historia

De Teruel a La Litera, una emigración en busca de regadíos

1.500 turolenses se marcharon a la comarca oscense entre los años 20 y 70 del siglo XX para mejorar su vida. Un libro repasa ahora su peripecia.

Familia de teruelinos procedente de Fuentespalda, en su casa de campo de Albelda.
Familia de teruelinos procedente de Fuentespalda, en su casa de campo de Albelda.
Engracia Angosto

Mil quinientos turolenses, entre ellos muchas familias al completo, emigraron entre los años veinte y setenta del siglo XX a La Litera en busca de una vida mejor. Partían de las sierras orientales de la provincia de Teruel, donde vivían en masías y se dedicaban al cultivo de tierras de secano, y llegaban a los nuevos regadíos propiciados por el canal de Aragón y Cataluña, una promesa de prosperidad irresistible para masoveros, jornaleros y pequeños propietarios del Maestrazgo, el Bajo Aragón y el Matarraña, principalmente. 

La peripecia de aquellos emigrantes queda reflejada en el libro ‘Los que se iban en septiembre’, que acaba de publicar Silvia Isábal, residente en Binéfar y ella misma nieta de "teruelinos", como se conoce en La Litera a quienes llegaron con aquella oleada migratoria que tuvo su origen y destino en Aragón.

La comarca que aportó más teruelinos fue el Maestrazgo, con 570 emigrados, seguida del Bajo Aragón, con 204, y el Matarraña, con 130. También hubo una contribución significativa de la vecina comarca de Ports de Morella (Castellón), con 194 salidas. El municipio con más emigrantes a La Litera fue, con diferencia, Castellote, debido a la partida de numerosos vecinos de Santolea empujados por la construcción del pantano que anegó el pueblo. Las principales localidades de acogida fueron Binéfar y Tamarite, con 342 y 209 teruelinos. Aunque, porcentualmente, la palma se la lleva Esplús, con un 7% de vecinos nacidos en Teruel.

El boca a boca a partir de unos pioneros que conocieron las posibilidades de la comarca oscense a raíz de su puesta en regadío fue decisivo para atraer turolenses de las sierras orientales. Un caso muy concreto de "cadena migratoria" descrito por Isábal es el protagonizado por un vecino de Albelda, Pedro Quintilla, que hizo la mili en una mina situada entre La Cerollera y La Ginebrosa. Trabó amistad con unos masoveros de la zona a los que encandiló con sus descripciones sobre las posibilidades de prosperar en su pueblo con el nuevo regadío.

Quintilla fue el punto de partida de una serie de emigrados bajoaragoneses y del Matarraña. Entre las familias que partieron hacia La Litera, figura la de Engracia Angosto, que todavía recuerda como, con dos años, sus padres cargaron todos sus enseres en un camión, incluidos "una jaula con pollos y gallinas y un lechón para engordar y no pasar hambre en el destino". Aunque se desplazó con su madre en el vehículo cargado con las pertenencias familiares desde Fuentespalda a Albelda, su padre tuvo que hacer el viaje pie "tirando de las riendas de una mula", un animal de tiro imprescindible para iniciar su nueva vida.

Mientras que el camión llegó en una jornada a su destino, el padre de Engracia tuvo que caminar tres días para recorrer 190 kilómetros con la mula. Sin GPS, ni mapas ni brújula, un croquis que mostraba de forma esquemática las carreteras y desvíos a tomar, condujo al campesino hasta su destino. Engracia, de 77 años, afirma que sus padres nunca se arrepintieron de mudarse a Albelda. "Fíjate si estábamos bien en nuestro nuevo hogar que después de nosotros llegaron también a vivir en La Litera tres hermanas de mi madres con sus familias", cuenta la teruelina.

Una niña teruelina posa delante de la torre de Albelda a la que se trasladó con su familia.
Una niña teruelina posa con su bicicleta delante de la torre de Albelda a la que se trasladó con su familia.
Engracia Angosto

‘Los que se iban en septiembre’ toma el título de la costumbre de partir hacía los regadíos oscenses cuando había terminado la cosecha, después del verano. Silvia Isábal relata en su documentado trabajo las duras condiciones de vida de los teruelinos al llegar a su destino. En ocasiones se asentaban en fincas adquiridas y en otras tierras arrendadas, tomadas en aparcería o que trabajaban como jornaleros. Algunos se encontraron torres –casas de campo– habitables, pero otros casas "en un estado deplorable", a veces sin ni siquiera un tejado para cobijarse.

La integración fue relativamente fácil, como cuenta Silvia Isábal, y muchos de los recién llegados montaron con el tiempo empresas y negocios. En general, los teruelinos fueron sinónimo de laboriosidad y fiabilidad. A la fusión con la sociedad literana ayudaron las redes de solidaridad tejidas entre los inmigrados. "Si le pasaba algo algún teruelino, los otros estaban pendientes y le ayudaban", recuerda Engracia.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión