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A falta de Morante, el fervor a Roca Rey

El torero peruano sale a hombros en el segundo festejo de la Feria del Ángel, imponiéndose a Ortega y Aguado. 

Roca Rey se dirige al azulejo del fallecido Víctor Barrio para brindarle su triunfo.
Roca Rey se dirige al azulejo del fallecido Víctor Barrio para brindarle su triunfo.
Antonio García

Con gafas de sol no se ven los toros. Y menos, si son tan chicos como los de ayer. El ‘dios’ Morante se cayó del cartel pero sus discípulos se mantuvieron con una corrida compartida -e impresentable- de Loreto Charro remendada con Luis Algarra.

A falta del de La Puebla, bueno es Roca Rey. Y en esas transcurrió la tarde; entre el pensamiento de lo que pudimos ver y lo que nos planteó el peruano ante unos novillos -por decir algo- entregados de salida, ante los que cortó cuatro orejas.

Dos llegaron ante el quinto. El animal fue repetidor y noble. El comportamiento del público, el de una capea. Hasta pedir el indulto. O el insulto. Porque tan afable fue la condición del toro como desproporcionadas las peticiones hacia toro y torero.

Todo se saldó con vuelta al ruedo y dos orejas que se sumaron a otras dos anteriores. Igualmente desproporcionadas por la condición del toro, un mansote que venía templado de salida, como por la vulgaridad de los vuelos de Roca Rey.

El diestro peruano tardó en encontrarle el aire. Demasiado como para abrir la puerta grande con media tanda de muletazos por el derecho y esos naturales, en redondo, que viven de los remates más que del sometimiento.

Arte sevillano

Y con Teruel entregado a Roca Rey, su compañero Juan Ortega trató de agradar, sin mucho éxito, frente a un lote áspero al que redujo a su estilo.

Su primero de Algarra no tuvo ninguna opción. Fue descastado, sin clase alguna, y el sevillano lo despachó a las primeras de cambio con una soberana estocada.

Después, pudo redimirse con el noble cuarto, ante el que dejó un precioso quite por chicuelinas antes de completar una faena fundamentada en el toreo clásico y cadencioso que guardan sus muñecas.

Hubo gusto y relajo por momentos. Principalmente, en el recibo capotero; pero también en algunos momentos en los que Ortega buscó templar y el animal, las tablas.

Salió prendido por los aires sin consecuencias en el pinchazo previo a la estocada y cobró una oreja de ley, frente a un lote con menos opciones –y empaque– que el de su colega Pablo Aguado.

El también sevillano, que había entrado en el cartel sustituyendo a Morante de La Puebla, no terminó de entenderse con el lote más hecho y cuajado encierro.

A su primero, que tuvo un punto de casta sin humillación, tardó en bajarle la mano de verdad y todo quedó en varias tandas de muletazos sueltos, sin ligazón.

El sexto toro, apenas sacó un fondito de casta. Cuatro series por el pitón derecho que no llegaron a exaltar el poder –ni el arte– de un Aguado que, para colmo, tampoco anduvo fino a espadas.

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