El tiburón del Huerva cumple un siglo

Hace un siglo, unos niños atraparon un extraño pez en el río Huerva. El padre Longinos Navás lo identificó como un pequeño tiburón lija.

El ejemplar de Scyllium canícula o tiburón lija, en el Museo de Ciencias Naturales.
El ejemplar de Scyllium canícula o tiburón lija, en el Museo de Ciencias Naturales.
H. A.

Los pequeños Marcelino, Félix y Antonio de 11, 10 y 9 años eran hijos de don Marcelino Gargallo. Vivían en la zaragozana calle de Miguel Servet, frente al cuartel de Intendencia, en las proximidades de la fábrica de Yarza. Hace un siglo, la mañana del domingo 21 de octubre de 1923 fueron a jugar a las orillas del río Huerva, cerca de su casa.

Algunos de sus juegos, como hacer ‘la rana’ con piedras planas en el agua de la presa del Paseo de la Mina, eran inocentes. Otros entretenimientos, como el bote, eran harto más peligrosos. Para jugar al bote los hermanos Gargallo cogían una lata vacía con un lado abierto y en el otro perforaban un orificio. La colocaban por la parte sin tapa sobre piedras de carburo en contacto con agua u orina, lo que produce acetileno gaseoso, altamente inflamable. Cuando comenzaba a salir un chorro de gas por el agujero, arrimaban un palo o una caña prendidos produciendo una explosión que hacía volar el bote por los aires.

Mientras jugaban, divisaron un pez muy extraño que venía en la dirección de la corriente. Antonio, el más pequeño pero el más valiente, tras varios intentos consiguió atrapar al animal por la cola. Como el pez hacía movimientos bruscos, lo tiró al suelo con fuerza.

Fueron corriendo a mostrarle la presa a su padre quien, como no sabía de pesca, decidió llevarlo al Centro Mercantil Industrial y Agrícola (Casino Mercantil), donde trabajaba, para mostrárselo a Marcelino Ariza. Para este apasionado al sedal y al anzuelo, la caña de pescar no era otra cosa que una prolongación de su cuerpo. Sin embargo, no tenía ni idea de qué podía ser, así que se lo presentaron a Mariano Sánchez Gascón, en ese momento presidente honorario de la Sociedad de Pescadores. En su despacho se reunieron numerosas personas, muchos pescadores, sin que nadie lograra averiguar la especie. Allí, el comerciante Francisco Orús, viéndose asimismo incapaz de catalogar al misterioso pez, recurrió a la persona que en Zaragoza les podía sacar de la duda: el padre Longinos Navás.

El padre Navás era naturalista e impartía clases de ciencia en el colegio de El Salvador. El señor Orús le llevó el pez envuelto en un papel, excusándose por las molestias que pudiera ocasionar al sabio jesuita, quien, al desenvolver el paquete y ver el pez, exclamó con total naturalidad del mundo que era un tiburón, pequeño por supuesto. Se interesó por la procedencia.

Del Mediterráneo a Zaragoza

Los niños pescaron al tiburón a la altura de la salida de la turbina del almacén de maderas del Hijo de Nicasio Gracia en el paseo de los Plátanos, enfrente del edificio de la actual Casa de Socorro en el paseo de la Mina. Orús pensaba que podía haber bajado del pantano de Mezalocha. Sin embargo, Longinos Navás pensaba que no era posible. Sabía que esos peces son marinos y que no suben a los ríos a desovar. Para el jesuita lo más probable era que hubiese subido del Mediterráneo por el Ebro y después por el Huerva. En los años que llevaba en Zaragoza no había oído nada parecido y le pidió poder quedarse el ejemplar para estudiarlo. El tiburón pescado en el Huerva se quedó en el gabinete de ciencias naturales del colegio, dentro de un frasco con alcohol, para su clasificación y posterior conservación.

El naturalista reconoció al pez. Dedujo que la boca semicircular en la cara inferior era una evidente señal de los selacios. Además, presentaba cinco aberturas branquiales, aletas características y tenía la cola indivisa u homocerca. El padre Navás no tuvo dudas, aquel joven pez de unos veinticinco centímetros de longitud era un tiburón, un seláceo de la familia de los escílidos, de la especie Scyllium canicula. En aquel tiempo a este tiburón se le llamaba vulgarmente ‘lija’, por lo áspero de su piel y que a menudo se empleaba por los carpinteros para pulir maderas.

Se trataba de un tiburón abundante en el Mediterráneo que llega a alcanzar cincuenta o sesenta centímetros de longitud. Se parecía a otro que tenían en la colección salvo en el color y manchas de la piel, que podían explicarse por ser un individuo más joven. El padre Navás estimó que debía de tener unos dos años.

Que apareciese en el Huerva le llamó mucho la atención y quiso notificarlo en la sección de crónica científica del ‘Boletín de la Sociedad Ibérica de Ciencias Naturales’ (Tomo XXII (VI) Octubre de 1923, número 8, páginas 158 -9) con la siguiente nota: "Zaragoza. El día 21 de octubre se recogió en el Huerva un ejemplar joven de unos dos decímetros de longitud del selacio escílido Scyllium canicula Cuv. El ejemplar está en el Museo del Colegio del Salvador, regalado por D. Francisco Orús. En dicho Museo ya existía otro adulto de la misma especie, procedente del Mediterráneo. Por la rareza del caso se consigna aquí, habiendo sido antes objeto de comentarios de la prensa local y de la curiosidad de doctos e indoctos de Zaragoza".

Lo cierto es que armó un gran revuelo local. Apareció en las páginas de HERALDO, en la sección ‘Vivir para ver’ y en ‘El Noticiero’. Incluso hubo una confusión inicial de si había sido atrapado en las redes de un pescador junto a un buen número de barbos. Se menciona de vez en cuando en los medios y se ha contado en el libro ‘Cosas nuevas de la Zaragoza vieja’ de Víctor Azagra.

Revisando en buscadores ‘doctos’ de internet como PubMed y navegando por buscadores ‘indoctos’ como Google, no he podido encontrar otros casos similares. Hay quien, con la distancia del tiempo, piensa que lo encontrarían muerto y que no era raro encontrar estos pequeños tiburones mezclados con el pescado en las pescaderías. Podría haber acabado en el cubo de la basura con otros despojos que hubieran sido tirados al río. Sin embargo, el relato dice que se halló vivo. Se encontró cerca de la turbina de un almacén de maderas, ¿quién sabe si alguien quiso usarlo como una lija?

Siento un cariño especial por este pequeño tiburón. Lo descubrí de niño, me lo enseñaron mis padres en una visita al Paraninfo donde se guardaba la colección Longinos Navás. Recuerdo perfectamente dónde estaba. Me impresionó que se atrapara cerca de mi casa y de mi colegio. A menudo me imagino a los tres niños jugando por el Huerva a la altura de Corazonistas, detrás de la Renault. ¡Cuántas veces me he imaginado que encontraba uno! Nunca lo he atrapado, tampoco he hecho la rana con piedras en el Huerva. Al bote no jugué, pero alguna trastada con carburo de calcio en la ‘plaza del Boston’ hice. Seguiré mirando si aparece otro cada vez que cruce el Huerva. Siempre podremos visitarlo en el magnífico Museo de Ciencias Naturales de la Universidad de Zaragoza, en el Paraninfo.

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