El Gancho pierde su perfume de galletas

Industrias Villacampa baja la persiana y traspasa el negocio por enfermedad tras 52 años en el barrio.

Félix Villacampa, en la tienda original.
Félix Villacampa, en la tienda original.
Ángela Elía / Lamaletaextraviada.com

Pasear de buena mañana por la calle Predicadores y no dejarse raptar por el olor de galletas de Industrias Villacampa constituía una heroicidad, una verdadera demostración de autocontrol o un sometimiento radical a un régimen hipocalórico. Porque la esencia de mantequilla y masa procedente de su horno colonizaba la esquina con Mossen Pedro Dosset y regalaba un genuino perfume a una zona de la capital aragonesa tradicionalmente deprimida. A ver quién era el guapo que se resistía a llevarse un tentempié a casa.


Ya no habrá disyuntiva entre la dieta y la galleta. La fábrica y tienda familiar baja la persiana de manera definitiva después de 52 años largos -abrió sus puertas el 15 de marzo de 1963- alegrando los desayunos y meriendas de los chavales del barrio. Una labor que empezó en las instalaciones de Casta Álvarez (a una manzana de su siguiente ubicación), donde Félix David Villacampa empezó a hornear a mano sus galletas, palmeras, hojaldres y demás lamines. Y pan, claro.



Dos carteles anuncian el traspaso del local Foto: Sandra Lario


El heredero de aquella primera tienda, Francisco Villacampa, tomó las riendas en 1981 y se llevó a Predicadores el horno original, que hasta este mes daba guerra en la trastienda. Pero la salud le ha jugado una mala pasada y, a sus 62 años, se ha visto obligado a tratar de traspasar el negocio. "Me han operado del corazón y me tengo que jubilar por enfermedad", despacha Francisco al otro lado del teléfono con la misma naturalidad con la que vendía, gramo a gramo, 400 kilos mensuales de dulce materia prima.


Así se acaba un negocio al que acudían zaragozanos de todos los distritos. "Mi familia, mis hijos, han preferido no seguir con esto y yo lo entiendo. Es sacrificado y los beneficios cada vez eran menos", explica con resignación. Desde el mostrador ha visto mutar el vecindario del Gancho y el propio entorno: "Ahora la gente es más variada, las calles más modernas y vivas, los edificios también son diferentes. Los cambios han sido para mejor".


La gente ha cambiado, pero no sus gustos. Francisco desvela el que siempre ha sido su producto estrella, ese que le venían a pedir de propio y que rara era la semana que no se agotaba: "Lo que más nos han demandado han sido nuestras pastas de té, teníamos mucha variedad, muchos sabores". Su otra debilidad eran "las galletas de chocolate y las rellenas: de fresa, moca, chocolate...".


Cuentan los vecinos que a Paco -como le conocen sus cercanos y habituales- le va el estraperlo, en el sentido más bondadoso de la palabra, y que no era raro verle entregar bajo mano a los niños alguna de sus artesanías.


Porque el secreto de las galletas de la 'marca' Villacampa era su fragua artesanal. A mano, una a una. Hechas en el horno de 1963, la batidora de principios de los 70, su máquina de rellenos del año 45, y también en el molino azucarero, la laminadora de hojaldres y la amasadora que funcionaban tan bien en la trastienda como podrían hacerlo en un museo gastronómico. "Las cosas hechas así, manualmente, tienen otro sabor. Son diferentes, son... otra cosa", remata Francisco con el satisfacción del trabajo bien hecho. Ahora, a descansar.

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