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Pilar Sangüesa, desde su tienda La Bodega, en Castellote: “Llevo toda la vida de cara al público, soy de raza tendera”

A sus 57 años, regenta éste y otro establecimiento en la vecina localidad de Cuevas del Cañart, donde nació. Fundado por su bisabuelo, la profesión la lleva en la sangre.

Pilar Sangüesa, en su tienda La Bodega, en Castellote.
Pilar Sangüesa, en su tienda La Bodega, en Castellote.
Heraldo

Hace más de 30 años que Pilar Sangüesa regenta oficialmente La Bodega, una pequeña tienda en Castellote, pero la profesión la lleva en la sangre. Su bisabuelo tenía el estanco de Cuevas del Cañart, la vecina localidad donde ella nació, y con el tiempo lo amplió vendiendo otros productos. Cuando se jubiló, el negocio pasó a sus padres y, en aquella época, los niños ayudaban en lo que fuera, así que Pilar prácticamente se crió en la tienda.

“Soy de raza tendera”, afirma Pilar, quien lleva toda la vida en el mundo del comercio. Pero su gran salto, el que marcaría el resto de su vida laboral, lo dio hace 34 años, cuando volvió de su etapa de estudiante en Zaragoza para abrir su propia tienda.

Mientras que la de Cuevas la seguían llevando sus padres, ella se lanzó con otro negocio en Castellote. Allí, su bisabuelo también tenía una casa y un pequeño local con algo que lo hacía único: una inmensa bodega en el sótano. De ahí que el establecimiento adoptara el nombre de La Bodega y comenzara vendiendo principalmente vinos.

Pero Pilar pronto se dio cuenta de que vender algo tan especializado en un pueblo pequeño no era demasiado rentable. Así, empezó a incorporar otros productos a su tienda y, aunque en un primer momento la bodega no estaba abierta al público, se decidió acondicionar con una barra para servir bebidas y cafés.

Con este giro, Pilar introdujo además su otra pasión, la literatura. “Creé un espacio agradable para realizar encuentros con autores que vienen a presentar sus libros”, explica. Por allí, dice, han pasado una treintena de escritores, en su mayoría aragoneses.

Junto con los libros y los vinos, en el diverso catálogo de productos de La Bodega también se pueden encontrar productos de papelería y artículos escolares, y es el único establecimiento del Maestrazgo donde se puede comprar la prensa del día.

Otro de sus productos estrella es el aceite de oliva de la cooperativa local y también vende productos de cercanía, como quesos y embutidos de la zona. Artículos de artesanía, juguetes o recuerdos turísticos forman también parte de su gama.

La era covid: cambio de clientes y de estrategia de venta

Pese a que Castellote no es uno de los pueblos más turísticos de la zona, gran parte de los clientes de La Bodega son turistas que aprovechan la visita para llevarse artículos gourmet tanto para consumo propio como de regalo. “Quienes viven aquí no consumen a diario mis productos porque prefieren optar por algo más económico”, reconoce Pilar. Además, la tienda se sitúa en la parte alta de Castellote, por la que pasan muchos turistas pero donde apenas viven los habitantes habituales, que se han asentado en la zona baja de la localidad.

Un panorama con el que la llegada de la pandemia no ha tenido un efecto positivo. Al menos no en un primer momento, cuando Pilar en seguida vio que tenía que abrir la tienda durante menos horas porque no había clientela suficiente. Pero, si se mira con las gafas adecuadas, de cada crisis puede surgir una oportunidad, y así es como lo vio Pilar.

"Lo que hago es mi vida, el contacto con la gente me encanta y soy feliz"

“Al no tener tanto trabajo en la tienda, aproveché para afianzar la venta directa a través de grupos de difusión de whatsapp”, explica. En estos grupos, Pilar recoge a los clientes habituales de la tienda. Muchas son personas que residen habitualmente en Zaragoza o en Cataluña pero tienen una segunda residencia en Castellote. Con el confinamiento, no podían desplazarse hasta allí así que Pilar empezó a realizar envíos a toda España.

“Me supone más trabajo, porque hay que preparar los paquetes, pero gracias a ello he podido salvar los peores meses del año pasado”, asegura. Habla en presente porque este servicio de envíos se sigue prestando, con un coste de mínimo 7 euros, según el peso del paquete.

El producto más demandado en esta venta a domicilio son las garrafas de aceite de oliva de la cooperativa local. “Quienes lo consumen ya se han acostumbrado y ahora no pueden vivir sin él”, reconoce. Los encargos se hacen a través de whatsapp, donde los clientes reciben las novedades, los precios y las ofertas. El pago se realiza por transferencia y los envíos, con una empresa de transporte nacional.

“Con una tienda en un pueblo ya sabes que no te vas a hacer rico”

Pese a que Pilar ha podido, más o menos, capear el temporal de este fatídico 2020, tiene claro que, con pandemia o sin ella, un negocio como el suyo no es la panacea. “Teniendo una tienda en un pueblo ya sabes que no te vas a hacer rico”, reconoce.

Pero a veces el dinero, aunque suene a tópico, no lo es todo. Lo de Pilar es puramente vocacional y, aunque trabaja para hacer caja, disfruta de lo hace cada día. “Lo que hago es mi vida, el contacto con la gente me encanta y soy feliz”, confiesa.

Ella sola es quien gestiona tanto esta tienda de Castellote como el antiguo estanco de Cuevas del Cañart. Cuando sus padres se jubilaron le dio pena cerrarlo así que lo reconvirtió en una especie de sucursal de La Bodega, a 16 kilómetros. “Durante el año, quitando el verano, solo abro un par de días por la tarde”, explica. Como ella misma lo define, el servicio que da en La Trastienda es casi “romántico” ya que en el pueblo hay otra tienda donde encontrar los productos de primera necesidad. “Aquí las clientas me vienen a ver, a charrar un poco y, de paso, compran cuatro cosas”, añade.

Una labor casi social, ésta, que para Pilar es también parte de la esencia de una tienda en el medio rural. Se considera una fiel defensora de mantener este tipo de establecimientos, por prescindibles que parezcan mientras están abiertos. “La gente solo se da cuenta de que los necesita cuando los cierran y entonces se lamentan”, dice. Una realidad que se ha hecho más patente con la covid, cuando muchos vecinos que normalmente se desplazan a localidades grandes con centros comerciales e hipermercados tuvieron que hacer la compra sin salir del pueblo. “En esta época, las tiendas pequeñas han salvado la vida a muchos”, defiende.

Al mismo tiempo, es consciente de que para asentar población en el medio rural es necesario crear una cultura y una política que favorezca esta repoblación. Sin ir más lejos, en su tienda de Cuevas del Cañart la cobertura de móvil apenas llega y no puede tener datáfono para pagos con tarjeta porque no tiene señal.

Dejando a un lado estos pequeños impedimentos, Pilar no cambia por nada la calidad de vida que tiene en el pueblo. “Me gusta ir a Zaragoza y necesito ver gente y movimiento de vez en cuando, pero cuando vuelvo a mi casa me doy cuenta de lo bien que estoy aquí”, reconoce. Aunque Cuevas del Cañart es su pueblo natal, a los 23 años se casó con un joven de Castellote, donde viven desde entonces. A cuatro calles, en el piso de arriba de la tienda, reside su madre, a la que puede atender sin mayores complicaciones y uno de sus dos hijos también ha echado raíces allí.

La tienda es su vida, la ha visto crecer en su pueblo, rodeada de su familia y sintiendo el calor de la gente. Por estos y otros motivos, pese a que los ingresos a raíz de la covid no son tantos como le gustaría, Pilar se considera una afortunada. “Me gusta estar a la última y tener mucha variedad de productos, por lo que siempre tengo muchos gastos”, reconoce. Pero entre los envíos a domicilio y los clientes que, por goteo pero fieles, van dejándose caer por La Bodega y La Trastienda, la caja va llenándose, no solo de dinero, sino también de sonrisas, charlas y confidencias.

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