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Los castigos por escapar de Huesca en la peste de 1651: de 500 sueldos jaqueses hasta pena de muerte

El Archivo Municipal de Huesca viaja hasta el siglo XVII para recordar la epidemia que dio origen al Tota Pulchra. Toda la documentación histórica se puede consultar en la web municipal.

Uno de los documentos históricos de la peste de 1651 que se conservan en el Archivo Municipal de Huesca.
Uno de los documentos históricos de la peste de 1651 que se conservan en el Archivo Municipal de Huesca.
Ayuntamiento de Huesca

Saltarse las restricciones de movilidad impuestas durante el estado de alarma para frenar la expansión del coronavirus conlleva duras sanciones económicas e incluso detenciones. Una estrategia que no es nueva ni mucho menos ya que para atajar la peste que asoló la ciudad de Huesca en 1651, también se aprobaron duros castigos para quienes intentaran burlar el aislamiento de la ciudad. Entonces, estos iban desde una multa de 500 sueldos jaqueses hasta incluso la pena de muerte

El Archivo Municipal de Huesca ofrece a todos los amantes de la historia un viaje hasta esa época, cuando la ciudad puso en marcha todo tipo de recursos para atajar esta epidemia y proteger a la población, dando origen también a la tradición del Tota Pulchra que aún hoy se conserva. "Son testimonios de un momento excepcional de nuestra historia colectiva que, de alguna manera, nos pueden hacer reflexionar acerca de nuestro presente", señala la archivera municipal, María Jesus Torreblanca. Todos estos documentos, muchos de ellos inéditos, se pueden consultar en la web municipal: https://www.huesca.es/areas/archivo-historico/la-peste-en-huesca-1651.

Según explica la archivera, la peste procedente de la zona de Valencia recorrió tierras aragonesas entre 1648 y 1654, deteniéndose en la ciudad de Huesca entre 1651 y 1652. Y de entonces perdura la historia de un hombre enfermo que llegó hasta la casa de sus parientes en el barrio de la Población (actualmente, los alrededores de la plaza de Alfonso el Batallador de Huesca). Cuidado por su familia, contagió su mal a la misma, así como a otros miembros de ella, que residían en Barrionuevo. Dos meses le costó a la ciudad darse cuenta exacta de la situación.

La escasez de medios de diagnóstico retrasó las medidas de aislamiento y, al cabo de esos dos meses, la ciudad contaba ya con dos potentes focos de expansión del bacilo, que obligaron a poner en marcha medidas más drásticas.

Entre ellas, el gobierno de la ciudad dictó un pregón para controlar la entrada de personas extrañas, bajo duras penas. Este bando prohibía admitir, ni dar posada a huésped, ni persona alguna, y obligaba a estos transeúntes a comunicar a los señores oficiales antes de cuatro horas de su llegada quiénes eran, de dónde venían, qué traían y a qué habían venido. En caso contrario, se enfrentaban al pago de 25 libras, diez días de cárcel y otras penas "arbitrarias", incluida la muerte. 

Asimismo, se aprobó otro 'pregón de aislamiento'. Aunque no tiene fecha concreta, pero está recogido en un libro de actas de los años 1651 y 1652. Este ordenaba la expulsión de los llegados de otras tierras antes de un plazo de 4 horas y la prohibición a los oscenses de salir de la ciudad. En caso contrario, los castigos iban desde 500 sueldos jaqueses hasta la pena de muerte.

También se puede acceder a documentación que explica cómo, una vez desencadenada la infección, la ciudad reaccionó de una forma similar a la que se ha llevado a cabo con la actual crisis del coronavirus: recurriendo a sus médicos y a sus estructuras sanitarias y endureciendo sus medidas de aislamiento con alejamiento de las personas, vigilancia de las fuentes de agua potable, cierre de escuelas…

Incluso hay archivos que reflejan normas para atender a los enfermos, otros que señalan la necesidad de desinfectar la ropa de cama e incluso se pueden ver documentos de los boticarios en los que explican con qué principios elaboraban los medicamentos.

Poco a poco, la enfermedad fue cediendo. Como explican desde el Archivo Municipal gracias a toda la documentación que se conserva, la magnitud del mal y la impotencia de la población ante la peste obligaron a recurrir a la intervención divina. Al final, un juramento de fidelidad a la Inmaculada en 1651 cerró el proceso de la ira de Dios. En esta intervención divina está, precisamente, el origen del Tota Pulchra.

En realidad, el contagio se dio por acabado de forma oficial el 13 de abril de 1652, pero las procesiones y las acciones de gracias ya habían comenzado anteriormente. El acto de conclusión de esta epidemia tuvo lugar el 29 de agosto de 1652, cuando se mandó celebrar solemnemente, como un día de difuntos adelantado, el funeral por todas las víctimas de la pestilencia.

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