Huesca

Muere Ambrosio Echebarría, obispo emérito de Barbastro

A LOS 88 AÑOS

Fue el gran artífice de la reestructuración de la diócesis y un infatigable luchador en la reclamación de los bienes aragoneses.

A la una de la madrugada de ayer, falleció a los 88 años en su casa familiar de la localidad vizcaína de Ceberio, cerca de Durango, monseñor Ambrosio Echebarría Arroita, que fuera obispo de Barbastro durante los primeros años de su pontificado, de 1974 hasta 1995, y obispo de Barbastro-Monzón desde que se creara esta nueva diócesis en 1995 hasta 1999, dos años después de que presentara su renuncia ante la Santa Sede por razones de edad.

Ese simple dato que le vincula a dos diócesis distintas, aun cuando permaneciendo en la misma sede, es suficiente para percatarnos de que ha muerto un gran defensor de la reestructuración del territorio eclesiástico aragonés y un infatigable luchador en la recuperación del patrimonio de las parroquias oscenses, todavía secuestrado en Lérida. Un prelado al que la Iglesia de Aragón reservará, sin lugar a dudas, un puesto de privilegio en su milenario devenir histórico.

Don Ambrosio, vasco de nacimiento y enamorado de su tierra, (no dudó en pronunciar unas palabras en euskera el día de su entrada oficial en Barbastro) supo adaptarse perfectamente a la cultura, necesidades y costumbres que vivía la pequeña diócesis que le había confiado el Vaticano. Desde el primer momento, se percató de la problemática que suponía el hecho de que una buena porción de parroquias aragonesas estuviera sometida a la jurisdicción del obispado ilerdense, con las inevitables consecuencias negativas tanto para el normal desarrollo de las actividades propias de una diócesis normal como para la puesta en práctica de una pastoral coherente y eficaz.

A resolver tan espinosa y grave cuestión dedicó la mayor parte de su vida episcopal. Como un aragonés más, se puso, con los otros obispos de la Provincia Eclesiástica aragonesa, a la cabeza de un movimiento reivindicativo de sacerdotes, religiosos, autoridades y laicos de toda la región exigiendo un mapa eclesiástico aragonés en consonancia con las circunscripción civil y solicitando la devolución de todos los bienes de las parroquias aragonesas depositados en varias dependencias de la capital del Segre.

Para llevar a buen puerto esta tarea, don Ambrosio viajó repetidas veces a Madrid para entrevistarse con el Nuncio y con el presidente de la Conferencia Episcopal Española. Asimismo fueron frecuentes sus desplazamientos a Roma para encontrarse con el Papa y con los más altos responsables de las Congregaciones de la Santa Sede. Estuvo al lado de sus curas compartiendo su ilusión y su amor por la patria chica. Infatigable, sin ceder un ápice al cansancio, llamó a todas las puertas, eclesiásticas y civiles, que pudieran colaborar en la configuración de un territorio aragonés más acorde con la historia, la legislación vigente y las urgencias apostólicas. Como se es sabido o, al menos, como debe recordarse en esta hora triste, el 17 de septiembre de 1995 fue su gran día de gloria, al rubricarse en la concatedral de Nuestra Señora del Romeral de Monzón y en presencia del Nuncio, del obispo de Lérida, monseñor Malla, y de todos los obispos aragonesas, la reintegración de las parroquias oscenses sometidas a Lérida en la nueva diócesis de Barbastro-Monzón. Había acabado así un proceso que duró casi medio siglo. Desgraciadamente, el doctor Echebarría se ha ido de este mundo sin ver el final de la segunda causa por la que puso también todo su empeño y entusiasmo: la recuperación del patrimonio histórico artístico de su diócesis secuestrado en Lérida o vendido a la Generalitat.

Este segundo capítulo de su personal batalla le costó enormes sufrimientos y no pocas lágrimas. Pero no cesó hasta que, con pruebas en la mano, reveló que las monjas del Monasterio de Sijena habían vendido, con autorización de Roma, a la Generalitat de Cataluña una parte notable de sus tesoros de arte. El traslado de las piezas, hecho en la oscuridad de la noche y, en medio de un silencio impenetrable, habla por sí solo del deshonroso carácter de semejante operación mercantil.

Aunque estos problemas acapararon en gran medida su tiempo, no descuidó sus oficios como Pastor solícito y bueno. Recorrió varias veces toda la geografía, tan accidentada y difícil, de su diócesis, animó con espíritu fraternal a sus sacerdotes, estuvo cercano de todos, preferentemente de los más desvalidos.

El obispo emérito nos dejó para siempre en las primeras horas del 6 de diciembre, víspera de su fiesta onomástica. La Iglesia de la Provincia Eclesiástica de Zaragoza llora su pérdida. Hoy se celebrará en su parroquia natal una misa córpore in sepulto. Posteriormente, su cadáver será trasladado a Barbastro, en cuya catedral se celebrará un solemne funeral mañana, día 8 de diciembre a las 17.00. Sus restos mortales serán inhumados en la seo barbastrense.

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