos, buzones reales y otros elementos de la comitiva. Esperan donde fueron pintados un día, ya que sus majestades encargan cada año a estos talleres la pintura y retoques de sus carrozas.

Las lujosas columnas salomónicas de sus conjuntos se combinan con la austeridad de las ruinas y pajares del belén de la plaza del Pilar, que también se guardan allí.

“La figuras del belén todavía están en pintura. La semana pasada aún estaban retocándolas”, precisa José, uno de los últimos operarios que se ha incorporado. Después de estar un mes en la intemperie han tenido que pasarles la brocha. Pese a la diferencia de tamaño, entrar en esa nave se asemeja a abrir una caja de figuritas.

No solo es un trastero

Pero en este trastero no solo se guardan los elementos que decoran las calles en las distintas fechas del año, sino que también se llega a otros menesteres de la ciudad. “Lo que más me sorprendió es que aquí se hace de todo”, comenta José. “Ese teléfono no para de sonar, estoy todo el día descolgándolo. Tan pronto me llaman de un centro cívico, que de otro sitio”, añade su compañero Ángel.

Los talleres están divididos en secciones. Por un lado está la herrería, que es el área que se encarga de las estructuras y cerrajería. A su lado está la nave de tráfico, con las señales. Pintura, fontanería, electricidad o albañilería son otras de ellas. De los anuncios publicitarios que hay por la ciudad también se encargan desde estos talleres. “Los de la sección de cantería, además de dedicarse a todo el tema de piedras, son los encargados de los mupis”, especifica Ángel. 

Además, no se cesa en todo el año. “En noviembre ya empezamos a montar el belén de la plaza del Pilar y para las fiestas nos ponemos en marcha un par de semanas antes”, comenta Ángel.

En estos almacenes municipales son como una familia, según dicen los propios trabajadores. “Este ya se jubiló, pero viene a vernos muy a menudo”, aclara Ángel en referencia a un ex compañero que anda por allí.

Pasear por los pasillos de estos almacenes es como revolver un trastero lleno de recuerdos. En cualquier esquina se puede ver algún objeto que hace pensar en qué rincón de Zaragoza estuvo en tiempos pasados.

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