¿Qué pasa con el agua cuando cae por el sumidero hasta que llega el Ebro?

La depuradora de La Cartuja trata el 85% de las aguas residuales de Zaragoza para verterlas al Ebro dentro de los estándares que marca la CHE.

La depuradora de La Cartuja comenzó a funcionar hace 24 años y trata el 85% de las aguas residuales de origen doméstico e industrial que se generan en la ciudad de Zaragoza y en las poblaciones de Movera, Juslibol, Pastriz y la Puebla de Alfindén. Del resto, un 15%, se encarga la depuradora de La Almozara. En total, estas plantas depuran 53 millones de metros cúbicos de aguas residuales al año.

Pero, ¿qué pasa con el agua que desechamos? Y... ¿cómo se devuelve al Ebro?

“Es un agua que contiene mucha materia orgánica, mucha turbidez y una concentración de nitrógeno y fósforo alta”, explica José Ignacio Castrillo, director técnico de Ecociudad Zaragoza. “En la depuradora de La Cartuja reducimos esa contaminación entre un 90 y un 100%.”, afirma Castrillo. “El agua que sale tras este proceso no es potable”, puntualiza el director técnico, “pero sí lo más parecida a la que lleva el río Ebro”. “Así el caudal no sufre con la incorporación de las aguas vertidas”, informa Castrillo.

De la red de tuberías al río

Desde que las aguas residuales llegan a la depuradora a través de los colectores hasta que es de nuevo vertida al río pasan unas siete horas. En ese tiempo atraviesa varias fases dirigidas a eliminar los diferentes residuos.

En un primer momento “se captura la materia orgánica, los sólidos en suspensión y los flotantes más gruesos gracias a varios tamices que los retienen”,  relata Castrillo.

A continuación, “se eliminan las arenas y las grasas mediante un sistema de burbujeo con el que se consigue que las partículas que todavía quedan en el agua precipiten en el fondo del depósito y las grasas queden en la superficie”, explica el experto. Ambos residuos se retiran y son posteriormente tratados.

Una vez acabada esta fase, se inicia un proceso biológico en el llamado “pulmón de la depuradora”. “Se trata de unos grandes tanques de 21.000 metros cúbicos de capacidad en los que el agua residual se mezcla con microorganismos específicos que se alimentan de la materia orgánica”, dice el experto.

Para terminar, el agua pasa a unos depósitos destinados a eliminar los microorganismos aportados en la fase anterior. “De ahí sale ya con las calidades que establece la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) para poder ser vertida al río”, especifica el director técnico. “Hay controles diarios de su calidad para ver que está dentro de los parámetros que establece la CHE”, concluye Castrillo.

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