Reconocimiento a los pioneros que colonizaron el desierto de Monegros

La Diputación entrega el galardón Félix de Azara a los 15 pueblos de colonización, en una emotiva ceremonia en la que han participado 500 vecinos de cuatro generaciones

Los colonos de los 15 pueblos que recogieron el premio
Los colonos de los 15 pueblos que recogieron el premio
Rafael Gobantes

Todo empezó en una paridera de El Temple hace 73 años. Sin agua, luz, aseos ni otras comodidades, partiendo de cero. Quince familias ocuparon aquel lugar desértico de los Monegros, una antigua finca abandonada de Azucarera del Ebro que serviría como campo de pruebas de las nuevas políticas de colonización de Franco en Aragón. Este fue el germen del primer pueblo de colonos, al que seguirían otros 14.

La Diputación de Huesca ha querido reconocer el esfuerzo de estos pioneros con la entrega este viernes del galardón Félix de Azara a los pueblos de colonización, cuando se cumplen dos décadas de la convocatoria de los premios, que distinguen a quienes trabajan por la supervivencia del territorio y el medio ambiente. El acto ha estado cargado de emoción. Casi 800 personas han abarrotado el auditorio del Palacio de Congresos de Huesca. Más de 500 eran colonos llegados en autobuses que han fletado sus ayuntamientos. Para recoger el premio, de manos del presidente, Miguel Gracia, subieron al escenario varios vecinos de cada uno de los núcleos, la mayoría personas mayores que vieron nacer esos asentamientos, pero también niños que hoy representan el futuro. Hasta cuatro generaciones distintas en representación de 15 pueblos de la provincia de Huesca. Entre los años 40 y los 70 llegaron 1.500 colonos con sus familias, a los que se adjudicó casa y un lote de tierras.

Los primeros en recoger el galardón fueron Carmelo Ezpeleta y María Ángeles Lainez, de El Temple, el más antiguo. Le siguieron representantes de Artasona del Llano, San Jorge, Valsalada, Frula, Montesusín, Sodeto, Curbe, San Lorenzo de Flumen, Valfonda de Santa Ana, Cantalobos, Vencillón, Orillena, Cartuja de Monegros y San Juan de Flumen, el último en crearse ya en 1970. Hubo estatuillas para todos y una foto de familia con el auditorio puesto en pie y vivas a los pueblos de colonización.

“En El Temple se hizo el experimento para ver si aquello funcionaba porque era un desierto”, ha contado Carmelo Ezpeleta, pionero entre los pioneros, quien en 1945, con solo 10 años, llegó desde Contamina (Zaragoza), donde la miseria aconsejaba buscar nuevos horizontes. En total se agruparon en aquella finca 15 familias, a modo de laboratorio para extender a la provincia de Huesca los planes de colonización, que irían parejos a la puesta en regadío de estas tierras de secano. A su padre le dieron el premio de ‘finca ejemplar calificada’ y con ello derecho a conseguir un tractor.

“Los primeros años fueron muy duros porque había familias de hasta 7 personas en casicas de dos habitaciones y una cocina. Nos dieron un lote de tierra y luego dos vacas”, ha explicado Ezpeleta. “Hoy el problema es que tenemos poca tierra. Entonces podían vivir con un lote de 10 hectáreas, pero hoy no. Yo tengo un sobrino que lleva 10 lotes. Nos estamos despoblando”. El Temple nació con poco más de 100 vecinos, llegó a tener 600 y hoy son 480. “Faltan chicos y ganas de trabajar en el campo, que ha sido muy duro y sigue siendo muy duro, a pesar de toda la maquinaria, que representa un abismo de cuando labrábamos con vacas”, ha añadido, agradeciendo a la Diputación “que se haya acordado de nosotros”.

La colonización cambió la geografía y el paisaje humano de los Monegros, como ha recordado José María Alagón, nieto de colonos de San Jorge e investigador del fenómeno. “Esperamos que esto sirva para poner en valor estos pueblos y que no se pierda su memoria y sobre todo para que no los dejemos morir”.

A la entrega del galardón acudieron nietos e incluso biznietos de los pioneros. Entre ellos, Marco Anés, de 11 años, de Valsalada, que representa la cuarta generación. Sus abuelos, con 7 y con 21 años, llegaron con sus padres como colonos. “Tuvieron que trabajar muy duro. No había ni electricidad”, ha contado. Él lleva en la sangre el amor por la tierra y asegura que le gusta más el tractor que la play-station.

Carmen Escartín, de 76 años, es miembro de las primeras generaciones. En su caso tuvo que empezar dos veces de cero, primero en Frula y luego en Valfonda. “Era un yermo, pero nos dieron tierra y una casa y hemos criado a nuestros hijos. Los pueblos han ido a menos, como todos, pero siempre se queda alguno a llevar las tierras”.

El premio es el reconocimiento a “una gesta”, en palabras del presidente de la institución provincial, “al sacrificio de unas gentes que acudieron desde el Pirineo y otros puntos de Aragón e incluso de España para colonizar un desierto absoluto en el sur de la provincia, transformando y manteniendo ese espacio”. Una historia desconocida para muchos jóvenes. Aquellos pioneros van desapareciendo y por eso se ha querido rendir homenaje a los que todavía viven. Para Gracia, representan una esperanza para el futuro porque “si en aquellos años se pudo colonizar y asentar gente en un desierto, hoy el problema de la despoblación también se puede detener, si hay voluntad de todas las administraciones”. En este reto, los ayuntamientos deben estar arropados por las otras administraciones, “porque a veces se encuentran muy solos”, concluyó.

El acto de entrega volvió a servir para recordar la figura del naturalista altoaragonés Félix de Azara y a través de él a todas las personas e instituciones vinculadas a la conservación del medio ambiente y a la historia de estos premios. Este año cumple 20 reconociendo a quienes mantienen el mundo rural. Curiosamente, el primer galardón, en 1996, fue para Santiago Pena Capdevila, el último habitante del núcleo de L’Estall, en la Ribagorza.

La gala de los Félix de Azara ha reunido a representantes de sindicatos, organizaciones agrarias y medioambientales y del asociacionismo provincial, de la Universidad, alcaldes y otros representantes políticos. La ceremonia estuvo conducida por la periodista de La Sexta Andrea Ropero, que demostró una gran complicidad con el público, ya que es de Binaced. Los pueblos de colonización recibieron el máximo galardón, pero también recogieron premios distintas iniciativas en diferentes ámbitos. Pasaron por el escenario el colegio Salesiano San Bernardo, así como el instituto Lucas Mallada y las Escuelas Pías de Jaca. En cuanto a la cobertura mediática, el premio a los medios de comunicación se lo llevó este año el montañero Daniel Vallés y su blog Caminos de Barbastro por su capacidad para reflexionar acerca del paisaje de la Ribagorza y el Somontano, mientras que Carlos Rodríguez desde cincamedionoticias.com recogió el accésit.

Otros colectivos reconocidos han sido la Coordinadora Biscarrués-Mallos de Riglos y la asociación El Licinar de Peraltilla, centrada en la sensibilización de los más pequeños de la casa, en la categoría de entidades. El homenaje póstumo al fotógrafo y naturalista David Gómez Samitier, el único de los premios con nombre propio, ha ido a parar a las manos de David García Malo, un ingeniero agrícola que ha sabido capturar en un afortunado instante toda la vida que emana del territorio, con una foto de un ave rapaz capturando un conejo, así como a Alfonso Ferrer y Joaquín Barrabés con los accésits.

Por último, en los ámbitos de la investigación y la edición, se reconoció la labor del proyecto de la trufa negra dirigido por Juan Barriuso en la Escuela Politécnica de Huesca, y el de Óscar Buil sobre la sierra de Guara en el apartado de Edición.

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