Teruel

La Virgen de a la Soledad, acompañada de jotas y besamanos

El convento de Santa Clara se convirtió en el epicentro de la procesión más entrañable de la Pascua en Teruel.

La Virgen de a la Soledad, acompañada de jotas y besamanos
A. García/bykofoto

La Virgen de la Soledad fue ayer la única imagen que desfiló en procesión por las calles de Teruel, pero no lo hizo en solitario, a pesar de su nombre. Más de 200 personas la acompañaron en un recorrido que, como manda la tradición, se desarrolla con numerosas interrupciones. Canciones y bailes salpicaron el trayecto, marcados por la gran devoción que los turolenses sienten por esta virgen, que durante todo el año se conserva en una de las capillas del Convento de Santa Clara.

La procesión ya tuvo inicios musicales dentro de la iglesia de SanMartín, donde un grupo de joteros del grupo Ciudad de los Amantes animaron con sus canciones a los 55 peaneros que portaban el paso de la afligida escultura. Para llevar en hombros a esta talla no falta personal. El fervor que despierta entre los turolenses hace que muchos miembros de otras cofradías se presten a portar la peana de la Soledad en el día en el que se constituye como la gran protagonista de los actos religiosos.

La Virgen realizó su primera parada en la plaza del Torico, donde se bailaron y cantaron jotas en su honor. Los peaneros mecieron el paso, como queriendo acompañar al ritmo imprimido por el grupo folclórico que desde hace más de veinte años acompaña la procesión. El ‘piquete de la virgen’, una banda de tamborileros jubilados, desfiló marcando un luctuoso sonido a su paso por las calles, intensificado por los tambores y bombos de los 70 instrumentistas de la cofradía.

El séquito concluyó ante la puerta de la iglesia de Santa Clara, en cuyos archivos consta que la virgen ya salía en procesión en 1605, portada por los padres Mercedarios. "Es –según recalcaba el presidente de la cofradía, Eliseo Giménez­– la primera cofradía mariana fundada en Teruel".

En la plaza tuvo lugar el besamanos, uno de los actos más íntimos de la hermandad, pero no por eso cerrado al público. Todos los cofrades y las personas devotas de la Soledad tuvieron la oportunidad de acercarse a la imagen y de rozar con sus labios la cinta con la medalla que portaba la talla, antes de poner fin a la jornada religiosa.