Rincones de arte e historia más allá de la muerte

El primer estudio realizado sobre nueve cementerios de barrios rurales de Zaragoza ha alumbrado datos históricos y artísticos desconocidos.

Antiguas sepulturas en el cementerio de Monzalbarba
Antiguas sepulturas en el cementerio de Monzalbarba
Ayuntamiento de Zaragoza

“Es blanco, esplendoroso, resplandeciente. Da gozo verlo”. Así describe Isabel Oliván Jarque, la autora del libro ‘Historia de los cementerios de barrios de Zaragoza’ y jefa de la Unidad de Patrimonio Urbanístico del Ayuntamiento de Zaragoza, el camposanto de San Juan de Mozarrifar.

No es lo habitual escuchar hablar con tanta pasión de este ni de otros recintos funerarios: “Cuando voy a una localidad, visito siempre su cementerio, pues cada uno de ellos es diferente”, reconoce la investigadora. ¿Por qué?: “Estos hablan de la historia y el patrimonio de sus lugares, en algún caso hasta de los últimos 200 años, son un reflejo de las costumbres funerarias y recogen muestras antropológicas y obras artísticas muy interesantes”.

En el caso del de San Juan de Mozarrifar, “conserva la arquitectura, en elementos como la capilla o la portada, del diseño del proyecto que se realizó en 1915 y posee unas manzanas muy curiosas con una decoración en relieve sorprendente”. Su portada, indica la autora, es de las más hermosas junto a las de los cementerios de otros barrios rurales como Juslibol –en ladrillo y con notable ornamentación- o Montañana.

Junto a los recintos de estos lugares, Oliván también radiografió los de Alfocea, Casetas, Monzalbarba, Movera, Peñaflor y Torrecilla de Valmadrid. En total, nueve espacios elegidos por aparecer como cementerios municipales situados en los barrios rurales en la Ordenanza propia del año 2010. Si bien, “la investigación ha servido para dilucidar determinadas conclusiones como que algunos de ellos han tenido hasta tres camposantos que se han sucedido en el tiempo y cambiado de emplazamiento y titularidad”, detalla.

La autora cuenta que la mayor parte de los que ahora quedan, y que fueron sustituyendo a los más antiguos, se levantaron entre 1880 y 1900. Además, muchos de los proyectos tienen la firma del arquitecto aragonés Ricardo Magdalena. Durante su construcción o ampliación, “los vecindarios de los barrios jugaron un papel importantísimo con su trabajo y la donación de materiales y jornales”, recuerda Isabel. En ellos “predominan los enterramientos en tierra y, posteriormente, las manzanas. Aparecen sepulturas y tumbas de toda tipología y materiales, aunque la referencia artística suele ser el cementerio de Torrero”, detalla.

Horas y horas de buceo en el Archivo Municipal de Zaragoza, en el Histórico Provincial, el Diocesano, los archivos parroquiales…, además de conversaciones con presidentes de las juntas vecinales, párrocos, cofradías y alcaldes, entre otros, tejieron una investigación de la que “hasta ahora nadie se había ocupado, pues no había apenas estudios de los cementerios de los barrios rurales” y que ha servido para sacar a la luz “una cantidad de datos que ni en los propios barrios conocían”.

Más allá de concebirse como lugares de duelo y tristeza, son también espacios que guardan joyas patrimoniales, y ahondar en esa perspectiva es uno de los objetivos de este libro publicado por el Consistorio. “El cementerio tiene una función específica que no se puede eludir, pero precisamente por su razón de ser, narran también la historia de las localidades. El sentimiento de pena que suscitan en la mayoría de las personas pretende motivar un interés distinto y cultural”, explica Oliván.

Alfocea, un caso excepcional

Declarado Bien de Interés Cultural, el cementerio de Alfocea constituye un caso excepcional. “En su zona norte hay un cerramiento que se erige como el único resto que queda construido, en yeso y tapial, de lo que fue el castillo de Alfocea”, explica en la obra.

Casos llamativos protagonizan también otros camposantos como el de Casetas. “La normativa se iba haciendo más dura en materia de higiene y salubridad pública”, y con la llegada del ferrocarril en 1861, el municipio “experimenta un incremento de población exagerado”, lo que se traducirá en la existencia de dos cementerios. Por el contrario, en Torrecilla de Valmadrid, con 27 habitantes censados, su camposanto actual “ya existía en 1845 y hoy sigue teniendo las mismas dimensiones y la misma localización que a mediados del siglo XIX”.

En Montañana, hablar de su espacio funerario es hacerlo de la Cofradía de Nuestra Señora del Rosario, que “fue fundada en 1821 para enterrar a los difuntos de este lugar. Es la propietaria actual del cementerio y su historia tiene un carácter verdaderamente excepcional”, concluye Oliván ahondando en algunas de las informaciones que recoge el libro.

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